San Adrián de Sasabe, la humilde joya de Borau que albergó un famosísimo cáliz

Esta ermita situada a las afueras del pueblo de la Jacetania es la guinda a un sinfín de razones para visitar el término municipal, paraíso para andariegos.

Entrada a la ermita de San Adrián de Sasabe.
Entrada a la ermita de San Adrián de Sasabe.
Laura Uranga

En el catálogo mundial de ‘sitios chulos donde la gente se casa’ figura sin duda la ermita de San Adrián de Sasabe, a dos kilómetros del casco urbano de Borau. Se puede llegar hasta sus inmediaciones en vehículo, aunque el camino es angosto y la zona de aparcamiento muy limitada;la otra alternativa, que depende mucho del calzado elegido por los asistentes para la ocasión, es regalarse un bucólico paseo por la naturaleza hasta el entorno de este templo humilde, tocado sin embargo por la magia que atesoran los lugares por los que ha pasado el Santo Grial.

En la historia de la famosa copa del carpintero, cuya teórica humildad descubrió toda una generación gracias a Indiana Jones (¡spoiler de cuatro décadas!) hay un sitio para este rincón aún prepirenaico, a la vera del río Lubierre, al que se accede por un puente. En verano no suele faltar el apoyo de un guía para explicar más a fondo la historia de la ermita, que incluye esa estancia del grial que supuestamente se conserva en Valencia desde el sigloXV. El hito histórico dataría del siglo VIII, gracias a un abad precavido que lo escondió en el lugar mientras huía de la ocupación musulmana de la península. De San Adrián pasó a Jaca y San Juan de la Peña.

Hay un dato singular relativo a San Adrián de Sasabe, por su tamaño y la sobriedad (no hay paradoja) que le adorna:fue una de las primeras catedrales y sedes episcopales de Aragón una vez constituido el territorio como reino. En los años 80 se hizo una restauración a conciencia del lugar, completada dos décadas más tarde por una segunda acometida. En el ábside aparece la característica franja de arquillos ciegos del románico lombardo, y hay ajedrezado jaqués en la arquivolta de la portada lateral.

Mirar en derredor

Borau podría hacerse un selfi (la RAE admite esta palabra para designar la autofoto desde diciembre de 2018) de la variedad 360 grados desde siempre. Allá donde se mire hay belleza de la envidiable. Dabid Ruiz de Gopegui lo tiene claro desde hace muchos años; asentó sus reales en Borau y lleva desde allá la empresa Ojos Pirenaicos. Los suyo es mostrar las bondades naturales, pero antes de salir de Borau conviene admirar las casas de piedra y la profusión de chimeneas pirenaicas. Luego se puede enfilar la subida de Blancas –hay que pedir permiso municipal para atravesar en coche un punto de la ruta– y empezar a buscar tesoros en forma de emplazamientos. El más curioso es quizá el más alejado: la gruta helada de Lecherines, que alberga desde hace casi 30 años dos pequeñas imágenes de la Virgen del Pilar dejadas allá por unos visitantes.El monte más alto de Borau es el pico Libro, sobre el refugio militar López-Huici y junto a los llamados mallos de Borau. Y enfrente, no tan lejos, la Collarada.

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