ecología

Vivir en medio de la selva y viajar solo a Aragón una vez al año: "Ahora soy dueña de mi tiempo y vivo en abundancia"

Ana Gaspar, de madre aragonesa, decidió cambiar de vida hace 12 años. Se compró un terreno con su pareja en Puerto Viejo (Costa Rica) y son autosuficientes. Hoy tienen una escuela donde enseñan a vivir de otra manera. 

Ana Gaspar, junto a su marido y su hijo, en su finca de Costa Rica, donde viven de manera autosuficiente.
Ana Gaspar, junto a su marido y su hijo, en su finca de Costa Rica.
A. G.

La costarricense Ana Gaspar, de madre aragonesa (natural de Sádaba) y padre barcelonés, nació y se crió en San José, la capital del país, pero hace 12 años renunció a todo tipo de lujos para vivir junto a su marido en medio de la selva y crear allí una vida autosuficiente que hoy comparten con estudiantes de todo el mundo para tratar de ayudar al planeta. 

"No queríamos ser parte del problema, sino de la solución -confiesa-. Queríamos probarnos a nosotros mismos si realmente esa teoría de la resiliencia y la seguridad alimentaria que ya conocíamos era posible aplicarla desde cero y hoy vivimos de la manera más sustentable posible", presume ella.

El cambio para esta activista, licenciada en Derecho y especializada en temas medioambientales, comenzó comprando un terreno en medio de la selva, a 6 kilómetros de Puertoviejo de Talamanca, en la costa caribeña de Costa Rica. "Construimos y creamos la casa, el bosque de comida, los jardines de vegetales, tubérculos y granos. Después, cuando ya éramos autosuficientes, formamos la escuela", resume Gaspar.

Su principal motivación al arrancar este proyecto, al que han llamado 'Finca Tierra', era crear un modo de vida que les permitiera tener tiempo para desarrollarse como personas. "Mi esposo y yo éramos licendiados los dos. Teníamos trabajos que nos gustaban, una vida bastante feliz y privilegiada, en el sentido de que pudimos estudiar lo que quisimos, viajar, conocer mundo... Pero al ser profesionales jóvenes nos preguntábamos también cómo íbamos a lograr llevar la vida que queríamos con esos ritmos de trabajo y el estrés de formar parte de un sistema económico que ha dejado a nuestro planeta en crisis", señala Gaspar, que durante años se dedicó a buscar soluciones de autosuficiencia para ayudar a comunidades locales excluidas y fue también activista y política, sin que ninguna de esas actividades llenara sus días. "Había muchos momentos gratificantes, cuando uno hace algo por la naturaleza y por las personas, pero también tenía muchos problemas y frustraciones con gente de altos cargos. Al final, decidí salirme de todo eso y probar con mi pareja si todo aquello de lo que yo estaba hablando era posible", relata esta costarricense.

Un cambio de vida

"Vivir así es la transformación más grande que se puede hacer. Ahora soy dueña de mi tiempo y vivo en un sistema de abundancia"

Esa reflexión personal fue para esta pareja lo que propició el cambio y les llevó a apostar por un modelo de vida completamente distinto al que estaban acostumbrados. "Yo antes solía consumir mucho… Tomarme cafecitos, un vinito, comer allá donde me daba hambre o ir al centro comercial y comprarme la ropa de moda ese año. El verdadero cambio fue dejar de recibir dinero, gastarme todos los ahorros en empezar de cero y desarraigarme de una vida de lujos, de la necesidad de consumir cosas que no necesitamos y que promueven un modelo económico que necesita extraer ilimitadamente recursos naturales que son limitados. Supuso desligarme de un sistema que es un tipo de esclavitud moderna en la que es muy difícil creer que uno tiene que acoplarse cuando sale de la Universidad con una mentalidad diferente. Tanto yo como mi esposo quisimos probarnos a nosotros mismos si realmente era posible ser autosuficientes", subraya.

Este sueño lo han cumplido en 2.000 metros cuadrados de terreno, donde tienen su finca y un bosque que les permite llevar una dieta completa. Desde que compraron la tierra hasta tener la casa construida, con materiales que obtienen de su propia finca, pasó aproximadamente un año. En cinco ya tenían árboles frutales y un bosque de comida que les permite a día de hoy autoabastecerse y "vivir en abundancia" de frutas y otros vegetales. Ya no precisan ir a hacer la compra, y solo abandonan la selva para llevar a su hijo a la escuela o para conseguir aquello que no pueden sembrar en sus tierras (principalmente verduras como el brócoli y hortalizas como la zanahoria, que le "encantan" a su pequeño). "No necesitamos ir al supermercado. Tenemos una dieta completa aquí y la procesamos en distintas harinas, mermeladas, leches, quesos… todo a base de plantas. Tampoco necesitamos pagar la energía; gastamos solamente en los paneles solares y con esto tenemos ya para el resto de nuestras vidas", explica.  

"El retorno es el tiempo que a uno le da para estar con las personas que uno quiere, para desarrollarse, para ver a nuestro hijo crecer..."

Ahora trabajan cuatro horas a la semana en sus cultivos y se abastecen del agua de la lluvia, por lo que tampoco necesitan pagar por este servicio. "Aquí llueve muchísimo y no se desperdicia. Nos sirve para absolutamente todo; y para beber, la filtramos. Tampoco tenemos que ir a la ferretería, porque si necesitamos reparar nuestra casa, materiales y demás los tenemos sembrados. No necesitamos ganar dinero, lo hacemos porque queremos darle este conocimiento a otras personas, para que puedan lograrlo. Y también para poder viajar a Aragón a ver a nuestra familia. Lo mejor es haber llegado a ese punto de trabajar en lo que uno quiere, desarrollarse y tener tiempo para disfrutar de la vida y de las cosas que a uno le gustan", afirma Gaspar, que ha criado también en medio de la selva a su hijo de 6 años. Cuenta que verlo crecer allí, en plena naturaleza, es parte de ese retorno que obtiene de este modo de vida y niega que sea más difícil la crianza en esta parte del planeta, alejados de todo. "No es para nada difícil criar a un niño en medio de la selva. Más bien no me imagino criando a un niño en la ciudad o en otro tipo de sistema que no sea el de la libertad y abundancia absoluta que tenemos aquí", afirma.

"No necesitamos ganar dinero y tenemos una vida realmente abundante y de lujo, además de muchas ideas de negocio que podríamos sacar de la producción de una finca"

El mayor beneficio de este cambio de vida que han hecho es el "tiempo" que les da para estar con las personas que uno quiere, para desarrollarse, para ver a su hijo crecer… "Aquí no necesitamos ganar dinero y tenemos una vida realmente abundante y de lujo. Si no queremos salir de aquí, podemos estar todo el año y no nos damos cuenta. Solo recibimos estudiantes cinco veces al año por dos semanas, lo cual es chivismo porque son personas que ya vienen con una mentalidad ecologista, con ganas de salirse del sistema, probar y conectarse con el medio ambiente. Nos juntamos gente de diferentes culturas y diferentes etnias con una finalidad común: llevar a cabo nuestra propia revolución pacifista que ayude al planeta", defiende Gaspar, que define a su proyecto como una institución de cooperación con La Tierra (de ahí su nombre), y no como un negocio de competencia. "Si todo el planeta pudiera tener un pedacito de tierra con un bosque de comida, creo que a las personas se les elevaría la felicidad al 120%", dice con una sonrisa, al hablar de todo lo bueno que les ha traído vivir de manera autosuficiente en medio de la selva. "Es una forma de vida en la que la gente camina y se sonríe; te enseña el mono que se encontró por allá o el árbol que está lleno de guayabas para hacer la mermelada... No es una forma de vida enojada en la que tengo un trabajo que me encanta, pero al que tengo que dedicarle unas 10 horas diarias… Aquí puedes sacar dinero a cualquier tipo de producción. Y, además, tienes el tiempo para pensártelo, experimentar y fallar. No que no puedes pagar la renta o la electricidad porque fallaste en el negocio. Es vivir en medio de la naturaleza y sentir la presencia de otras formas de vida que no son humanas y te dan mensajes en forma de sentimientos. Aprender a vivir en conexión con el medio", relata.

Compartir su modo de vida

Más allá de sus respectivos estudios (él es arquitecto y artista, y ella era abogada), tanto Ana como su pareja han tenido que ser autodidactas y acercarse a otras culturas para empaparse de todo el conocimiento que hoy tienen sobre esta forma de vida. El proceso -dicen- fue algo "súper orgánico" y nada costoso, teniendo en cuenta todo lo que han conseguido. "La inversión inicial tampoco es tan cara, porque una vez que uno ya tiene la tierra y la casa; ya es muy poca la inversión de tiempo de trabajo que se necesita (unas 4 horas a la semana para lo que es el sistema productivo). Nuestra preparación fue ir a fincas campesinas e indígenas, hacer cursos de premacultura, en concreto uno de Bill Mollison que nos dio una compilación de herramientas para poder abrir la escuela y dar esta enseñanza con todo el ejemplo de la finca ya montada", indica.

​"Vienen personas de todo el mundo a recibir estos conocimientos, porque son principios de diseño ecológico aplicables en cualquier parte del planeta"

Por esta escuela que crearon hace 9 años para compartir sus conocimientos de esta forma de vida ecológica han pasado ya cientos de personas de todo el mundo. "Tenemos un estudiante de Londres que se puso un jardín orgánico en medio de la ciudad y ahora es famosísimo haciendo un montón de productos ecológicos. Otra parejita de 18 años que se fue a Bélgica y remodelaron todo un hotel con bosques comestibles; estudiantes que tenían un bar y empezaron a hacer ron crudo y vino de miel. Amigos que viven en la ciudad y se han montado una selva de comida en casa, en un patio chiquitillo. Cada uno dentro de sus posibilidades ha hecho ese cambio y te podría decir que el 100% de los que han estado aquí me han dicho que nunca en su vida han comido tan rico y se han sentido tan bien, pues solamente tener ese conocimiento de que es posible hacerlo les ha cambiado la vida", afirma Gaspar, convencida de que es posible aplicar esos conocimientos y vivencias que hoy comparten con otra gente en cualquier parte del planeta. Los cursos que imparten se dirigen, en su mayoría, a personas mayores de 18 años, aunque reconocen haber tenido gente desde 15 a 75 años de edad que persigue ese cambio de vida. "La mayoría son jóvenes como nosotros a los que les pasó lo mismo. O tienen que ir a la Universidad y endeudarse un montón para luego entrar en un trabajo de 8 horas diarias si tienen suerte, y todo el mundo le tiene miedo a eso. O es gente que está cansada de vivir en un sistema tan esclavista que no te da nada", apostilla. 

Su vínculo con Aragón

Parte del dinero que obtienen de la enseñanza lo invierten en viajar a Aragón, uno de los pocos desplazamientos que hacen al año (en coherencia con su actual modo de vida) para ver a la familia. Ana Gaspar tiene casa en Sádaba (Zaragoza), de donde es natural su madre. "Vengo todos los años. Aragón es mi otro hogar, mi familia y mis amigas, y lo que me encanta también es el paisaje", afirma en alusión a los campos de girasoles que le sorprenden siempre en verano, al colorido de las flores silvestres que trae la primavera y los huertos que mucha gente mantiene en zonas rurales. 

"Me encanta que mucha gente cultive tomate, pimientos, olivas, melocotones, paraguayos, cerezas... También las casas de piedra, los pueblos medievales, los castillos y los monasterios, con todo su conocimiento antiguo. Amo las bardenas, el desierto, la vida rural. Aquí estamos rodeados de selva y allí se ve todo el cielo. Disfruto mucho de eso, de poder ver las estrellas, de ir por todos los pueblos, al pantano de Yesa, el monasterio de Leire y a los Pirineos, aunque nos queden más lejos", confiesa.

Entre sus retos de futuro está "crear un curso en línea, con bajo coste", para acercar su proyecto de vida autosuficiente a otros rincones y que otra gente pueda utilizar esos conocimientos para ayudar en la soberanía alimentaria de un país, creando fuentes de empleo que ayuden a su vez al planeta a apostar por dietas más saludables, lo que a su juicio implica "menos uso de la farmacia y de los hospitales". Un proyecto de futuro que ya ha dado sus primeros pasos a nivel local y que aspira a entrar como "política pública" en el sistema de Costa Rica. "Lo empecé cuando se vino la pandemia. Teníamos unos proyectos con la comunidad de dar unas clases para unas escuelas en Talamanca. El Ministerio de Trabajo no nos pudo dar el dinero y al ver que había muchos chiquillos interesados lo hicimos en línea, para las escuelas locales. Pero ojalá pudiéramos convertir el diseño ecológico en una de las materias esenciales, como lo son las matemáticas o el español", defiende Gaspar. 

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