urbanismo

Reducir carriles y crear corredores naturales: las claves que guían la reforma de las calles

El Ayuntamiento presenta sus planes para vías como Reina Fabiola, San Miguel, Ricla y la avenida de Navarra. Todas las intervenciones suman 36.400 metros cuadrados y dan pistas sobre la ciudad del futuro.

Un vecino consulta el proyecto de la reforma de la avenida de Navarra.
Un vecino consulta el proyecto de la reforma de la avenida de Navarra.
Javier Belver

Ahora es un goteo de presentaciones y, en los próximos meses, lo será de zanjas. Si hace diez días el Ayuntamiento vendía las bondades de la futura avenida de Navarra, esta semana le tocaba el turno a la calle de San Miguel. Pero la ‘operación calles’ incluye también cambios en Reina Fabiola, Félix Latassa, Sixto Celorrio… Todas se remodelarán a través de Ecociudad, gracias a una inversión de 11,4 millones.

La casuística entre unas y otras es diversa, pero las intervenciones tienen una premisa en común: restar espacio al vehículo privado para ganárselo al peatón (y la bicicleta). A esta condición se une también la de sumar masa forestal para ofrecer sombras y producir un aire más puro. ¿Basta con estas medidas para completar el ‘mantra’ de ciudad sostenible, compacta e igualitaria? ¿Logrará así Zaragoza ser ‘climáticamente neutra’ en 2030 como es deseo del alcalde Azcón?

"Las calles son el alma de las ciudades así que una renovación eficiente de las misma es fundamental para crear una urbe amable", afirma la arquitecta Rosa Sanz, que considera –además– que hoy se cuenta con mil herramientas para encaminar los pasos: desde fachadas verdes a baldosas fotocatalíticas como las que se colocaron junto al Huerva. La suma de las superficie de las obras previstas en esta operación especial supera los 36.400 metros cuadrados, con lo que su diseño puede dar una idea de cómo será la ciudad en un futuro.

Cicatrices urbanas

Quizá el mayor reto de la ‘operación calles’ sea el de la avenida de Navarra. Los técnicos aspiran a que una de las principales entradas a la ciudad deje de ser una cicatriz, a pesar de que es muy difícil borrar la huella de la antigua carretera: que se lo pregunten a los vecinos de Alcalde Caballero (antigua Z-890) o la avenida de Cataluña (exN-II). Muchas veces se cita el ejemplo de Vía Hispanidad que, en realidad, no ha dejado de ser una circunvalación por más que tenga parterres y carril bici. La avenida de Navarra, por donde circulan 30.000 coches al día, pasará a tener solo dos carriles por sentido y uno será para el transporte público. La fórmula es parecida a la que se aplica desde 2017 en Constitución y en Sagasta, donde el tráfico privado ha caído más de un 20%.

"!Las ciudades ya han entendido que los coches no caben en el centro", explica el sociólogo y urbanista Alfonso Vegara, para quien "las sociedades realmente avanzadas son en las que los ricos usan el transporte público". A su juicio, la pandemia ha ofrecido un campo de pruebas (ampliación de terrazas, peatonalización de calles...) que demuestra que "la ciudad puede ser distinta". La arquitecta Naira Gallardo comenta que ha cambiado el modo de habitar el espacio público y "procuramos evitar las calles atestadas buscando espacios más amplios y contacto con la naturaleza".

Una biodiversidad propia

Respecto a las infraestructuras verdes, los expertos piden que la apuesta vaya "más allá de plantar árboles y crear huertos", de forma que se procuren auténticos corredores naturales que ejerzan de ‘esponjas’ contra el calor. Es lo que apunta el Centro de Investigación de Recursos Energéticos (Circe) a la hora de imaginar las calles del futuro y también Ebrópolis en su ‘Estrategia +20’, donde insta a ir "en consonancia con la biodiversidad de Zaragoza" y no construir "espacios estereotipados".

Los técnicos de Ecociudad trabajan con los distintos servicios para atender otros aspectos que condicionan el diseño como los accesos a garajes, la normativa de emergencias, el soterramiento de cables... Y otro factor esencial que da realmente vida a las calles: el pequeño comercio local.

Paseo de la Constitución, en Zaragoza, cuyo bulevar peligra en los planes de la línea 2 del tranvía.
El bulevar arbolado del paseo de la Constitución.
RAQUEL LABODÍA
Árboles maduros para mitigar el calor

Una comparativa de los grados que hay en las calles en función de si tienen árboles o no ha corrido como la pólvora por las redes sociales en los últimos días. Una avenida arbolada llega a estar casi diez grados más fresca que una desierta de vegetación y, sobre todo, la sombra de los árboles humidifica el insufrible asfalto.

En Zaragoza las reformas de las calles han ido aparejadas tradicionalmente de talas, como sucedió –sin ir más lejos– con el centenar de plátanos de sombra que se perdieron en el eje del tranvía. Son pocos, muy pocos, los grupos de árboles maduros en el centro de la ciudad y los ecologistas apenas encuentran honrosos ejemplos en los bulevares de Sagasta, de Constitución o en los jardines junto al edificio de Capitanía. En Ansar recuerdan las ‘traumáticas’ talas del entorno de la Romareda, del paseo de los Bearneses o del parque Bruil, así como los árboles que se dejaron morir por falta de riego en Compromiso de Caspe o la retirada de ejemplares de 40 años de antigüedad del paseo de las Damas.

Ahora que los árboles se reivindican como aliados para reducir la huella de carbono, el gobierno PP-Cs ha anunciado que plantará en la próxima década 700.000 ejemplares en una iniciativa que ha dado en llamar ‘El bosque de los zaragozanos’. Ocuparán 1.200 hectáreas y en la web municipal ya se recogen propuestas de espacio de plantación.

Estreno de la plaza de Santa Engracia reformada.
Estreno de la plaza de Santa Engracia reformada.
José Miguel Marco
¿El fin de los excesos de hormigón?

Las calles de Zaragoza aspiran con sus reformas a mostrar un rostro más humano y, a pesar de polémicas recientes como la de la plaza de Santa Engracia, parece que eso pasa por recortar el uso de losas, cemento y hormigón. Los urbanistas coinciden en señalar aquella fiebre comenzó a expandirse en la Barcelona preolímpica (el ejemplo es la Estación de Sants), donde primaban las "calles vanguardistas y de gran calidad de diseño", pero que no dejaban de ser una sucesión de pavimentos grises poco acogedores y sin resquicio alguno para protegerse del sol. Su única ventaja era que soportaban "mejor el desgaste" y que su mantenimiento era menos exigente para el erario.

Poco después surgió la moda contraria y la tendencia fue la de urbanizar con pavimentos blandos: el Plan E lo llenó todo de tarimas de madera, xerojardinería e introdujo también el debate sobre la peatonalización de los centros históricos. En Zaragoza el mal de los entarimados alcanzó esencialmente las riberas y en lo respectivo a peatonalización no se llegaron a dar pasos decisivos. Muchas calles se han puesto a cota cero (azuzadas también por las leyes europeas sobre accesibilidad), pero el debate del puente de Piedra se cerró en falso con la fórmula mixta de Don Jaime I. Tras el confinamiento, se hicieron pruebas los fines de semana cerrando avenidas para fomentar los paseos, pero esta apuesta no ha tenido continuidad.

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