Villafeliche, donde el barro se acaba haciendo arte

Manuel Gil es el último alfarero de la localidad; ya jubilado, su taller y exposición es visita obligada. El pueblo tuvo decenas de ceramistas y conserva un museo con piezas de la localidad.

El alfarero Manuel Gil, con una de sus piezas
El alfarero Manuel Gil, con una de sus piezas
Laura Uranga

La tierra y el agua son dos elementos que, por norma general, se pueden encontrar en cualquier lugar, pero que en Villafeliche cuentan con un valor especial. En esta localidad de la comarca Comunidad de Calatayud, puerta a las hoces del Jiloca y rayana con el Campo de Daroca, llegó a haber decenas de talleres de alfarería, donde mediante el torno, el alfar, la arcilla del alfarero, pasa de no tener forma definida a ser arte en toda su acepción.

A sus 68 años, Manuel Gil Gil, natural de la localidad, es el último alfarero. Con más de tres décadas a sus espaldas, representa la tercera generación familiar. Se autodefine como "un quijote" porque "si no me dedicaba yo a esto, veía que en la familia se iba a perder". "Mi padre me decía que no me dedicará a esto, que era algo muy complicado y muy difícil para poder vivir de ello", explica desde su taller, donde decenas y decenas de piezas se dispersan por las estanterías. Sin embargo, Manuel apunta que "no le hice caso y poco a poco lo saqué adelante".

Vicisitudes de la vida

Dos circunstancias decantaron su camino hacia el trabajo con el barro. Por un lado, él fue despedido del Hotel Corona de Aragón una vez que el edificio fue pasto de las llamas. Por otra parte, su mujer, maestra, recibió como destino Cantavieja. "Si no hubiera sido por mi mujer, no podría haberlo hecho", sentencia Gil. En el Maestrazgo turolense, Manuel empezó a dar cursillos y cuando el destino de su pareja fue Daroca, también trasladó su actividad. "He dado muchos cursos del Inaem, incluso en la cárcel de Daroca con los presos, que hacían unas piezas que eran una maravilla", recuerda.

Al ser la tercera generación, a Manuel le tocó vivir una época de cambio. "Mi padre hacía cosas más tradicionales, lo que se entiende como los útiles, cazuelas botijos, terrizas, morteros", enumera mientras recorre el taller, un espacio anexo a su casa y que se conoce de memoria. Así, él fue incorporando novedades y dejando manga ancha a la creatividad. "Mi padre se sorprendía de que una pieza que hacía yo en el torno, a la que le daba dos bollos, le añadía unas tiras y tal, la vendiera en 5.000 pesetas. ¡Él la habría tirado!".

También fue añadiendo formas y colores. "He hecho belenes, castillos, teteras, un busto de Goya, porrones, todas las iglesias y ermitas de Villafeliche, la iglesia de Maluenda, la Puerta Baja de Daroca, torreones o murales", enumera Gil, quien asume no poder llegar a contar toda y cada una de sus manualidades: "Son incontables", subraya. Entre sus últimas creaciones se encuentra una figura que pretende emular una pieza precolombina. Pero de quedarse con una de sus obras, Gil –aunque reconoce que es difícil– se quedaría con "la paloma".

Se trata de una jarra engañadora, con cerca de una docena de pitorros y que ya hacían su abuelo y su padre, con el indispensable apoyo de su abuela y su madre, respectivamente. "Es una reproducción de una del siglo XVIII", describe. Una de esas fue entregada a Juan Pablo II en la canonización de San Ignacio Delgado, santo local cuya ceremonia tuvo lugar en junio de 1988. Otros de los ilustres que cuenta con una creación suya, en este caso un porrón, son el Rey Juan Carlos y el Rey Felipe VI.

Pero si incontables son las piezas que ha realizado, también son un buen puñado los lugares en los que ha exhibido su trabajo, acarreando su torno, hilo y un cuenco para el agua. Austria, Letonia y Luxemburgo son países a los que Manuel Gil también ha llevado sus manufacturas mediante distintos intercambios culturales, además de recorrer los pueblos de alrededor haciendo demostraciones. Entre sus clientes, ha contado con numerosas tiendas, con Galerías Primero o con el Corte Inglés, enseña de la que llegó a recibir encargos de hasta 300 piezas.

Con la vista en el futuro, Gil, que es miembro de la Asociación de Artesanos de Aragón, reconoce que de sus tres hijos, solo el pequeño, José Manuel, está aprendiendo el oficio, pero solo como ‘hobby’. "Antes se vendía todo, pero ahora es muy difícil", sentencia, a la vez que reclama más apoyo de las instituciones.

Otro de los referentes de la alfarería en el municipio fue José Martínez Villarmín, conocido como el tío Puchericos. Como muestra de reconocimiento a lo que fue un sector industrial puntero en el municipio, el Ayuntamiento acondicionó la ermita de San Antón, en el casco urbano de la localidad como museo. "Tenemos cerca de 200 piezas que cedió Agustín Esteban cuando falleció y el edificio lo prestó el Arzobispado", explica el alcalde, Agustín Caro. En definitiva, un bagaje notable que supone por sí solo un acicate excelente para visitar esta singular villa de la comarca de Calatayud.

El característico olor a pólvora que hizo prosperar a toda la localidad hace tres siglos
Villafeliche y la pólvora tejieron una amplia relación, que llegó a su apogeo en el siglo XVIII con las Reales Fábricas y unos 200 molinos. Todo se torció con la clausura decretada por Fernando VII y hecha efectiva por Isabel I. "Era un material valorado por su calidad y que repercutía en toda la comarca, que se benefició de la industria auxiliar", detalla el alcalde de la localidad, Agustín Caro, quien recuerda que el pueblo recibió la medalla de Oro del Consejo de Ministros de 1908 y la de plaza de Zaragoza, por su papel durante los Sitios. La actividad continuó, ya en decadencia, hasta los años 80, cuando se descubrieron los planes del etarra Santi Potros para asaltar el polvorín en el que se guardaba también dinamita y Goma-2. "Delegación del Gobierno pidió al empresario que reforzase la seguridad, no pudo asumir las exigencias y tuvo que cerrar". Ahora, el libro ‘Los molinos de pólvora de Villafeliche’, obra de Manuel Casado y Luis Varga auspiciada por el Centro de Estudios Bilbilitanos, busca difundir este legado. "Queremos que se le dé la importancia debida", explica Casado. El libro se presenta este miércoles.

Un mirador sobre el Jiloca que sirve (y servirá) como cementerio por un favor papal
La localidad se encuentra bien flanqueada por dos cerros; uno de ellos está coronado por el castillo y el otro aloja el llamado Calvario. Este último, en el que se reparten 12 pequeñas ermitas de propiedad privada, tiene una particularidad. "Por un don especial otorgado por gracia papal, se pueden hacer enterramientos. Por esa razón, el pueblo llegó a tener en su día un total de tres cementerios: la iglesia, el Calvario y el cementerio", explica el primer edil de Villafeliche, Agustín Caro.

Para acceder a la parte más alta, donde se sitúa la Ermita Grande del Calvario –la única municipal– hay dos vías, la carretera o el camino desde el casco urbano. En el recorrido a pie, que vive su época de más trasiego en Semana Santa, una pequeña senda cementada va recorriendo la ladera de lado a lado. En el templo que corona el cerro hay una capilla con pinturas iconográficas y el llamativo Museo del Ermitaño, que conserva el espacio tal y como era cuidado en 1700.

Desde esta atalaya se pueden observar las hoces del Jiloca, un enclave de alto valor natural, amén de la productiva vega del propio río hasta Calatayud y la recortada silueta de la sierra de Santa Cruz.

En datos

Comarca: Comunidad de Calatayud.

Población: 170.

A Zaragoza: 104 km.

Los imprescindibles

Premio Trevillano

Premia desde hace seis años valores como el trabajo, el esfuerzo o sacrificio. Entre los galardonados figuran Luis Alegre, Las Veneno, Antonio Montiel (foto), Gaizka Urresti, Inma Chacón, Paco Ortiz Remacha o José Ramón Marcuello.

El Santander-Mediterráneo

Dos veces al año (septiembre y mayo), los vecinos de Villafeliche se lanzan al antiguo trazado de la línea férrea Santander-Mediterráneo, clausurado en 1985, para reclamar su reconversión en Camino Natural.

Santurce y Villa Felice

El pueblo tiene lazos estrechos con Santurce (Vizcaya); desde hace tiempo se celebran con una sardinada para todo el pueblo en las fiestas de agosto. También está vinculada con la localidad italiana de Villa Felice desde 2003.


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