Algunas de las obras más recientes de la ciudad sufren achaques prematuros

Grietas en el nuevo asfalto de Don Jaime I o la capa de cemento con que se ha ‘apañado’ Espoz y Mina evidencian que hay actuaciones que podrían hacerse con más esmero.

Lavado de cara de la plaza de Salamero. El Ayuntamiento vendió en mayo la remodelación de la céntrica plaza, en la que se introdujeron rampas y se mejoraron los bancos y los muretes de ladrillo. Se invirtieron 120.000 euros, pero las deficiencias aún son notables.
Lavado de cara de la plaza de Salamero. El Ayuntamiento vendió en mayo la remodelación de la céntrica plaza, en la que se introdujeron rampas y se mejoraron los bancos y los muretes de ladrillo. Se invirtieron 120.000 euros, pero las deficiencias aún son
Heraldo

Baches, alcorques vacíos, baldosas sueltas... Aunque muchos vecinos se quejan de la falta de inversiones en los barrios, también da rabia cuando finalmente se hace un arreglo y este –ay, dolor– apenas aguanta unos días. Grietas que aparecen de forma precoz en una zona recién asfaltada o adoquines que bailan pese a haber sido colocados el día anterior son algunos de estos males dejan en evidencia el "urbanismo de las pequeñas cosas" que vende el gobierno municipal.

Uno de los casos más sangrantes es el de la céntrica calle de Espoz y Mina, donde se implantó un asfaltado especial, con aspecto de adoquinado, pero que en pocos meses ha habido que levantar para intervenir en las canalizaciones subterráneas. Una vez acabada la obra no se ha vuelto a cubrir la calle con el mimo requerido –se han olvidado del pavimento asfáltico y de las plantillas metálicas– y se ha rellenado con mero cemento, a pesar de que en febrero se invirtieron 40.000 euros para embellecer la vía. El despropósito queda, para más inri, a las puertas del Museo Goya.

En Espoz y Mina se elevó la cota de la calzada de modo que queda una plataforma única, como ha anunciado ZEC que lleva intención de hacer en todo el Casco Histórico. Sin embargo, las obras deberían ser algo más finas y con menos prisas que las que acaban de concluirse en Don Jaime I, donde –sin que siquiera hubieran pasado autobuses– ya había zonas del nuevo asfalto resquebrajado. Los comerciantes de la parte más cercana a Echegaray se quejan, además, de que no hay suficientes desagües y que cuando caen cuatro gotas se forman charcos.

Es una práctica habitual que muchos de los problemas por los que preguntan los grupos de la oposición en las comisiones de Urbanismo esa misma semana, por arte de birlibirloque, se solucionan. Sucedió así con unos boquetes en las calzadas de Gran Vía o, más recientemente, con una cuestión de la socialista Lola Ranera, que preguntó por qué no se retiraba un árbol de gran porte caído en la avenida de San Juan de la Peña tras las tormentas de julio y que, oh sorpresa, tras cuatro meses de olvido, las brigadas trocearon y se lo llevaron el día anterior a la comisión.

¿Otras inversiones relevantes que se han puesto en entredicho? La reforma de Antonio Leyva es quizá una de las obras más ambiciosas que ha afrontado el gobierno municipal, que no esconde su preocupación por el aumento de la siniestralidad en esta arteria del Oliver.

Aunque en el lavado de cara de la calle se invirtieron 760.000 euros para renovar las redes de vertido, el alumbrado, las aceras y la calzada, los vecinos denuncian la falta de seguridad y exigen badenes y más elementos para reducir la velocidad. La calle se ha convertido en una vía de dos carriles y sentido único limitada a 30 km/h, aunque la señalización es deficiente y se han producido varios atropellos, uno de ellos mortal.

El grupo municipal del PP lleva meses pidiendo mejoras en la plaza de la Reina Sofía y en el área de juegos de la del Rosario –por donde pasan coches y no hay vallas que segreguen la zona infantil–, si bien destacan lo mucho que ha tardado en llegar la mejora a los parterres en la traza del tranvía. Han sido más de quince meses de espera tras las primeras promesas y aún hoy hay zonas de Gran Vía donde persisten las mantas negras, las piedritas blancas y un puñado de tristes cintas vegetales.

Un caso semejante se da en la plaza de Salamero –donde en mayo se anunciaron mejoras valoradas en 120.000 € que no han acabado con las deficiencias– y en la plaza de Santa Engracia, donde hace ocho meses se colocaron unas vallas para evitar un área de baldosas levantadas por las raíces de los árboles, pero las barreras han desaparecido y el pavimento no se ha arreglado. Las brigadas de Conservación reparan anualmente más de 8.000 m2 de embaldosados, pero siguen sin dar abasto para arreglar baches, boquetes y adoquines levantados. Las cintas adhesivas y la pintura fosforita que marcan adoquines sueltos son un mal común y muy extendido –valgan los botones de muestra de la plaza de los Sitios o la calle de San Miguel–, pero estas advertencias se eternizan sin que lleguen a arreglarse.

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