La bordadora del mantón de Manila

Quedan muy pocos artesanos que lo borden en España. Ángeles Espinar obtuvo por ello en 2007 la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes.

La bordadora del mantón de manila
La bordadora del mantón de manila
Chema Soler

Siete niñas sentadas en un patio dejan la labor por un momento y miran a la cámara. Sus manos se detienen y de sus dedos penden los hilos con los que aprendieron a hacer magia. Con ellos, consiguen que broten flores de colores de la seda que hay sobre el mantel. Siete niñas de los años 50 que en un pueblo andaluz hacen mantones de Manila. Entonces todavía abundaban las fábricas en Sevilla y eran muchos los pueblos de la zona en los que sus mujeres aprendían un arte que hoy, casi 70 años después, está en España al borde de la desaparición.

Encontrar artesanos del mantón de Manila en Aragón resultó ser una quimera. Lucen en los escaparates los importados desde China; los de antes se mueven con ímpetu en los mercados de antigüedades y las baturras más afortunadas lucen con orgullo las herencias familiares. Pero para hallar a un artista del mantón que mantenga todavía la vista y la tradición ha habido que ampliar el radio hasta casi salirse del mapa. A 900 kilómetros de aquí aparece Villamanrique de la Condesa, el pueblo sevillano en el que fue tomada esa fotografía hace casi 70 años y en el que la tercera niña por la izquierda ha vivido empeñada en enaltecer el oficio que heredó de su madre.

Ángeles Espinar se estableció por su cuenta en 1979. Cuando las fábricas de Sevilla ya habían emprendido la desbandada, las nuevas generaciones daban la espalda a la costura y lo que se bordaba había perdido riqueza en el detalle y el número de puntadas. Ella vio venir lo inevitable y se obcecó en justo lo contrario. En proteger el bordado antiguo y recuperar los dibujos definidos mientras se permitía la licencia de innovar en la procedencia de las sedas y los tonos de los tintes. Abrió un taller, decidió que cada mantón lo bordaría una única costurera y dedicó tiempo a detectar y fomentar el talento entre las jóvenes del pueblo. Y así, poco a poco, Ángeles Espinar fue hilvanando una carrera que la llevó a obtener en el año 2007 la Medalla de Oro al Mérito en Bellas Artes por su dedicación a la conservación y difusión del patrimonio artesanal.

Hoy tiene 81 años y sigue controlando todo lo que ocurre en el taller que ahora regenta su hija, María José Sánchez Espinar, y del que todavía salen cada año unas cuantas joyas realizadas por encargo. Mantones de manila que llevan hasta seis meses de trabajo. "Ella empezó a traer telas italianas de seda natural y colores totalmente diferentes a los de los mantones típicos que se estaban haciendo a finales de los 70. Por entonces, prácticamente todo era en crudo y en negro. Ella trajo turquesas, rojos, corales, fucsias... algo totalmente renovado", cuenta la hija acerca de esa bordadora de la foto que es su madre.

"Su afán era recuperar los dibujos bonitos que se habían ido distorsionando y marcar la puntada antigua para devolver la calidad a lo que se hacía", cuenta María José orgullosa. En el año 79 Ángeles Espinar ya montó su primera exposición. Desde entonces, ha tenido clientes de todo tipo: casa reales de España y de Inglaterra, Camilla Parker, Cindy Crawford...

A día de hoy, María José está volcada en el diseño de las formas y colores y sigue contando con seis bordadoras del pueblo que trabajan desde casa. "En tiempos teníamos cien porque antes todo el mundo sabía bordar y era una aportación extra que hacía la mujer a la economía familiar. Ahora, cada vez es menos frecuente y las que sabían han ido perdiendo la vista...", lamenta la andaluza.

De hecho, su madre impulsó una escuela en la que veinte mujeres se formaron durante todo un año pero después resultó que ninguna quiso seguir en el oficio porque, según dice Espinar, no está valorado ni pagado. Sus mantones cuestan entre los 500 y los 5.000 euros, en función del tamaño y el modelo. El bordado de los más grandes puede llevar unos cinco meses completos de trabajo a una persona, a lo que habría que añadir otro mes más para meter el fleco. Por eso, del taller de Ángeles Espinar salen entre ocho y diez mantones de manila al año y hay lista de espera. "Lo bonito es que a los clientes no les importa esperar porque saben que van a tener una joya para toda la vida", reconoce.

Además de "innumerables artistas nacionales e internacionales", María José asegura que en todos estos años han recibido varios encargos desde Aragón. Por eso, está convencida de que este día 12 habrá creaciones suyas luciendo sobre los hombros de alguna baturra que lleve sus flores a la Virgen del Pilar.

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