El túnel del tiempo que termina en el casco viejo del Arrabal

Cromatismo y un aire bucólico dan personalidad a este rincón de la capital aragonesa, un núcleo urbano del siglo XVIII que se ubica a un paso del Ebro

El túnel del tiempo que termina en el casco viejo del Arrabal
El túnel del tiempo que termina en el casco viejo del Arrabal

Un paseo de unos ocho minutos separa la plaza del Pilar de un lugar de Zaragoza que guarda la apariencia de hace siglos, que se ha mantenido entre altos edificios. A diferencia de los anteriores, la mayoría de las casas del casco viejo del barrio del Arrabal solo levantan dos o tres plantas del suelo.

Esa es la altura que predomina en la plaza de la Mesa. Cuatro o cinco parcelas dan forma cuadrangular a este recóndito rincón, con una única vía de acceso. Si se mira hacia arriba se ven, por encima de los tejados, las viviendas de calles aledañas como Sobrarbe o Sixto Celorrio. “Presenta edificios tradicionales de la arquitectura popular aragonesa del siglo XVIII de tres plantas con granero”, según se cita en la Guía Turística del Arrabal. Su nombre se debe al pasado agrario de la zona. “Al atardecer se colocaba una mesa para hacer la contratación de los jornales agrícolas, fue elegida por su excepcional acústica”, se indica en la misma guía.

Muy cerca de este espacio se descubre entre las fachadas un vano, a mitad de la calle del Horno. Se trata del callejón de Lucas. “Es la única calle cubierta de Zaragoza”, señala Rafael Tejedor, presidente de la Asociación de Vecinos Tío Jorge – Arrabal. A través de este pasadizo se llega a una manzana interior de viviendas del siglo XVIII. Las paredes son de ladrillo y está cubierto con la tradicional estructura de troncos de madera. “Un rincón único y mágico”, referencia la guía.

Si se continúa el paseo por la calle del Horno se llega a la confluencia de Manuel Lacruz y Mariano Gracia. Esta calle, que conecta el corazón del Arrabal con la plaza de San Gregorio, también es llamada la de las ranas. “Antiguamente había una acequia que pertenecía al término del Rabal, que abasteció hasta la construcción del tranvía, a principios de los 1900”, relata Tejedor. Precisamente Mariano Gracia era el señor que se dedicaba a coger ranas, de ahí el nombre de la vía. Todavía queda alguno de estos anfibios por allí. Están en las fachadas, llevan la firma de Arrudi y los colocaron sus vecinos hace unos años en referencia a esta historia.

Las fachadas de este barrio son un libro abierto y el 80% de ellas están protegidas medioamentalmente. En una pared de la calle de Jorge Ibort una placa recuerda al Tío Jorge, conocido defensor de Zaragoza durante la Guerra de la Independencia. “Espejo del patriotismo en el alzamiento de Zaragoza”, reza la inscripción. “Fue inaugurada por Alfonso XIII, el 15 de junio de 1908 y evoca al lugar donde nació el héroe”, relata el presidente de la entidad vecinal. Se encuentra casi en la esquina con la plaza del Rosario, considerado el centro neurálgico de este casco histórico. Al otro lado está la calle de Villacampa, donde se ubicó la casa de la familia Ferrer, alcalde del barrio desde que mostró fidelidad al rey durante el motín del pan, en 1766. “En la fachada está el escudo de Broqueleros, el único que se conserva en Zaragoza”, cuenta Rafael. En las proximidades de ese solar hace unas décadas se descubrieron vestigios romanos. “Los estudios arqueológicos apuntaron que se podía tratar de un templo funerario, dado que se ubicaba fuera de la urbe”, recuerda Tejedor.

La vida rabalera

“Se ha ido perdiendo, pero antes eran todos familias conocidas, de toda vida”, relata el presidente y vecino del barrio desde niño. Los rabaleros iban los domingos a misa a la parroquia de Altabás. Primero a la que estaba junto al puente de Piedra, hasta que los franceses volaron en 1813 la última arcada con su marcha, y con ella la iglesia. Después y durante ochenta años se ofició en unos locales parroquiales, hasta que se construyó el templo actual. Los niños del Arrabal acudían a la escuela de doña Matilde Sangüesa, en la zona de la calle de Sixto Celorrio, o al Colegio Público Cándido Domingo, que ya ha superado el centenario.

Una vida diferente a la de otras zonas de la ciudad, con más tráfico, otro tipo de oficios o que fue cambiando a la vez que se pasaban las hojas del calendario. Tal y como se cita en la Guía Turística del Arrabal, esta zona “permite conocer la evolución de la ciudad desde una perspectiva histórico y etnológica”.

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