Una guía de instrucciones de 1895

El Mercado Central ha emprendido una ambiciosa reforma pero muchos de sus detalles siguen siendo una incógnita. Los arquitectos y restauradores echan mano del proyecto original manuscrito de Félix Navarro (de hace 123 años) para desentrañar algunos misterios.

Uno de los alzados que aparecen en el proyecto original del Mercado Central manuscrito por Félix Navarro.
Uno de los alzados que aparecen en el proyecto original del Mercado Central manuscrito por Félix Navarro.

Si nada se tuerce, el verano que viene se estrenará el nuevo Mercado Central. Esta semana se demolió el último de los puestos que quedaban en pie y ahora puede apreciarse la estructura diáfana tal y como la concibió el arquitecto Félix Navarro allá por 1895. Aunque la lonja se inauguró ocho años más tarde, esta es la fecha del proyecto de obra original que se conserva en el Archivo Municipal y del que, 123 años después, están echando mano los arquitectos y restauradores actuales para desentrañar algunos detalles. Sirva el botón de muestra de que sobre las columnas de forja se han hallado hasta catorce manos de pintura diferentes y, en realidad, poco se sabe de cuál era el color primigenio.

"Félix Navarro se explayó en descripciones y explicaciones en la memoria del proyecto manuscrita", explica José Antonio Aranaz, arquitecto municipal y director del proyecto de rehabilitación, que ha pasado horas buceando en esta documentación. En el proyecto de 1895 se incluye el presupuesto pormenorizado de todos los elementos de la lonja (véase que las hornacinas arabescas costaban 200 pesetas la unidad) y se ofrece, incluso, los planos de plantas y alzados de las casas que tuvieron que expropiarse y el croquis auxiliar de los puestos.

"Se refiere a las puertas de entrada como una suerte de ‘arcos del triunfo’ e insiste en que el mercado debe tener esplendor, si bien combinado con la sencillez y la higiene que exige cualquier lonja", continúa Aranaz. En los planos originales aparece dibujada una fuente en la plaza central de la lonja que, en realidad, nunca llegó a existir. En su lugar, en algunos documentos antiguos se ve una hornacina con una Virgen del Pilar. "Una cosa es el proyecto y otra la ejecución de la obra", explican los técnicos, que cuentan también que en los planos aparece un gran colector de vertido justo debajo de la nave principal, "pero después hemos descubierto que se construyó en un lateral". Lo más probable es que, cuando se pusieron a cavar, se dieron cuenta de que la muralla romana estaba en el subsuelo. Parte de estos vestigios se dinamitaron, lo que no fue óbice para que, en 1978, el edificio fuera designado Monumento Histórico Nacional.

"La humedad malsana"

HERALDO, en junio de 1903, celebraba la inauguración del nuevo mercado tras "vencer todas las dificultades legales y escrituras enredadas". Se cuenta cómo hubo que expropiar numerosas casas "que contaban como espinazo el cimiento de la propia muralla romana" y que la obra costó más de cuatro millones de pesetas de la época. Dado que en origen en el mismo espacio ya existía un mercado al aire libre, "con toldos y garitas", lo que más sorprendió en la época fue que se creara una tapia de saneamiento "que aísla el sótano de toda malsana humedad del terreno exterior". No obstante, Navarro también explica que "todo se ha hecho a prueba de agua", pues "los encierros de mercancía tienen rastrillos de hierro para sostenerlos en alto y permitir el riego del suelo". Como curiosidad, en la crónica de la inauguración se cuenta que se decretó que "la rotura intencionada de un cristal, por exceder su precio las 50 pesetas, entraña la formación de causa criminal".

Muchas de las pequeñas perlas que Navarro engarzó con mimo y sutileza a comienzos del siglo XX volverán a brillar con luz propia después de la reforma. El exceso de puestos impedía que los visitantes prestaran atención a detalles del forjado, las ramas de olivo en las basas de las columnas o a los pilares de fundición. Además, la suciedad de las mamparas colocadas en 1986 restaban luz y ocultaban atractivos como los 42 tarjetones esmaltados o las decoraciones alusivas al dios Mercurio, protector del comercio, obra de Jaime Lluch, que ya había trabajado en Zaragoza bajo las órdenes de Ricardo Magdalena en las esculturas del Paraninfo. Con el verbo florido propio de la época, en la introducción de su proyecto, Navarro expresa el deseo de "suficiencia del nuevo mercado para la actual Zaragoza" pero también especula con que en el futuro pudiera requerir ampliaciones. "¡Ojalá en un porvenir cercano!", escribe, sin sospechar que 123 años después su ‘criatura’ seguiría dando guerra.

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