El 'caminico' de Torrero que se convirtió al modernismo

Ejemplos de la mejor arquitectura zaragozana se encuentran en este señorial paseo que se diseñó en 1900 para la burguesía, que huía de la saturación intramuros.

En la Zaragoza del siglo XVIII, todavía rodeada de murallas y puertas, nació el ‘caminico’ de Torrero, inmortalizado en una conocida jota, y uno de los paseos más populares en la sociedad de la época. A él se llegaba cruzando el río Huerva –obviamente sin techumbre que lo ocultara–, y llegaba hasta el barrio que adoptó el nombre de una familia de Luna, los Torrero, que se afincó siglos atrás donde ahora está el cementerio. Hoy se conoce como paseo de Sagasta, y es una de las vías con más historia, arte y distinción de la capital aragonesa, pese a perder en el camino importantes atractivos.

La avenida, como tal, se empieza a parecer a su actual diseño en 1900, cuando el arquitecto municipal Ricardo Magdalena definió el ensanche hacia el sur. Zaragoza vivía un veloz proceso de crecimiento económico y demográfico, que le llevó a duplicar su población en apenas tres décadas. "Los límites tradicionales de la ciudad se mostraban insuficientes para acoger a la población y a la incipiente industria, y se produjo una tendencia natural de asentamiento extramuros", apunta Ascensión Hernández, historiadora del arte, en su estudio sobre ‘La planificación urbana en Zaragoza a comienzos del siglo XX’.

Zaragoza calle a calle: Paseo de Sagasta

En aquella época se ubicaban en la zona, tras la puerta de Santa Engracia –derribada en 1904–, las nuevas industrias como los talleres de fundición Averly o Rodón, así como la facultad de Medicina y Ciencias (Paraninfo) y un velódromo con gran tirón entre los zaragozanos, que se localizaba en la esquina entre Sagasta y Gran Vía y que fue finalmente borrado del mapa en 1920. "La burguesía zaragozana fue la que escogió como residencia excepcional el paseo de Sagasta, impulsando su urbanización e imponiendo sus criterios a los del Ayuntamiento", refleja Hernández.

Tranvías, colegios y chalés

De aquel ‘caminico’ de Torrero al actual Sagasta muchas cosas han cambiado. Para empezar, el nombre. En los años 30 se rebautizó como avenida de la República, y en 1938, como paseo del general Mola. Con la llegada de la democracia se restituyó el nombre del político. También ha ido mutando la fisionomía de la calle, aunque su característico bulevar sigue siendo, desde su origen, uno de sus mayores activos. En la zona se establecieron varios colegios, se abrió la línea 3 del tranvía hasta Torrero en 1885 (se electrificó apenas una década después) y en sus orillas se localizaban torres o casas de campo.

Con el rediseño de Magdalena, las familias más adineradas comenzaron a influir en la zona. Tanto que, como demuestran las imágenes de la época que conserva el archivo municipal, los carruajes funerarios que se dirigían al cementerio de Torrero daban un rodeo por la avenida de San José, para no ‘enturbiar’ el aire solemne de Sagasta.

En la acera de los impares se elevaron edificios de gran valor arquitectónico, la mayoría modernistas, que todavía se conservan. Es el caso de la Casa Juncosa (en el número 11) levantada en 1903 y declarada de Interés Monumental, no solo por su fachada, sino por el detallista tratamiento que se dio a su interior.

Lo mismo ocurre si uno se adentra en el edificio de Regino Borobio de 1930, en el número 7, y donde se ubica el Instituto Francés de Zaragoza, que cuenta con más de 850 alumnos. Su directora, Laure Vázquez, presume de contar, desde hace 47 años, con una sede con suelo de mosaico, capilla propia y "uno de los últimos portales con patio de caballos" de la ciudad.

Familias de gran poder económico construyeron edificios en esta zona para ocupar la planta ‘principal’, de ahí esta denominación, y alquilar el resto de alturas. En el ático se reservaban habitaciones humildes para el servicio.

Casa Retuerta (nº 13) y Casa Corsini (nº 19) son otros ejemplos de la arquitectura modernista de Sagasta. Hasta doce inmuebles ubicados en esta orilla del paseo cuentan con especial protección, a los que hay que sumar otros nueve en el lado de enfrente, el de los pares. En este caso, se elevaron villas y chalés de los que hoy solo quedan dos: la antigua clínica del doctor Lozano (nº 22) y el colegio mayor La Anunciata (nº 44).

La transformación

"Algunas de estas familias vivían del campo y, al tener un cierto declive, no pudieron mantener sus villas. A cambio hicieron pisos horrorosos que destrozaron la imagen del paseo", lamenta Jerónimo Ors, hijo de la farmacéutica y cosmetóloga Paquita Ors, y que regenta uno de los negocios familiares con más solera de la ciudad. "Echo de menos esos palacetes, estaban un poco derrumbados pero le daban un encanto especial", comenta.

Vive en el paseo desde hace décadas, recuerda su "aire somnoliento y melancólico", y que "no había casi comercio, tan solo la pastelería Molinos". A su juicio, Sagasta "fue cambiando con El Corte Inglés y con la llegada de negocios al paseo de las Damas, donde antes solo estaba Gilca".

Como él, el arquitecto Luis Franco reside en el antiguo camino de Torrero. "El Sagasta que yo conocí era el que me llevaba al colegio en la plaza de Paraíso y era de chalés, villas, casas de los años 30 y 40, la sede de la CHE... era un bulevar con tranvía y muy tranquilo que poco a poco se fue transformando", relata. Pero si algo destaca de su calle es el arbolado, con algunos de los ejemplares más antiguos de Zaragoza, porque "caracterizan al paseo y son fundamentales en cualquier ciudad, dan la escala humana".

En cualquier caso, esa evolución histórica de la vía se ve clara, por ejemplo, en el número 52, donde se ubicaba uno de los grandes caserones del paseo. De 212 metros cuadrados y 962 de jardín, fue construida en 1919 por encargo de Luis López Ferrer al arquitecto Teodoro Ríos Balaguer, responsable, entre otros trabajos, de la consolidación y embellecimiento del templo del Pilar. Tras varias ventas, la finca acabó en manos del Ministerio de Vivienda, pero entre 1987 y 1993 fue ‘okupada’ por colectivos antimilitaristas en lo que pasó a conocerse como la Casa de la Paz. Tras su clausura se construyó el centro de salud de Sagasta.

Los negocios también han ido y vuelto en este gran bulevar. En 1985, por ejemplo, se estableció la primera cadena americana de hamburgueserías en la ciudad en el cruce con León XIII. Y los cines fueron parte de su ADN hasta no hace tanto tiempo. El Mola, con un aforo de casi mil espectadores, cerró sus puertas en abril de 2005, mientras que el Elíseos proyectó su última película (‘Marsella’, de Belén Macías) el 7 de agosto de 2014. Había sido inaugurado 70 años antes.

Ahora la actualidad de Sagasta gira en torno a la movilidad. Esta semana se ha estrenado el trazado completo del carril bici que conecta el centro de la ciudad con el parque Pignatelli, con un doble objetivo por parte del Ayuntamiento: dar servicio a la demanda ciclista de Torrero y reducir el espacio del vehículo privado.

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