Un Gran Prix para el fin de fiesta

Quinto despidió sus festejos con el conocido concurso en la plaza de toros y la clásica traca final nocturna

Durante un concurso del Gran Prix de Quinto, la vaquilla aprovechó un momento de descuido para saltar dentro de la piscina.
Un Gran Prix para el fin de fiesta
Asier Alcorta

Los quintanos acabaron ayer sus fiestas en honor a Santa Ana casi con el mismo ánimo que como empezaron. Las vaquillas fueron protagonistas una tarde más en el centro del municipio, donde tuvo lugar el Gran Prix, organizado para los más jóvenes y ágiles. A pesar del reciente fallecimiento de un vecino de la localidad de avanzada edad, los actos programados para la jornada siguieron su curso normal, con cierto retraso en el concurso de la plaza taurina. «Era muy conocido y querido en el pueblo, pero son cosas de la vida y de la edad:unos se van y otros tienen que seguir», comentaba otro vecino.


El funeral provocó que los actos comenzaran con media hora de retraso, pero aún así la charanga sonó, el público se animó y los presentes pudieron pasar un día agradable, en el que no faltaron las sonrisas, porque los quintanos no permitieron que el buen humor se apagase en la despedida de sus fiestas. Antes de comenzar los juegos, no obstante, todos guardaron un minuto de silencio.


La plaza de toros de Quinto se llenó hasta tres cuartos de su capacidad, pero no por falta de gente, sino porque la zona de sombra estaba demandada y concurrida. Al mirar al público con vista ancha, y a nadie en concreto, lo que más se veía eran manos extendidas con un dedo apuntando, mientras la otra tapaba la risa de la boca. El público disfrutó con los chavales que provocaban y huían de la vaca para intentar alzarse vencedores en las distintas pruebas del Gran Prix en su versión local.


Primero tuvieron que construir un arco de corcho blanco y hacer pasar a la vaquilla por debajo; después, con aletas incluidas, pescaron pelotas de una piscina colocada en el centro de la plaza, mientras la bestia incordiaba; ya sin vaca, pero sin quitarse las torpes aletas, los participantes hicieron de camareros llevando una litrona con agua en el fútil intento de no derramar ni una gota; y por último, los clásicos bolos humanos que, debido a la estructura endeble sobre la cual se colocaron, se caían sin necesidad de derribarlos.


Los vecinos terminaron la jornada con pasacalles, cabezudos incluidos, y sonando la alegre charanga de ‘La Sentada’. Más tarde, en el salón social La Codera se reunieron para celebrar una última cena popular en honor a Santa Ana. A medianoche, las majas despidieron desde el balcón del Ayuntamiento los festejos al ruido de la traca final.