El preso Benito Ortiz Perea relata su fuga a HERALDO: "Bajé por el río Gállego subido en un neumático"

El peligroso atracador de bancos zaragozano relata por primera vez cómo pasó los 35 días que estuvo huyendo de la Policía y la Guardia Civil tras escaparse de una ambulancia cuando lo llevaban a la prisión de Zuera.

Benito Órtiz Perea, con el pelo teñido, tras ser detenido en la estación de Delicias de Zaragoza el pasado 3 de octubre.
Benito Órtiz Perea, con el pelo teñido, tras ser detenido en la estación de Delicias de Zaragoza el pasado 3 de octubre.
Policía Nacional

Vio la oportunidad y la aprovechó. Tras pasar en prisión 36 de sus 60 años de vida y con una pena todavía sin cumplir de otros 25, Benito Ortiz Perea no se lo pensó dos veces. "Estaba muy malo, recién operado y me dejaron flojas las esposas, así que solo tuve que empujarlas hacia abajo. Sabía que el de la ambulancia era nuevo, porque le oí preguntar cómo se iba a la cárcel de Zuera. Y como me pareció que en la garita de la Guardia Civil no había nadie, abrí la puerta lateral y salí corriendo". Lo cuenta por primera vez el propio preso, respondiendo a las preguntas que HERALDO DE ARAGÓN le hizo llegar esta semana a la cárcel de Zuera.

Pasada la medianoche del 29 de agosto comenzaba una fuga, según el recluso "improvisada", que habría de durar 35 días y a la que puso fin la Policía Nacional el 3 de octubre en la estación de Delicias de Zaragoza. Durante este tiempo, Benito Ortiz, que cumplirá 61 años el próximo noviembre, puso en práctica todos los conocimientos acumulados en una vida carcelaria y de pura supervivencia.

Para empezar, y tras saltar, dice, "tres vallas" (siempre se había hablado de una puerta de dos metros), lo primero que hizo fue aprovechar la oscuridad de la noche para agazaparse entre los matorrales, "a escasos 20 o 30 metros" de la prisión. "Veía a los guardias que me buscaban a pie y cómo los patrols salían en mi busca", recuerda. Cuando se sintió seguro, comenzó a andar por el monte y los campos en dirección a Huesca, donde tiene bastantes conocidos.

'Enterrado' en tuberías por el día

"Me enterraba (se ocultaba dentro de las tuberías) por el día para que no me viera el helicóptero y caminaba de noche. Estaba todo infestado de guardias civiles y me di cuenta de que podían estar siguiendo mi rastro", relata desde la cárcel. Esto le hizo pensar que tenía pocas posibilidades de llegar a Huesca y optó por darse la vuelta y dirigir sus pasos de nuevo hacia Zaragoza.

Asegura que tardó "dos noches y dos días" en acercarse a la capital aragonesa, "siempre improvisando" en función de lo que se encontraba por el camino. "Me di cuenta de que eran fiestas en Zuera por los fuegos artificiales, por lo que cambié de trayectoria", explica. En esta huida desesperada, se alimentó de "almendras, uvas y moras" que cogía por los campos y "bebía en abrevaderos de ganado".

Su instinto de supervivencia le hizo ver un sistema de transporte donde otros solo verían un deshecho: "Encontré un neumático y lo usé para bajar por el río Gállego. Iba desnudo y me venía muy bien para la fístula que me habían operado, porque el agua estaba bastante fresca", cuenta sin tapujos.

Casi se ahoga al cruzar el Ebro

Caminando por la orilla o subido en el flotador, así llegó a Montañana, Santa Isabel y Movera. Más problemático le resultó pasar el Ebro: "Lo crucé a nado y casi me ahogo, porque bajaba bastante crecido". Según relata, su periplo continuó por La Cartuja, barrio que bordeó por el Canal Imperial, el Cuarto Cinturón, el cementerio de Torrero y los pinares de Venecia. Encaminó sus pasos hacia Cuarte de Huerva, donde le aguardaba algo que podía asegurarle el éxito de su fuga: una cartera con 500 € escondida bajo unas piedras.

Cuando tuvo el dinero, cogió un taxi en la Fuente de la Junquera (donde dice que incluso comió algo en un asador) y pidió al conductor que lo llevara hasta el paseo de Cuéllar. Deambuló por el barrio y aprovechó para comprar comida, ropa e incluso un tinte para el pelo en las tiendas de Torrero. Sin embargo, asegura que un día sintió que le reconocían un par de personas y decidió cambiar de planes y encaminarse hacia la estación de Delicias. Sabía que allí había siempre Policía, pero arriesgó y se equivocó.

Según Ortiz Perea, el regreso a la prisión de Zuera "ha sido duro". Desde que llegó, está en la enfermería y le toca cumplir la sanción que le impusieron por fugarse. "Siete fines de semana en aislamiento", cuenta su abogado, Marco Antonio Navarro. Ortiz Perea asegura que pese a llevar varias décadas preso, siempre se ha comportado bien y nunca le habían abierto un parte. Ahora, el interno está en huelga de hambre por la forma en que, según él, le trataron tras su captura. "Me apretaron tanto las esposas en el furgón que no sentía las manos", explica en la denuncia que ha presentado contra varios guardia civiles. Dice también que le dieron "golpes y puñetazos", algo que ahora habrá que investigar.

"No ha merecido la pena"

El histórico atracador zaragozano Benito Ortiz Pérez, con más de 40 causas a sus espaldas (entre sus antecedentes figuran tentativa de homicidio, detención ilegal, dos robos con violencia e intimidación o falsificación documental) y que ha pasado los últimos 17 años en la cárcel de Zuera, admite que "no ha merecido la pena esta vida de delincuencia". Recuerda con nostalgia a su madre, Trinidad, que falleció en un accidente de tráfico, y a su padre, Pedro, muerto de un disparo en un riñón que el propio Benito Ortiz reconoce que vengó.

Una vida de violencia en el seno de una familia que ha causado muerte, sufrimientos y miedo a muchas personas. A los hermanos Ortiz Perea les precede su fama de violentos. Antonio (fallecido en la cárcel de Zuera en extrañas circunstancias) fue detenido en 1986 en Valencia junto a dos de sus primos por el atraco a un banco. En la huida se registró un tiroteo con la Policía en el que murió José Luis Riestras, un agente de tan solo 26 años.

El clan se ha dedicado fundamentalmente a atracar bancos para vivir y financiar su adicción a la heroína y no ha tenido problema en tirar de pistola e incluso de ‘escorpión’, como llaman a la metralleta, si se cruzaban las cosas. El último ‘palo’ que dieron fue en Huesca y casi le cuesta la vida al dueño de una armería y han marcado para siempre la de la joven zaragozana que secuestraron para usar su coche.

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