El Pilar y la monja de Ágreda

La vasta obra de María Coronel, sor María Jesús de Ágreda, basada en revelaciones directas de María en el siglo XVII, ha influido grandemente en la tradición pilarista.

Primera página del Libro Séptimo de la extensa obra de María Coronel.
Primera página del Libro Séptimo de la extensa obra de María Coronel.
HERALDO

La fiesta de Santa María del Pilar se celebra el 12 de octubre porque en ese día renació la iglesia de Zaragoza, al ser consagrada la nueva catedral de la Seo en 1119 tras la conquista de la ciudad por Alfonso I diez meses antes. No obstante, la fecha de la venida de la Virgen se conmemora el 2 de enero, que debería ser propiamente el Día del Pilar.

La explicación de la discrepancia está en las visiones celestes de la monja soriana María Coronel, cuyos escritos fueron muy populares tras su edición póstuma y quitadas las tachas que hizo la Inquisición. María Jesús de Ágreda (su nombre religioso), villa de la que nunca salió, fue confidente de Felipe IV. Murió en 1665. Compuso, entre otras, la extensa obra (la edición de 1860 tiene siete tomos) ‘Mística Ciudad de Dios, Milagro de su omnipotencia y Abismo de la gracia’, cuyo quid reside en que narra la vida de María, solo que «dictada y manifestada en estos últimos siglos por la misma Señora a su esclava Sor María de Jesús (…) para nueva luz del mundo, alegría de la Iglesia católica y confianza de los mortales». Publicada en 1670, se ha reeditado docenas de veces en variedad de lenguas. Hay quien no cree ni una palabra.

María le fue revelando un sinfín de cosas, incluida su visita en vida a Zaragoza. Según el relato, luego tan popular, Santiago había estado en Andalucía, Toledo, Portugal, Galicia, Astorga, Logroño y Tudela, «dejando discípulos por Obispos», cuando Jesús baja del cielo para solicitar a su madre un servicio: Santiago debe regresar a Jerusalén, a sufrir martirio. «Quiero, Madre mía, que vayáis a Zaragoza y le ordenéis que vuelva y antes que parta de aquella ciudad edifique en ella un templo en honra y título de vuestro nombre, donde seáis venerada e invocada para beneficio de aquel reino (…)». Jesús promete que velará por quienes allí recen. María emprende el viaje «en alma y cuerpo mortal» llevada por coros angélicos que cantan el Ave María, la Salve y el Regina Coeli.

2 de enero, a media noche

Cerca de la media noche, Santiago y los suyos, «arrimados al muro que correspondía a las márgenes del río Ebro», vieron un intenso fulgor «como un gran globo», en cuyo interior «traían los Ángeles prevenida una pequeña columna de mármol o de jaspe, y de otra materia diferente habían formado una imagen no grande de la Reina del cielo». María dejó esos presentes como testimonio de la promesa divina: «Quedará aquí esta columna y colocada mi propia imagen, que en este lugar donde edificaréis mi templo perseverará y durará con la santa fe hasta el fin del mundo. (...) Y habiéndole hecho este servicio partiréis a Jerusalén, donde mi Hijo santísimo quiere que le ofrezcáis el sacrificio de vuestra vida en el mismo lugar en que dio la suya para la Redención humana. Dio fin la gran Reina a su razonamiento, mandando a los Ángeles que colocasen la columna y sobre ella la santa Imagen en el mismo lugar y puesto que hoy están, y así lo ejecutaron en un momento. (…) Santiago se postró en tierra, y los Ángeles con nuevos cánticos celebraron los primeros con el mismo Apóstol la nueva y primera dedicación de Templo que se instituyó en el orbe después de la Redención humana y en nombre de la gran Señora del cielo y tierra. Este fue el origen felicísimo del santuario de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza, que con justa razón se llama cámara angelical (…)». Santiago pidió a María «el amparo de este reino de España con especial protección, y mucho más de aquel lugar consagrado a su devoción y nombre. Y todo se lo ofreció la divina Madre, y dándole de nuevo su bendición, la volvieron los Ángeles a Jerusalén».

Y concluye: «Sucedió este milagroso aparecimiento de María santísima en Zaragoza, entrando el año del nacimiento de su Hijo nuestro Salvador de cuarenta, la segunda noche [entrada la noche] de dos de enero. Y desde la salida de Jerusalén a la predicación habían pasado cuatro años, cuatro meses y diez días, porque salió el Apóstol año de treinta y cinco, a veinte de agosto; y después del aparecimiento gastó en edificar el templo, en volver a Jerusalén y predicar, un año, dos meses y veinte y tres días; murió a los veinte y cinco de marzo del año cuarenta y uno. La gran Reina de los Ángeles, cuando se le apareció en Zaragoza, tenía de edad cincuenta y cuatro años, tres meses y veinte y cuatro días; y luego que volvió a Jerusalén partió a Efeso; al cuarto día se partió. De manera que se le dedicó este templo muchos años antes de su glorioso tránsito».

Este relato, con ventaja sobre los demás a pesar de sus anacronismos (no existía el reino de España; los cánticos angélicos que cita se compusieron siglos después; etc.), se impuso en la creencia popular y entre los clérigos y artistas que llevaron a cabo las obras del Pilar a partir de esas fechas. Por eso las visiones de María Coronel están plasmadas en diversos lugares del gran templo zaragozano.