Pilar de rezos y esperanzas

La bella imagen gótica de la Virgen del Pilar es la razón de toda la basílica.

La Virgen del Pilar
La Virgen del Pilar
Archivo Heraldo

Todo el templo y lo que hay en él perderían su sentido sin la talla en madera de la Virgen del Pilar, empequeñecida entre la columna, los mantos y la corona, elementos que le otorgan su característica imagen.

Sin embargo, en contraste con la intensa devoción que despierta en millones de personas de todo el mundo, es una de las piezas menos documentadas de las que integran el patrimonio de la basílica.

Según algunos estudios de la investigadora María del Carmen Lacarra, de la Universidad de Zaragoza, la escultura pudo haber sido obra de Juan de la Huerta en la primera mitad del siglo XV, que la talló, probablemente, en un taller de la Borgoña. Es muy representativa de la escultura gótica tardía, con un elevado grado de naturalismo en la expresión.

Se cree que la pieza actual sustituye a la Virgen original, quizá de la época en la que se sitúa la Venida, que presumiblemente ardió en el incendió que sufrió el templo en 1434-1435, que también destruyó el retablo de la capilla en la que se veneraba.

Tallada en madera, la imagen es de bulto redondo, con preeminencia de la vista frontal y mide 36 centímetros de altura. Representa a María como Reina y Madre, remarcándose la doble naturaleza por la corona. Va vestida con un atuendo gótico, de marcados pliegues, compuesto por una única pieza que sirve a la vez de manto y de tocado.

El Niño, sostenido por la mano izquierda de la madre, mira hacia el frente con gesto despreocupado. Al parecer, las partes visibles del cuerpo de la madre y del Niño estuvieron originalmente policromados, según se deduce de algunos restos de pintura naturalista.

La Virgen del Pilar con el niño
La Virgen del Pilar con el niño
Archivo Heraldo

En 1990, por iniciativa del Cabildo de Zaragoza, la Virgen del Pilar fue sometida a un minucioso y casi secreto proceso de restauración por parte del Instituto del Patrimonio Histórico Español.

El sustento de la devoción

La corona y la columna, a pesar de ser elementos separados de la imagen, forman un todo con la Virgen del Pilar, y con estos ‘accesorios’ aparece siempre en las múltiples reproducciones que abundan por doquier.

El pilar que sostiene a la Virgen, dando nombre a ella y al templo, es en realidad una columna -es decir, de base circular: los pilares tienen planta poligonal-, que, según la tradición, dejó la propia Virgen en su Venida. Esa misma tradición sostiene que nunca se ha movido del sitio en el que está ahora.

Según muchos fieles creen, la Virgen vino en carne mortal a la Cesaraugusta romana el 2 de enero del año 40, a ayudar al apóstol Santiago, que predicaba el cristianismo sin mucho éxito a orillas del río. Debido a esta arraigada creencia, las autoridades religiosas no han querido mover nunca la sagrada columna. Ni siquiera las obras de construcción de la actual basílica pudieron alterar su ubicación.

De hecho, uno de los requisitos que obligaron a los arquitectos a esmerar su ingenio fue que debían erigir la nueva construcción sin tocar en ningún momento la columna ni la Virgen, que pudo seguir siendo visitada por los devotos durante las obras. Ésa es la razón, asimismo, de que la última restauración de la talla, en 1990, se realizara con tanta discreción y cuidado.

En 1596, Felipe II donó dos ángeles de plata que, hasta el día de hoy, montan guardia de honor a la imagen sacra. Su autor fue el platero Diego Arnal. Al poco tiempo, el Cabildo ordenó poner dos cirios en los ángeles y, desde entonces, se instauró la tradición de reservar la cera más pura para los ángeles del camarín de la Virgen.

Otro de los elementos imprescindibles que acompañan la talla es la corona imperial, con una aureola de brillantes en su centro.

Vestiduras populares

Hace varios siglos, arraigó la costumbre de cubrir la columna con uno de los múltiples mantos que los fieles donan a su patrona, aunque un canónigo proponía, en una publicación de 1872, una rebaja en el entusiasmo de los creyentes con los mantos, pues era una lástima que tapasen el sagrado pilar: “Desde tiempos muy remotos -decía el citado canónigo, Gerardo Mullé, en la obra 'El templo del Pilar'-, pues todos los escritores lo refieren, se viene cubriendo el Pilar con los llamados mantos, que puestos parecen un cono truncado.

Antiguamente se colocaban tan altos, que sólo se descubrían las cabezas de la Virgen y el Niño, por lo que en las pinturas antiguas así se le representa. En el siglo precedente (el XVIII) y acaso a escitación (sic) de D. Ventura Rodríguez, se empezaron a colocar como ahora se ponen; y fuera de desear que si no quitarlos, por ser tan antigua la costumbre, al menos se bajasen hasta descubrir del todo la sagrada efigie”.

El Pilar tiene más de 450 mantos tejidos en telas nobles y donados por fieles individuales e instituciones de toda índole. Los únicos días en los que la Virgen se muestra sin manto son los 2, 12 y 20 de cada mes.

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