La reforma de Pignatelli dará una nueva vida al barrio de los chiflados

Los vecinos del paseo de Cuéllar, tradicional enlace entre el centro y el Canal, esperan que la rehabilitación del parque y de los depósitos revitalice esta zona de la ciudad.

La iglesia de San Antonio de Padua domina el paseo de Cuéllar
La iglesia de San Antonio de Padua domina el paseo de Cuéllar
Aránzazu Navarro

Enlace natural entre el Centro de Zaragoza y el Canal Imperial, el paseo de Cuéllar es una cuesta en forma de curva que en sus 650 metros de longitud no solo ‘abraza’ al parque Pignatelli, sino que esconde historias, anécdotas y patrimonio de gran valor. Por el desaparecido bar El Jardincillo se dejaba caer de joven el ahora rey emérito don Juan Carlos, mientras los vecinos de la zona disfrutaban de las películas de la época en el cine Torrero (en el número 24), ahora en manos de una productora audiovisual. Hoy los vecinos ven con "optimismo" la reforma del citado pulmón verde y de los depósitos, la gran obra que cambiará el rostro, una vez más, a esta arteria del sudeste de la ciudad.

"El origen del paseo se remonta a los siglos XVIII y XIX, como camino hacia el puerto de Torrero y el Canal. Allí había industrias, serrerías... era la continuación del actual paseo de Sagasta", explica Juan Carlos Crespo, de la asociación de vecinos de San José. Desde entonces, esta zona limítrofe de hasta cuatro distritos no ha dejado de mutar.

En torno a 1890 se comenzó a configurar allí el barrio de las Acacias, por el arbolado elegido para adornarlo. Eran las primeras construcciones residenciales en un lugar reservado hasta entonces a las fábricas o a los depósitos de agua. Fue promovido por la alta burguesía de la ciudad, que comenzaba a buscar espacios para vivir alejada del centro, zonas más higiénicas y con zonas ajardinadas. Una actitud, en todo caso, que no llegaban a comprender los zaragozanos de entonces, por lo que la nueva urbanización fue popularmente conocida como el ‘barrio de los chiflados’.

En aquella época, en el terreno que hoy ocupa el parque Pignatelli –el gran protagonista del paseo de Cuéllar–, se ubicaban varias torres agrícolas, características de la capital aragonesa. La construcción de este pulmón verde, en el cambio de siglo, obligó a expropiar muchas de estas fincas, así como graveras e industrias.

Diseñado por el arquitecto municipal Ricardo Magdalena, el parque se ejecutó por fases y tardó décadas en adquirir su forma definitiva. "En 1904, los jardines acogerían en su terreno el esperado monumento a Ramón Pignatelli, cuyo traslado se realizó antes de verano desde la plaza de Aragón –su original emplazamiento– hasta este punto, siendo inaugurado con toda solemnidad el 17 de octubre del mismo año", explica la historiadora del arte Laura Ruiz en su estudio sobre ‘El primer parque urbano de Zaragoza’.

Por ejemplo, el tranvía tuvo mucho que ver en la evolución de este espacio verde. "A finales de 1929 se acuerda variar la línea tranviaria de Torrero, eliminando el carril que recorría el interior del parque Pignatelli desde 1885, para desplazarla a la prolongación natural del paseo de Sagasta, es decir, por la avenida del Siglo XX (denominación durante años del actual paseo de Cuéllar) hasta la playa de Torrero; la línea dejaría de circular por este tramo en octubre de 1931 y en 1932 se iniciaba la pavimentación de la carretera, conformando así uno de los paseos principales del parque", detalla Ruiz.

Hoy, este recinto de más de 25.000 metros cuadrados se prepara para una nueva transformación. El gobierno municipal ha aprobado la reforma del parque y de los inutilizados depósitos de agua para crear un nuevo espacio verde en el que habrá sitio para viviendas (107, de las que 30 serán públicas) y para equipamientos municipales como un centro de mayores, una biblioteca, pistas deportivas...

La fortaleza

Pero el parque no es el único atractivo de Cuéllar. Cuenta con dos edificios residenciales catalogados (en los números 20 y 22), así como una de las iglesias más reconocibles de la ciudad, la de San Antonio de Padua. Construida en 1940 por el arquitecto navarro Víctor Eusa forma un conjunto arquitectónico con el Sagrario Militare Italiano, un mausoleo para las víctimas de aquel país durante la Guerra Civil española, en manos de los padres Capuchinos, que destaca por su aspecto de fortaleza.

Enfrente se encuentra el acuartelamiento de San Fernando. En esa acera –la de los impares– un poco más abajo, cuelga una curiosa placa en el portal número 43 donde se recuerda que allí se ubicaba el restaurante El Jardincillo, al que el Rey emérito solía acudir en sus años en Zaragoza. Crespo también apunta que "en los años 40 y 50 salía una diana floreada con caballos y cornetas", y que en aquella época también "había una bolera muy popular donde iban los vecinos".

En la actualidad, "el barrio burgués se ha convertido en más heterodoxo", comenta, a la par que reclama mejoras para los vecinos, como instalar más carriles bus o mejorar los accesos al parque.

La factoría de Tudor se trasladó tras un grave incendio

En 1897, la empresa Tudor abre su primera factoría de pilas en Zaragoza en el entorno del actual paseo de Cuéllar, en la antigua fábrica de harinas ‘La Pilar’, cuyos molinos fueron reconvertidos como dinamo. La compañía prosperó con el paso de los años –hasta alcanzar los 230 trabajadores–, lo que permitió ampliar sus instalaciones. Sin embargo, en 1935 un grave incendio arrasó el edificio principal. La noticia del siniestro se difundió rápidamente por la ciudad ya que el fuego se convirtió en una grandiosa hoguera que se veía en muchos puntos de la capital, según recogen las crónicas de HERALDO de la época. El suceso propició el traslado a la avenida de Navarra, donde permaneció hasta 1989, cuando dejó los terrenos –contaminados, como se comprobó después– para la construcción del Centro Comercial Augusta.

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