El ensanche de Zaragoza tiene nombre de rey y ha perdido los humos

El paseo de Fernando el Católico nació con la expansión urbanística hacia el sur, en la que se quiso albergar a vecinos de todas las clases sociales en torno a un bulevar central.

Paseo de Fernando el Católico
El ensanche de Zaragoza tiene nombre de rey y ha perdido los humos
José Miguel Marco

Dicen sus vecinos que el paseo de Fernando el Católico ha vuelto a ser eso, un paseo. Unos años después de la reforma del tranvía que redujo el espacio del tráfico privado, el arbolado comienza a dar sombra tras recuperarse de las traumáticas obras, y la avenida es un trajín de peatones, ciclistas y ciudadanos que descansan en sus bancos. Los convoyes circulan hacia el sur de la ciudad, como hicieran a mediados del siglo pasado los de la línea 11, conocida popularmente como la del ‘Parque’, y aunque el vecindario ha envejecido, la cercanía de la Universidad sigue insuflando vitalidad a una de las pocas arterias de la capital aragonesa que conserva un bulevar central.

"De pequeño subíamos paseando hasta el parque Grande a merendar, algo que hacíamos todos los zaragozanos en los años 60 y 70", recuerda Enrique Collados, presidente de la junta de distrito Universidad. "Es una calle magnífica", asegura, aunque reconoce que "entonces estaba habitada por gente joven, que ahora ya es mayor".

El paseo, como continuación de la Gran Vía, es consecuencia del proyecto de ensanche de la ciudad en los años 20 y 30. "En 1928 se constituyó la Sociedad Zaragozana de Urbanización y Construcción, cuyo objetivo principal era, según sus estatutos, resolver el problema de la vivienda en Zaragoza, construyendo en dos etapas el número de casas baratas y económicas que el Ayuntamiento determinara", recoge Manuel García Guatas en ‘La ciudad de Zaragoza de 1908 a 2008’.

En aquella época, los dirigentes querían evitar que el ensanche de la ciudad se convirtiera en un "foco de barriadas obreras", según refleja el Real Decreto de aquel año que impulsaba el proyecto de urbanización. Finalmente, su tramitación y puesta en marcha se fue retrasando hasta que en 1934 se aprobó un nuevo plan, que mantuvo, eso sí, la intención de mezclar construcciones destinadas a distintas clases sociales, lo que marcó el carácter heterogéneo de la zona.

Una arteria comercial

"La Romareda, el Servet, el parque Grande y el campus marcan la vida del barrio, que en realidad se debería llamar del Ensanche, pero nadie lo usa", comenta César Muñío tras el mostrador de la Librería París. "El negocio lo cogió mi padre en 1963, y desde entonces ha habido muchos cambios, pero en general estamos ahora mucho mejor", señala quien además preside la Asociación Comercial Sector Fernando el Católico.

"Hemos pasado una época mala con la crisis y las obras del tranvía, pero hemos sobrevivido muy bien y cada local que se cierra se abre enseguida", razona. En la zona "hay un comercio muy variado", dice, aunque destacan "las librerías, por la Universidad, y las de moda, que están repuntando".

A su juicio, la reducción del tráfico ha sido "positiva", y recuerda cómo "antes sacabas un cartel a la acera y al momento estaba negro del humo de los coches". Aún así, reconoce que "todo es mejorable", y lamenta que con la transformación del paseo para dar cabida a los raíles "se dañaron jardines y árboles, no se actuó bien". "Por lo menos –añade–, se paró el cubrimiento del Huerva, da gusto vivir al lado de un río en pleno centro".

En el paseo de Fernando el Católico solo un edificio está catalogado por su relevancia arquitectónica, entre los números 2 y 12. El inmueble data de 1940, es obra del arquitecto Miguel Ángel Navarro y cuenta con 182 viviendas en la primera de las grandes promociones de pisos de la ciudad tras la Guerra Civil.

En la plaza ya no se aparca

Sin embargo, el gran reclamo urbanístico y social del paseo se encuentra en la plaza de San Francisco, que condensa un buen número de negocios históricos, muchos de ellos hosteleros. "La plaza era un hervidero, con bares míticos como el Munich, y todavía tiene un gran ambiente", cuenta Collados. Entre los locales se encuentra el Nevada, donde todavía se elaboran las hamburguesas según la receta transmitida por un cocinero de la base aérea americana desde que abrió sus puertas el 10 de noviembre de 1957.

En el centro de la plaza, ahora recuperada para el peatón, se eleva la estatua de Fernando el Católico, que tras la reforma del paseo ‘salió’ del escondite de árboles y tráfico en el que se mantuvo durante décadas. Ahora su pedestal sufre el vandalismo de los grafitis, pero el rey vuelve a ser el protagonista del lugar. La obra data de 1969, tiene 14 metros de altura y lleva la firma de Juan de Ávalos.

A pocos metros, donde los domingos se celebra un mercadillo de coleccionismo, Carmelo regenta el quiosco de prensa de la plaza desde hace medio siglo. "Antes aquí se podía aparcar y tenía más clientes, eran otros tiempos, pero la verdad es que ahora el paseo da gusto verlo", reconoce.

El tranvía, un vecino más del bulevar

El paseo de Fernando el Católico guarda una estrecha relación con los tranvías. Durante décadas, la conocida como línea ‘Parque’ (la 11, en realidad) dio servicio entre el Centro y la zona verde más importante de la capital aragonesa, hoy bajo el nombre de José Antonio Labordeta. El último trayecto tuvo lugar el 23 de enero de 1976, lo que la convierte en la última línea urbana de tranvía en España. Años después, los raíles volvieron a surcar las calles de las principales urbes del país. En Zaragoza, los convoyes comenzaron a circular de nuevo en 2011 entre Valdespartera y Gran Vía. Los vecinos de Fernando el Católico, muchos de avanzada edad, estaban acostumbrados a convivir con este medio de transporte. Su llegada propició una importante reforma del paseo, que mantuvo el bulevar central.

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