Un viaje en el tranvía

Basta recorrer la ruta del tranvía para comprobar la gran diversidad social y cultural de Zaragoza. Nuestras ciudades están cambiando rápidamente, pero la organización económica y los servicios no se adaptan al ritmo necesario para garantizar la convivencia.

La ruta del tranvía de Zaragoza nos permite atravesar la ciudad de norte a sur. Conecta los barrios más nuevos cruzando por el centro histórico y económico. Es una atalaya perfecta para apreciar la diversidad social en la que, casi sin darnos cuenta, se ha convertido Zaragoza. También podemos añadir las variaciones que se producen a lo largo de la jornada. La gente usa el transporte público de forma diferente según la hora y el día. La ciudad se nos ha vuelto variada.

En muchos momentos nos encontramos con situaciones cuyo origen está precisamente en esta diversidad. No quiero denominarlas problemas, porque a mi entender no lo son. Los tiempos cambian y las sociedades deben ir acompasándose. En España en general, y en Zaragoza en particular, no tenemos problemas de convivencia. Antes de la crisis se escucharon voces que nos advertían de un potencial peligro si dejábamos nuestras fronteras sin vigilancia. Nunca fue así, pero la demagogia se vende fácil. Después, tras los duros años de ajuste, el discurso se ha diluido, pero me temo que ahora volverá a resurgir.

Ejemplo de ello lo tenemos en ciertos países europeos, precisamente allí donde el desempleo es menor y el temor a empeorar lo actual es mayor. Lo que se está ocultando es que muchos empleos que disfrutan son de baja calidad y de menor remuneración, y no por causa de la inmigración. El origen es la severa y larga crisis económica, que ha hecho que las expectativas de progreso queden muy por debajo de donde estaban hace una década. En España esto está ya implantado. Se escucha con frecuencia la expresión de trabajadores pobres, es decir, aquellos que, aun disponiendo de un trabajo más o menos estable, no ingresan lo suficiente para adquirir los bienes que les permitan subsistir sin otras ayudas. Y las últimas negociaciones sobre las condiciones laborales no animan a pensar que esta tendencia se esté revirtiendo.

He dicho al principio que la ciudad, la sociedad, es cada día menos homogénea. Que solo con salir a las calles podemos apreciarlo y que, en mi opinión, es una situación deseable. Pero hay que ver qué consecuencias tiene. Si el propio sistema económico y social no permite mantener las condiciones anteriores, orientadas a cubrir unas necesidades aparentemente análogas para todos, difícilmente servirá de ahora en adelante. La educación debe adaptarse a convivir con niños cuya cultura familiar es diversa. El sistema de salud ha de afrontar las enfermedades de una población cada vez más envejecida. Las pensiones deben sufragar las necesidades de un número creciente de pensionistas y por más tiempo. La movilidad ciudadana es cada vez mayor y requiere infraestructuras de mayor capacidad y seguridad. A pocas horas de nuestras costas hay cientos de miles de seres humanos a los que no podemos dejar que su único destino sea el fondo del mar Mediterráneo. Y todo ello en un entorno laboral profundamente regresivo.

La maravillosa diversidad que se ve en la ciudad se nos tornará inestabilidad en pocos años si seguimos permitiendo que la segregación social por razones económicas siga avanzando. La desigualdad social, tal como se está extendiendo, es una auténtica bomba de relojería. Aquí, donde todavía se percibe una paz y una falta de conflicto que a muchos de nuestros visitantes les llama agradablemente la atención, es donde podemos empezar a buscar soluciones. Los barrios del centro presentan una demografía muy diferente a los nuevos. Los colegios y los centros de salud de ambos casos no pueden ser iguales. El comercio zaragozano está excesivamente polarizado entre el centro y las grandes áreas comerciales periféricas. Los negocios ubicados entre ambos espacios están sufriendo y apenas pueden sobrevivir. Las actividades promocionadas por los poderes públicos se concentran en tiempo y lugar. No se puede trabajar solo en Navidad o en San Valero en el Casco Histórico y el resto del año hacer que se viva de rentas. No es posible pretender extender la educación infantil a partir de los tres años si los educadores reciben niños de muy diferentes culturas y ni tienen ayuda ni formación para afrontarlo. No sé qué hubiera pensado yo si, a la edad de tres años, hubiera tenido que comer en la escuela cosas que nunca antes había probado en mi casa.

La sociedad se está moviendo muy rápido, pero los sistemas de organización social no tanto. Como una gran infraestructura de transporte, si nos tomamos demasiados años para construir las nuevas formas de convivencia, cuando lleguen ya no dispondrán de la capacidad necesaria. El tranvía se nos habrá quedado pequeño y viajar en él será insufrible.