Excursión circular por el río Estarrún, desde Aisa

Las singulares torres pétreas de Lecherines y otras rocas pirenaicas de idéntica espectacularidad asoman desafiantes ante el senderista en esta ruta cercana a Aísa y Jaca.

Paredes de la Garganta de Aísa.
Paredes de la Garganta de Aísa.
Santiago Agón/Juan Cruz Barranco

Junto a la zona axial pirenaica, cerca de Aísa y de Jaca, se levanta al sur una estrecha franja geológica con clara orientación este-oeste. Se caracteriza por la existencia de numerosos cabalgamientos que provocan formaciones singulares como los Lecherines. De aspecto provocativo, su ascensión es asunto reservado para los alpinistas, pero darles la vuelta es factible para los senderistas.

El punto de partida y de llegada de esta ruta que proponemos es el aparcamiento de Igüés (1.480 m), estacionamiento situado al final de la carretera que vertebra la parte superior del valle de Aísa, que está limitado al norte por el macizo del Aspe. La localidad más cercana es Aísa, a 8,2 km al sur, y a 20 km de ella se encuentra la ciudad de Jaca.

Itinerario

La pista asfaltada proveniente de Aísa, después de unas pronunciadas revueltas, finaliza en un pequeño falso rellano interrumpido por una verja que impide el paso de vehículos. Superada esta por una puerta, la carretera se convierte en una pista de tierra, a excepción de un tramo en fuerte subida que es de cemento.

Finalmente, llegamos a las cercanías del refugio de Saleras o Napazal (1.585 m), localizado a nuestra izquierda; no sin antes apreciar a la derecha una curiosa zonas de pozas y cascadas. A la derecha del refugio arranca una senda que cruza el río Estarrún y comienza a ascender por la nerviación de la montaña.

Frente a nosotros, los contrafuertes que sirven de base a los picos de Llena de la Garganta y de Aspe. A la izquierda vamos dejando el llamativo llano de Napazal, posiblemente con abundante ganado. En la cota 1.655 encontramos un desvío señalizado; el camino que sigue subiendo conduce al collado del Bozo y el de la derecha al de la sierra de la Madalena. Este segundo va a ser nuestra opción.

El sendero discurre a media ladera. Y, conforme avanzamos, encontramos una gran abundancia de violetas de agua, que constituyen un perfecto indicador de la proximidad de los manantiales del Rigüelo. Estas fuentes de aguas cristalinas, situadas en la cabecera del valle de Aísa en la cota 1.675, sirven de aporte hídrico a las numerosas reses que aquí se concentran en los meses estivales.

Superada la surgencia, el sendero prosigue en la misma dirección hasta unos metros antes de atravesar un pedregoso barranco. Una vez cruzado, lo abandonamos por la izquierda, ascendiendo suavemente hacia el valle que acoge las singulares torres pétreas de los Lecherines. En la cota 1.830 nos topamos con un senderillo que atraviesa el pedregal emplazado a la izquierda. Lo atravesamos, puesto que en la margen derecha orográfica la pendiente se suaviza y es mejor terreno para caminar. Avanzamos sin interrupciones hasta que el prado es sustituido por una zona rocosa que nos ralentiza la marcha.

Superada esta zona, llegamos a un pequeño y herboso rellano en el que crecen lirios y es la desembocadura final de una espectacular y pedregosa canalera. Estamos ante la renombrada Garganta de Aísa, la cual dejamos a la izquierda. Una amplia y verde ladera se nos presenta al este, escoltada por un acantilado al norte y una impresionante glera al sur.

La inclinación aumenta conforme progresamos. Sin sendero evidente, la subida es fuerte pero directa, siendo aconsejable realizar cortas lazadas para facilitar la progresión. Vamos dejando poco a poco, a la derecha, el piramidal pico de Rigüelo. A 2.100 metros nos ladeamos ligeramente a la izquierda después de haber sobrepasado la zona con más pendiente de la ladera.

Nos acercamos a unos singulares e inclinados lapiaces o lenares lineales, formados por la acción erosiva del agua sobre la superficie de la caliza. El prado va perdiendo fuerza progresivamente y continuamos por él hasta el final, donde se juntan el lapiaz con un caótico conjunto de bloques pétreos.

En este lugar, el terreno parece darnos un ligero descanso e incluso realizamos un breve descenso para atravesar una pequeña hondonada donde suele pervivir un nevero. Rápidamente retomamos el ascenso por una exigua franja herbosa para posteriormente remontar por la derecha las últimas rampas pedregosas que nos restan para llegar al punto culminante de esta vuelta, el collado de Lecherines (2.386 m). Este es el punto idóneo para plantearse la escalada a los picos que nos acompañan a ambos lados, los mallos de Lecherín, al sur, y el pico de la Garganta de Borau, al norte.

El descenso desde el collado por la vertiente meridional es claro y obvio, aunque sin sendero evidente. Bajamos hacia el sureste por terreno bastante inclinado. Al este y en la lejanía aparece el amplio circo de Ip, vigilado por la cima de Collarada; mientras que a la derecha tenemos las inconfundibles siluetas de los Lecherines. A una distancia intermedia, sobre la loma de Peña Blanca, aparecen unas curiosas instalaciones metálicas para disminuir el riesgo de formación de grandes aludes sobre el próximo valle del Aragón.

Zona kárstica

Aunque el praderío predomina por donde bajamos, este se ve interrumpido por una zona kárstica entre las cotas 2.150 y 2.100. Aquí nos tropezamos con unas verticales cavidades que forman parte del sistema espeleológico de los Lecherines, subzona A. La curiosidad nos incita a contemplar la profundidad de estos profundos pozos naturales, pero debemos ser conscientes de prestar especial atención y prudencia.

Admirados por estas formaciones geológicas, proseguimos con el descenso, ladeando ligeramente a la derecha y evitando así un labio rocoso. Una vez salvado este escollo descendemos por prado hasta la cota 1.970. A la izquierda se intuye el valle donde se ubica la afamada Gruta Helada de los Lecherines, pero no es esa la dirección a tomar, sino que nos dirigimos hacia el suroeste.

Por terreno ondulado, llegamos al refugio militar López Huici, actualmente cuidado por la Federación Aragonesa de Espeleología, que lo utiliza como base para explorar el complejo conjunto de cuevas del entorno. Esta edificación es accesible por pista de acceso restringido desde el collado de Aratorés, cerca de Borau.

Por esta ruta terrosa abandonamos el refugio emplazado a 2.000 metros de altitud. Recorremos por ella unos 800 metros hasta alcanzar el amplio collado del Torbillón o Rigüelo (2.039 m). Este paso natural une los valles de los ríos de Aragón y Estarrún, y es cruzado también por el GR 11.

Tomamos este balizado sendero dirección oeste. Atrás dejamos las amplias laderas de la Madalena y la pista que transcurre por la vertiente occidental. El camino atraviesa una zona árida y muy inclinada, en la que debemos de pasar con cuidado de no resbalar. Una vez superado este tramo, realizamos una serie de lazadas que nos permiten perder altitud de manera rápida y segura. Al final, atravesamos la canalera del Rigüelo y una zona rocosa.

Posteriormente giramos a la izquierda, abandonando la senda que se dirige hacia el barranco proveniente de la Garganta de Aísa. De esta forma, alcanzamos el sencillo refugio de Rigüelo (1.725 m). Desde aquí, un sendero se dirige hacia el noroeste. Volvemos hacia los manantiales de Rigüelo, pero ahora los cruzamos por la parte inferior. Proseguimos a media ladera hasta encontrarnos con el camino procedente de las cercanías del refugio de Saleras, por el que ya hemos caminado en el día de hoy. El resto es terreno ya conocido, que nos conduce hasta el aparcamiento de Igüés.

DATOS ÚTILES

Horario: 5 h 45 min.

Desnivel +: 975 m.

Desnivel -: 975 m.

Distancia: 9,9 km.

Tipo de recorrido: circular.

Texto extraído de: S. Agón y J. C. Barranco, '40 + 1 excursiones circulares. Pirineo aragonés’, Prames, 2016.

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