Vicente Altaba, canónigo de la catedral de Teruel: "Un ministro me dijo que solo sabíamos pedir"

Nacido en Mosqueruela en 1944, los jóvenes con los que trabajó de misionero en Argentina le han dedicado un libro. EnTeruel, reclama comunicaciones para la provincia.

Vicente Altaba, canónigo de la catedral de Teruel, en la plaza de San Juan de la ciudad.
Vicente Altaba, canónigo de la catedral de Teruel, en la plaza de San Juan de la ciudad.
Antonio García/Bykofoto

No a todo el mundo le escriben un libro los jóvenes con los que trabajó de misionero en Argentina en los años 70. ¿Qué hizo allí?

Fui a colaborar con las iglesias de allá en una época en la que se demandaban curas. Tenía 25 años, apenas diez más que aquellos jóvenes. Hicimos infinidad de actividades: misas multitudinarias, retiros espirituales, reuniones de reflexión, evangelización en barrios pobres, ayuda en asilos de ancianos y fiestas nocturnas para recoger fondos para el barrio.

Años difíciles en aquel país, con Videla y otros dictadores.

No sabía lo que era la inflación y allí no se hablaba de otra cosa. Pedimos un préstamo bancario para levantar un instituto de enseñanza secundaria y la última cuota que devolvimos era más barata que el paquete de cigarrillos que compré. Fue una etapa muy dura, golpes militares, vuelta a la democracia, vuelta al régimen militar...

Cuenta que estuvo fichado por la Policía, recibió amenazas y su coche fue quemado. A pesar de ello, permaneció diez años.

Me sentía fuerte. Primero, porque creía en lo que hacía. Después, porque tuve siempre el apoyo de obispos y vecinos. A la semana siguiente de arder mi coche, tenía otro comprado por suscripción popular. Nunca pensé en abandonar, me hubiera sentido un traidor.

¿Lo consideraban un ideólogo que revolucionaba a la juventud?

Un comisario policial me acusó de ser marxista. Su argumento era que yo estaba mucho con los pobres y eso era fomentar la lucha de clases. Un capitán de navío me advirtió severamente de que quien no estaba con los militares estaba contra ellos.

Aquellos jóvenes, hoy adultos, le dicen en el libro cosas como «fuimos felices en los grupos juveniles», «contigo nos sentimos con fuerza para cambiar el mundo» o «la Casa Parroquial fue el ágora para los de misa diaria y para los de ‘no, gracias’».

Estas cosas las quiero relativizar. Hablan desde el corazón y son una memoria agradecida, pero quizá es exagerado.

De vuelta a Teruel en 1982 dirigió durante años el Instituto de Teología, ¿también con jóvenes como alumnos?

En alguna especialidades, sí, pero en otras el alumnado era más bien maduro. También llevé grupos de pastoral juvenil y animamos mucho la ciudad en aquella época.

Ahora hay una crisis vocacional y de participación en la Iglesia católica. ¿Qué haría usted para atraer a los jóvenes?

De aquellos grupos de pastoral juvenil que yo tenía en Argentina salieron seis curas. Quizá no sea extrapolable, pero me atrevo a decir que los curas salen de allí donde hay comunidades cristianas sólidas, que sienten que la evangelización es suya. Cuando lo que tenemos es gente que consume sacramentos, de ahí no pueden salir muchas vocaciones. Hoy los jóvenes tienden a vivir como si Dios no existiera o estorbara.

Aunque de otro tipo, también hay pobreza en Teruel. Algunas zonas sufren despoblación, falta de empresas y de regadíos y hay un reparto desigual de infraestructuras de comunicación en el país. ¿Qué puede hacer la Iglesia?

Acompañar a la gente de esta tierra como lo está haciendo con un gran esfuerzo. En muchos lugares, el último en irse es el cura y eso hay que valorarlo. No puedo olvidar que entramos en el año 2000 sin un kilómetro de autovía. Hablé con el entonces ministro de Obras Públicas, Álvarez Cascos, cuando vino a Teruel. Le dije: «Señor ministro, en Teruel nos quedamos al margen de la historia». Y así seguimos.

¿Qué le contestó el ministro?

Que no sabíamos más que pedir.

En la actualidad es canónigo de la catedral de Teruel, una joya arquitectónica cuya techumbre con pinturas medievales es patrimonio de la Humanidad. ¿Cuesta mucho dinero mantener esta obra?

Sí, a pesar de que vivimos un momento muy dulce en ese sentido, pues tanto la techumbre mudéjar como la torre de la catedral y el cimborrio han sido restaurados y están en muy buen estado. Lo costoso es mantenerlo abierto al público, que los visitantes puedan conocerlo. Esto requiere de un personal y de una inversión.

¿Hay recursos para cuidar, además, el extenso patrimonio religioso del medio rural?

Ese patrimonio es inmenso y muy rico y no llegamos a poder atenderlo todo. Menos mal que nos ayudan las instituciones.

Ha trabajado con varios obispos, ¿cuál le ha sorprendido más gratamente?

Es difícil hacer un juicio selectivo, pero Antonio Algora estuvo 18 años, mientras que los demás han sido de paso. El eterno problema de Teruel es que es una ciudad de paso. Somos una diócesis pequeña y aquel que apunta maneras es llevado pronto a otro sitio.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión