historia

La gran evasión de Teruel cumple 80 años

En 1942, 13 reclusos de la prisión de Capuchinos participaron en una fuga, aunque solo 5 lograron su objetivo..

El antiguo convento de Capuchinos, utilizado como prisión en los años cuarenta del siglo XX y hoy abandonado.
El antiguo convento de Capuchinos, utilizado como prisión en los años cuarenta del siglo XX y hoy abandonado.
Jorge Escudero

Nada en el imponente pero ruinoso convento de Capuchinos, situado a las afueras de Teruel, recuerda la frenética actividad que registró en la posguerra, cuando sirvió de cárcel a cientos de presos republicanos. Tampoco queda ningún vestigio de la fuga colectiva que este destartalado presidio registró el 18 de enero de 1942, de la que se acaba de cumplir el 80 aniversario. Trece reclusos se organizaron para apoderarse de las armas de los vigilantes y, tras amenazarlos, consiguieron huir a media tarde, aunque en la mayoría de los casos por poco tiempo.

El relato de lo ocurrido lo acaba de publicar Buenaventura Navarro en el digital El Económico de Sagunto (Valencia), localidad en la que terminaron sus días algunos de los presos fugados y otros reclusos de Capuchinos testigos de la evasión. De los 13 participantes en ‘la gran evasión’ de la historia penitenciaria turolense, tres perecieron en el intento; otros cinco, detenidos durante su intento de alcanzar la libertad, fueron fusilados en el patio de la prisión al día siguiente; y, finalmente, cinco lograron su objetivo.

Navarro explica que los cinco fugitivos –Antonio Ros, de Villastar; Inocencio Villanueva, de Plenas (Zaragoza); Joaquín Hernández, de Visiedo;José Moya, de Utrillas;y José Pinilla, de Orea (Guadalajara)– corrieron suertes dispares. Dos de ellos fueron apresados al poco tiempo, Villanueva y Moya, mientras que los restantes tres pudieron escabullirse.

José Pinilla, tercero por la derecha, fue uno de los presos que se fugaron de la cárcel de Capuchinos. En la foto, con sus compañeros de trabajo en los Altos Hornos de Sagunto.
José Pinilla, tercero por la derecha, fue uno de los presos que se fugaron de la cárcel de Capuchinos. En la foto, con sus compañeros de trabajo en los Altos Hornos de Sagunto.
Buenaventura Navarro

Inocencio Villanueva fue condenado tras el apresamiento a 12 años de cárcel por la fuga –además de una pena de muerte, conmutada por 30 años de prisión, por "auxilio a la rebelión", derivada de su pasado republicano–, mientras que José Moya fue sentenciado a seis años de cárcel por "insulto a fuerza armada" –por el intento de fuga–. A otro recluso implicado en la escapada, Santiago Báguena, se le impusieron ocho años por el mismo delito.

Antonio Ros, Joaquín Hernández y José Pinilla pudieron rehacer sus vidas lejos de la prisión. Buenaventura Navarro conoció personalmente a Pinilla, que tras distintas vicisitudes trabajó en los Altos Hornos del Puerto de Sagunto. Su testimonio estimuló a Navarro a investigar los pormenores de la histórica fuga de la cárcel de Capuchinos. Vivió en distintos puntos del país con nombres falsos hasta que también fue detenido en 1949, cuando se disponía a cruzar la frontera de Francia. Tras distintas condenas que le mantuvieron 11 años en las cárceles franquistas, rehizo su vida como trabajador de los Altos Hornos de Sagunto, donde falleció en 1997.

Buenaventura Navarro destaca que los protagonistas del episodio fueron "muy valientes" al conseguir huir "por la puerta principal" de la prisión sin causar muertos ni heridos entre los guardias que les custodiaban, un hecho que contrasta con el reguero de ejecuciones de los fugitivos apresados. 

La versión oficial sobre la fuga, recogida en un acta de la Junta de Disciplina de la prisión, se limita a señalar que "se acuerda hacer constar la satisfacción de los Sres. que componen la Junta por la disciplina y orden con que se mantuvo la población penal durante los sucesos ocurridos el pasado día dieciocho, habiendo sido solo un grupo de desesperados los que intentaron la evasión, permaneciendo toda la población reclusa dentro del más perfecto orden". 

El testimonio de los reclusos testigos de los hechos es más curdo, como ocurre con las palabras de Emilio Manzana, preso en Capuchinos cuando se produjo la evasión. "Uno de los momentos más desagradables, más dramáticos, más espeluznantes y que, mil años que viviera, no se iría de mi mente -recuerda en un escrito autobiográfico recogido por Navarro- y reproduciría con la misma nitidez que aquel fatal día en la prisión de Teruel, ante el espectáculo que ofrecían los compañeros fusilados en el patio de la prisión por el cruel delito de haber querido alcanzar la libertad".

El historiador Serafín Aldecoa recuerda que la cárcel de Capuchinos fue acondicionada de forma precipitada para alojar a los presos republicanos que trabajaban en la reconstrucción de Teruel tras la Guerra Civil a las órdenes de la Dirección General de Regiones Devastadas. Señala que las condiciones de vida en este penal –cerrado en 1951 con el traslado de los presos a la actual prisión– eran pésimas, "empezando por el hacinamiento porque tenía capacidad para 200 internos y había 400". 

Aldecoa, que investiga el trabajo de los batallones de presos republicanos dedicados a la reconstrucción de la ciudad -asolada durante la batalla de Teruel-, explica que todos los implicados en la fuga estaban condenados por su pasado al servicio de la II República.

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