A Teruel, para empezar de nuevo

Una antigua residencia es el nuevo hogar de refugiadas procedentes de países subsaharianos, con duras historias a sus espaldas, que quieren reconstruir su vida.

Un grupo de refugiadas, en la clase diaria de alfabetización en el Sagrado Corazón de Jesús.
Un grupo de refugiadas, en la clase diaria de alfabetización en el Sagrado Corazón de Jesús.
Javier Escriche

Han llegado a Teruel con lo puesto. No poseen nada, solo las ganas de encontrar una vida mejor y dejar atrás historias tan duras que apenas se atreven a contar. Son medio centenar de mujeres de entre 18 y 40 años, procedentes de países subsaharianos, que han convertido una antigua residencia de Teruel en su nuevo hogar. Todas ellas se han acogido al programa 'Chatillón' de atención humanitaria a personas inmigrantes en situación de vulnerabilidad que la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl ha puesto en marcha con el respaldo del Gobierno central.

El primer grupo vino el pasado 21 de agosto, compuesto por 34 mujeres –3 de ellas embarazadas– y 12 niños –hijos de algunas de ellas– de entre 3 meses y 3 años. Dos semanas después llegó otro contingente de 30 personas. Muchas de ellas se van de la residencia pasados unos días, a menudo a reunirse con familiares en Francia o en otros países europeos, por lo que el colectivo va cambiando de integrantes manteniéndose una cifra de entre 50 y 60 refugiadas.

El centro ha tenido que prepararse para su nueva actividad. La quietud que transmiten sus muros es engañosa, pues dentro hay mucha vida. Como explican las hermanas sor Rosa y sor Amparo, dedicadas a llevar a cabo esta misión con otras cuatro hermanas de la comunidad, ha habido que contratar los servicios de comida y limpieza con sendas empresas y hay 22 nuevos trabajadores, todos de Teruel, para las funciones de educador social, integrador social, psicólogo, trabajador social y administrativo.

Las recién llegadas vienen de Costa de Marfil, Guinea-Bissau, Mali, Congo, Camerún y Nigeria, entre otros países del continente africano. Han sido víctimas de la pobreza de la sociedad en la que nacieron, de la esclavitud que les imponen sus maridos o los señores para quienes trabajan, de mafias que se lucran con la entrada ilegal de inmigrantes a Europa y a veces, incluso, de trata de personas. Decidieron salir de su tierra e iniciaron un viaje incierto que las llevó, en una primera etapa, a Marruecos. De allí cruzaron en patera el Estrecho de Gibraltar camino de algún puerto europeo.

"Son la nueva pobreza. Llegan a nuestras costas, son rescatadas  y necesitan ayuda. Solo queremos contribuir, apoyar un poco, ofrecer algo de nosotras mismas para que puedan normalizar sus vidas", afirma sor Rosa, para quien la extrema vulnerabilidad de estas mujeres y sus hijos las hace merecedoras de un futuro mejor.

Con el programa Chatillón pueden estar en el centro de acogida de 6 a 18 meses, un plazo en el que quizá encuentren una oportunidad laboral. Si no, al menos, residirán en un lugar confortable y seguro. En Teruel inician un proceso educativo que les será de gran ayuda a la hora de integrarse en su nueva sociedad. A diario, tras el desayuno y el arreglo de su habitación, reciben clases de alfabetización en lengua castellana –la mayoría habla francés– y aprenden habilidades sociales: cómo comportarse en público o el respeto hacia quienes conviven con ellas. Hacen deporte y tienen su horario para salir por la ciudad.

A través de las hermanas y personal que las atiende, cuentan sus vidas rotas. Una de las refugiadas, de poco más de 20 años y procedente de Costa de Marfil, relata que huyó de su país para librarse de la obligación que le habían impuesto sus familiares de casarse con un hombre mucho mayor al que ella no había elegido. Sin otra salida que marcharse de allí, se trasladó a Marruecos, donde fue víctima del racismo y donde esperó durante meses, a merced de mafias, hasta reunir el dinero para subir a una patera.

Otra de las mujeres acogidas explica que creyó haber pagado un pasaje a un barco y se encontró con un bote hinchable en el que todos los pasajeros, hacinados, recibían un trato pésimo y en el que los niños eran dormidos con fármacos para que estuvieran callados y quietos. Esta refugiada recuerda que durante la travesía y debido a las duras condiciones en que se desarrolló el viaje, se sentía morir. Cuando por fin alcanzaron las costas españolas y fueron rescatados, ella cayó al suelo desplomada.

"Llegan agotadas y en su rostro hay temor. Por suerte, aquí se encuentran una ciudad tranquila, acogedora y segura, con menos peligros que en otros lugares», explica sor Amparo, quien confiesa que para ella es una "satisfacción" atender a personas que necesitan apoyo y a las que, víctimas de la explotación por otros, la vida ha dejado sin oportunidades. "Sufren amenazas y maltrato y necesitan asilo y refugio. Por pura humanidad, debemos ayudarlas".

"Queremos devolver la dignidad a quien se le ha arrebatado"

Fue el Ministerio de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social quien pidió a la Compañía de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl ayuda urgente para acoger el mayor número de mujeres solas o con sus hijos. Evaluada la emergencia actual y las posibilidades, la Compañía ofreció 60 plazas en Teruel. "Abrimos las puertas de casa y de nuestro corazón para acoger a estas personas desprovistas de todo, menos de su historia personal", dice sor Rosa. "Necesitan una mirada amiga en quien confiar –añade– y nosotras tenemos por carisma acoger al necesitado, estar abiertas a cada pobreza que llama a la puerta. El drama del tráfico de personas nos conmueve y nos movilizamos para devolver la dignidad a quien le ha sido arrebatada".

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