Carlos Casas, ingeniero de caminos: "Los viajes de antes estaban llenos de peligros"

Nació en Pamplona, pero vive en Teruel desde los 5 años. Ingeniero de Fomento, ha impulsado el único museo sobre carreteras que existe en España.

Carlos Casas, junto a algunos de los hitos y señales que hay en el museo por él impulsado.
Carlos Casas, junto a algunos de los hitos y señales que hay en el museo por él impulsado.
Javier Escriche

El único museo en España sobre las carreteras y está en Teruel. ¿Por qué?

Porque hemos coincidido una serie de personas que durante muchos años, por afición a la carretera, hemos ido recopilando material con la ilusión de que la gente de Teruel lo vea.

¿No será que en Teruel muchas carreteras son piezas de museo?

Bueno, algunas quedan, estatales y autonómicas, con trazado del siglo XIX. Todos conocemos la N-330 a Cuenca y, afortunadamente, pronto desaparece otra del siglo XIX, la N-232 en Monroyo.

Teruel no tiene suerte con las carreteras.

Ha sufrido una desgracia tras otra. Sus corredores principales eran transversales a Madrid, no radiales, y en el alma de los ilustrados del siglo XVIII todo pasaba por Madrid. Valencia-Zaragoza y Vinaroz-Zaragoza iban en sentido contrario, con lo cual ya no eran de primer orden y se hicieron bastante después. En el siglo XX, justo cuando se completa la red principal, llega la guerra y destruye todo. En la época de los acondicionamientos, las radiales, convertidas en importantes focos económicos, vuelven a tener prioridad.

Lo que cuesta hacer una carretera en esta provincia. En un panel se explica que la de Teruel a Sagunto tardó 71 años, de 1791 a 1862.

Las dos de primer orden, Alcolea-Tarragona por Monreal del Campo y Teruel-Cuenca (radiales), tardaron más de 50 años. Para cuando en 1896 se termina la de Alcolea a Tarragona, a la que el diccionario Madoz se refiere como la gran alternativa de España que unirá Madrid y Barcelona generando un gran progreso, ya existía el ferrocarril fuera de Teruel y se había hecho la que sería la N-II por Calatayud. Se perdió la gran oportunidad por esas tardanzas.

¿Y a qué se debían?

En Teruel se hacían las mismas carreteras que en todas partes, el problema es el terreno: muy montañoso y extenso. En el XIX no fue tanto inconveniente porque los carros no querían cuestas y las carreteras se amoldaban al terreno dando multitud de curvas. Pero en el siglo XX, con los vehículos a motor, la cuestión ya no son las pendientes, sino las curvas cerradas, y tenemos una red de carreteras tan revirada por la orografía que es un problema.

Es usted una enciclopedia sobre carreteras. ¡Vaya sabiduría!

¡Qué va!

El museo rescata del olvido la figura del peón caminero.

Poco después de que Carlos III en 1761 diera la orden de hacer carreteras, se dieron cuenta de que había que mantenerlas y nace el peón caminero. Cada uno tenía su trozo de carretera para conservarla con pico, pala y cesta para rellenar baches. Vivían aislados, donde les tocaba, en una casa muy pequeña y además doble, para dos familias. Unos iban hacia un lado de la casilla y otros, al otro.

Qué vida más dura, y nos quejamos de la crisis.

Tampoco tanto. Aún había gente peor, los jornaleros, que no tenían sueldo fijo ni casa. Los camineros eran envidiados.

¿Qué pieza recomienda no pasar por alto?

Una señal de peligro de curvas anterior a la guerra –lleva balazos de este conflicto– diseñada y hecha en Teruel, porque hasta 1939 no se uniformó la señalización y cada sitio hacía lo que le daba la gana. Es un ejemplar único.

Hay decenas de maquetas sobre la construcción de carreteras. Muy didáctico todo.

Esas maquetas las ha hecho Modesto Pascual, operario del Ministerio de Fomento y auténtico alma del museo. Más de 3.500 niños han pasado por esa sección. Aprenden jugando cómo se hace una carretera. En el exterior tenemos 37 máquinas de conservación ancladas para que puedan subir los niños y hacerse fotos.

¿Qué mensaje lanza al visitante esta sala de exposiciones?

En un mundo en el que corremos de un sitio a otro, queremos que se comprendan las penurias de nuestros antepasados en el viaje, lleno de peligros y aventuras. Ir de Teruel a Zaragoza, a pie o en mula, costaba 4 o 5 días y otros tantos volver. También, recordar la historia con ejemplos de Teruel y dar valor a los puentes antiguos que hay en la provincia –casi 60–, una joya desconocida.

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