Sigue el misterio sobre los huesos hallados hace un año en el glaciar de Monte Perdido

La principal hipótesis apuntaba a un montañero alemán desaparecido hace 17 años pero se ha descartado. La investigación se centra ahora en datar los restos humanos.

Imagen de archivo de una exploración científica del IPE al glaciar de Monte Perdido.
Imagen de archivo de una exploración científica del IPE al glaciar de Monte Perdido.
Juan Ignacio López Moreno

Un año después de que un grupo de Científicos del Instituto Pirenaico de Ecología (IPE) hallara unos huesos humanos en el glaciar de Monte Perdido, en el Parque Nacional de Ordesa, mientras realizaba un estudio sobre el retroceso de la masa de hielo, todavía se desconoce la identidad de los restos. La Guardia Civil ha descartado algunas hipótesis y sigue realizando indagaciones para tratar de averiguar a quién corresponden.

El hallazgo se produjo en octubre de 2022. Los investigadores localizaron un trozo de cráneo y unas costillas, bastante fragmentados, además de un cepillo de dientes y unas prendas difíciles de identificar ya que apenas eran unos jirones. El glaciar los había escupido en su retroceso. Estaban incrustados en el hielo y habían aflorado al reducirse el grosor de la capa tras un verano de intenso calor.

Los componentes de la expedición científica dieron aviso a la Guardia Civil. El Grupo de Rescate e Intervención en Montaña (Greim) de Boltaña se hizo cargo de los restos y los remitió a los laboratorios del Servicio de Criminalística para tratar de confirmar la identidad a través de pruebas de ADN. 

Al principio todo apuntaba a que podían corresponder a un ciudadano alemán apellidado Kulosa, de 44 años, desaparecido en 2006 en el lago Marboré, cerca del glaciar, desde donde hizo una llamada de teléfono de auxilio informando que estaba en medio de una fuerte tormenta a 2.800 metros de altitud.

Las pruebas de ADN, comparando los restos con familiares suyos, no fueron concluyentes y se realizaron nuevas diligencias. Fuentes de la Guardia Civil han confirmado que ya se ha descartado por completo que los huesos correspondieran al montañero alemán. Lo que se está haciendo ahora son trabajos de datación para ver la antigüedad, lo que dará alguna pista más fiable.

El teniente coronel Francisco Pulido, jefe de la Comandancia de Huesca, se refirió a la dificultad de este caso, ya que se han revisado los expedientes de desaparecidos, algunos de ellos extranjeros, y esto implica un trabajo conjunto con instancias oficiales de otros países.

Los encargados de la investigación han recurrido al fichero de desaparecidos en la montaña. En la lista figuran cuatro personas, pero el único al que se perdió el rastro en la zona era el alemán Kulosa, cuyo expediente es el más antiguo. Tampoco se descarta que puedan corresponder a alguien que murió en el glaciar décadas atrás, de ahí que ahora la línea de investigación se dirija a la datación de los restos óseos.

Los otros tres montañeros que siguen perdidos estaban lejos de esta zona. Françoise Dasnois, una ciudadana belga de 48 años, desapareció en el 2009, en la sierra de Guara, cuando hacía senderismo con su marido y su hijo. Se dio la vuelta para regresar sola al pueblo de Colungo, donde se alojaban, y nunca llegó. El danés Michel Nielsen, de 65 años, estaba hospedado en 2010 en Benasque, se fue a hacer una excursión y allí se quedaron sus pertenencias y el billete de avión. El único español es Ferrán Camps, de 23 años, que acampó en el ibón de Plan y cuya familia denunció su pérdida, también en 2010.

Otros cuerpos que escupieron los glaciares

No es el primer cuerpo que devuelve un glaciar en el Pirineo aragonés por el deshielo. El caso más famoso es el de Catherine Verón, una universitaria francesa, cuyo cadáver se encontró en 1992, 18 años después de caer a una grieta en el Aneto.

Otro glaciar, el Tempestades, guardó 47 años, entre 1954 y 2001, al alpinista de 29 años Joaquín López Valls, que intentaba abrir una vía en el pico Margalida cuando un bloque entero de roca cedió y lo arrastró hasta una rimaya (hueco entre la roca y el hielo). Es la desaparición más larga que se conoce, que acabó al encontrar unos excursionistas unos restos (huesos, un guante y una bolsa).

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