Villanova: encanto de la evocación romántica

El pasado y el futuro se dan la mano en Villanova, una bella localidad pirenaica en el corazón del valle de Benasque con una impresionante vida cultural y unas gentes cercanas y acogedoras.

Grupo de vecinos en la iglesia de San Pedro
Grupo de vecinos en la iglesia de San Pedro
Ángel Gayúbar

Está en pleno corazón del valle de Benasque, a casi mil metros sobre el nivel del mar. El ordenamiento urbano de Villanova, que se va encaramando sobre una ladera poblada de vegetación, ya parece indicar la vocación dúplice de sus gentes. Dos son los barrios históricos principales, dos fueron las parroquias románicas que flanquean la estructura urbana original de una localidad tan pequeña, y dos son los actuales núcleos de población; el de arriba, con la población más veterana y más históricamente vinculada a la localidad, y el de abajo, más nuevo y en el que se concentran mayoritariamente los jóvenes y los profesionales que le están dando nueva vida. Igualmente dos, el obispado y la Casa de los Bardaixí, fueron los señores históricos de estas tierras, de cuya dependencia supieron librarse estas gentes cálidas y acogedoras, que saben empero mostrarse firmes cuando es necesario.

En su monumental y enciclopédica ‘Aragón, pueblo a pueblo’, Alfonso Zapater relata una anécdota que refleja el carácter indómito de los habitantes de Villanova: el precioso retablo plateresco de la localidad, que representa escenas de la Virgen y de los martirios de San Pedro, San Esteban y San Lorenzo, se salvó de la guerra civil gracias a la colaboración de los vecinos, que lo desmontaron y lo mantuvieron escondido durante la contienda. Acabada ésta, acudió el obispo para trasladarlo al museo diocesano, "pero los vecinos se negaron a semejante pretensión y trazaron un círculo con paja alrededor del camión que había de llevarse aquel tesoro artístico, amenazando con pegarle fuego, con el obispo y todo dentro".

Zapater se curaba en salud al comentar que tal vez pudiera ser un tanto exagerado el relato, pero que así lo referían en el pueblo. María Portaspana, que vivió el suceso y conserva una envidiable memoria, no le quita una coma a lo narrado. "Todavía me acuerdo de la cara del conductor, el pobre José María, que era de Castejón y nos rogaba que no le hiciéramos nada al camión, su fuente de vida", comenta con una sonrisa. También tiene refrendo literario la lucha de los villanovanos por zafarse de las ataduras feudales y las servidumbres del vasallaje, narrada por Severino Pallaruelo en su novela ‘Bardaxí’ en la que vuelve a quedar patente el espíritu indomable de estas gentes.

No obstante, Villanova es mucho más que una suma de duplicidades; se trata de un pueblo de fuentes, casas cuidadas y, en su parte antigua, rincones que rezuman romanticismo. Recuerda mucho en su construcción a poblaciones cercanas del otro lado del Pirineo, lo que no deja de tener lógica, habida cuenta de que hasta bien entrado el siglo XX estos territorios pirenaicos tenían más fácil la comunicación con el vecino país que con las tierras más al sur. Villanova ha sabido adaptarse a la modernidad, y en los últimos años se ha convertido en punto de arribada de muchos jóvenes profesionales alentados tanto por la ubicación del pueblo, en pleno centro del valle como por los relativamente más moderados precios de sus viviendas. Con los jóvenes han llegado los niños, el auténtico tesoro de la localidad.

"El pueblo ha cambiado al cien por cien, cuando yo era pequeño se notaba mucho la escasez que había en todo y ahora eso ha cambiado radicalmente", comenta desde sus lúcidos 90 años Antonio Guaus, quien todavía recuerda cuando, "no hace tanto, había aquí una treintena de ganaderos de los que sólo quedan tres, y la cal se producía en el pueblo y que se vendía a todo el valle".

Fernando Lamora frisa el medio siglo y sabe vender como nadie las bondades de Villanova. "Mi mujer es de Zaragoza y al principio le costaba acercarse hasta aquí; ahora no hay quien la saque, aunque es imprescindible el carnet de conducir y el coche para tener autonomía", subraya, apuntando que éste es un pueblo "tranquilo, cuya belleza "salta a la vista". Algo más joven, Pablo Lamora abunda en la tranquilidad, calidad de vida y bondad de estas tierras y comenta que, al contar todos con coche, las vecinas Benasque y Castejón de Sos son las localidades de referencia, convirtiéndose a veces Villanova "en un pueblo dormitorio".

Con ellos se alinean María José Subirá, agitadora cultural y promotora de la Asociación Donisas, que realiza una impagable labor de recuperación etnológica, divulgación cultural y cohesión social; Maribel Sahún, que tras trabajar en Barcelona y Zaragoza, ya jubilada, ha vuelto a Villanova; José Manuel Brunet, profesor universitario, define certeramente el entorno como "una postal"; José Palacio, quien trabajó en las antiguas canteras de mármol ahora cerradas, recuerda que "éste fue uno de los pueblos con más mano de obra de la zona, y ahora no hay nada". La montisonense Mónica Entor, que lleva quince años viviendo en la zona, coincide con el reto en ponderar la belleza y tranquilidad del pueblo y en subrayar las enormes potencialidades de esta idílica localidad.

Santa María y San Pedro, los monumentales guardianes románicos
Son la auténtica referencia visual de la localidad. Las iglesias de Santa María y San Pedro flanquean el caserío histórico de Villanova. La primera, más antigua, data de la primera mitad del siglo XII, aunque con una posterior transformación en el XVI. Cuenta con un ábside litúrgicamente orientado coronado por la típica fila de arquillos ciegos y lesenas que llegan hasta el suelo. La torre anexa al muro de mediodía es un prisma cuadrado de tres cuerpos indicados al exterior por impostas voladizas, rematando con chapitel piramidal de loseta. El primer cuerpo es claramente románico. Algo posterior, de finales del XII o principios del XIII, la de San Pedro es la actual parroquial. Originariamente de planta rectangular, se le añadieron capillas laterales (por lo que ahora la planta es de falsa cruz latina), su ábside está orientado al este, es semicircular, rematado por arquillos ciegos a lo largo de todo el perímetro al modo alaonés, con el apoyo en mensulitas de estilo jaqués. En su interior destaca el retablo y la pila de agua bautismal tallada con arcuaciones, sostenida con una mano abierta.

Las Donisas y su labor de promoción cultural y social en el valle de Benasque
La Asociación Donisas de Sesué, Sos y Villanova se ha consolidado como un auténtico motor de promoción social en el valle de Benasque; además, se ha erigido como un gran factor de investigación antropológica y desarrollo cultural. Una de las ‘alma máter’ de la entidad, María José Subirá, recuerda que comenzó en el 2005 desde un proyecto conjunto de las mujeres –las donisas en el patués vernáculo– de las tres localidades vecinas para proponer distintas actividades y, sobre todo, establecer un marco de encuentros.

Desde entonces no han parado de proponer iniciativas y sacar adelante proyectos propios que reflejan el anhelo de una sociedad viva, con muchas ganas de mantener la memoria de estos lugares. Así, con el patués como elemento imprescindible, Donisas han editado y publicado cinco libros: ‘Cuentos del mon enta debán’, ‘Borrigons y nuesas’, ‘Quinquillaires y trotamons’, ‘La dona montañesa’ y ‘Lóme montañés’. Tiene uno nuevo en producción: ‘A las nuestras selbas. Memorias de cuan yeran mainada’, y ha producido un deuvedé: ‘La dona montañesa’. En todos ellos abordan temas como la recuperación idiomática, etnológica y antropológica del territorio.

En datos

Comarca: Ribagorza.

Población: 159.

Distancia a Huesca, su capital de provincia: 136 km.

Los imprescindibles

El entramado urbano

Con casas bien adaptadas a los materiales existentes y a las necesidades económicas y sociales, la arquitectura popular de Villanova cuenta con ejemplos como Casa Betrán, una casa-patio, y Casa Riu, con ornamentos en su fachada.

El libro de José Manuel

‘Raya el alba a la nuestra historia’, de José Manuel Brunet, es un delicioso compendio de relatos a veces mágicos, a veces emocionados, escritos en ocasiones desde la añoranza y siempre llenos de humor y amor por esta tierra.

El retablo de San Pedro

Delicado ejemplo del plateresco, consta de trece tablas en las que aparecen San Pablo, San Pedro, Cristo de la Piedad, San Juan Evangelista, Santa Lucía, Santa Bárbara, la decapitación de San Pedro y la lapidación de San Esteban.



 

 

 

 

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