Pueblos que vuelven a la vida, experiencias exitosas contra la despoblación

La causa: la dedicación de sus habitantes que, desde su llegada hace tres décadas, han logrado devolverlos a la vida.

La escuela de Aineto.
La escuela de Aineto.
Silvia Gómez Bosque

Aineto, un pequeño municipio del valle de La Guarguera, en el prepirineo oscense, ha pasado de ser un lugar abandonado, donde solo se escuchaba el silbido del viento entre las ruinas, a un pueblo con escuela infantil.

La causa: la dedicación de sus habitantes que, desde su llegada hace tres décadas, han logrado devolverle a la vida.

No es el único caso, tal y como recoge un estudio realizado por el arquitecto Sixto Marín para la Diputación Provincial de Huesca, que indica que en las últimas tres décadas se han recuperado 31 pueblos vacíos, frente a los 200 que todavía quedan deshabitados.

En contra de lo que puedan delatar los números, las iniciativas de recuperación de pueblos abandonados en el Altoaragón se han multiplicado en los últimos años y han sido comandadas por gentes muy diversas.

Según recalca el autor del estudio, Sixto Marín, tienen en común un índice de éxito muy alto, sin duda "suficiente como para tomar nota de sus planteamientos y potencialidades".

Para comprenderlas, hay que encuadrar las iniciativas en su secuencia histórica.

Porque la comarca del Alto-Gállego, una de las zonas en las que más se ha trabajado y estimulado la repoblación, sufrió una pérdida demográfica ostensible en los 60, cuando el Gobierno compró los campos agrícolas de las laderas de los valles para reforestarlos.

Pretendía evitar el aporte de sedimentos de los cultivos agrarios a los embalses, las grandes obras hidráulicas del Pirineo que provocaron éxodos masivos y vaciaron valles.

Hoy, Artosilla, Ibort y Aineto forman una comunidad de municipios gestionada por la asociación Artiborain, fundada en los años ochenta por un grupo de personas, ahora llamados "neorrurales", que decidieron asentarse en estos pueblos sin agua ni corriente eléctrica.

Agustín Montero lleva treinta años viviendo allí. Llegó a Aineto a finales de los 80 junto a un grupo pequeño movido por las ganas de dejar atrás la vida urbana; quería vivir en contacto con la naturaleza y promover una sociedad más colectiva y menos individualizada.

Desde entonces, la asociación Artiborain ha suscrito diferentes contratos con el Gobierno de Aragón para vivir en este municipio de titularidad pública.

De hecho, actualmente está a la espera de su respuesta para renovar de nuevo la concesión; esta vez por treinta años, los mismos que lleva allí.

Durante tres décadas, los vecinos con sus manos han reconstruido las casas de este pueblo; han sumado tradición y tecnología y han apostado por el cultivo ecológico de la tierra y por el autoabastecimiento con energías renovables.

Entre los cuatro pueblos suman 250 habitantes, buena parte de ellos niños que acuden a la Escuela Infantil de Aineto, cuya apertura supuso un impulso definitivo a la recuperación de este pueblo, que ahora espera la llegada de la banda ancha para seguir creciendo.

Treinta años después de su llegada, Montero echa ahora la vista atrás y asegura sentirse muy satisfecho de haber vivido 37 años en este pueblo, donde ha criado a sus hijas. "Llevó aquí toda una vida", indica.

Este sentimiento es compartido también por Víctor, un vecino de Caneto, pueblo perteneciente al municipio de La Fueva, cedido por la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) a la Asociación La Senda a finales de los 80.

Comenzaron siendo solo cuatro personas y ahora suman 25, la mitad, resalta, niños, entre ellos sus nietos.

Hoy, en el Alto Aragón, cuya peculiar geografía abocó a esta región a un intenso aislamiento, hay pueblos de titularidad pública convertidos en centros vacacionales por los sindicatos, como Ligüerre de Cinca (UGT), Morillo de Tou (CC. OO.) o Ruesta (CGT); otros que han sido cedidos por el Gobierno de Aragón a asociaciones, como Aineto; y algunos que han sido ocupados por asentamientos 'okupas' como Sieso de Jaca, Burgasé o Mipanas.

Hay también ruinas recuperadas por el empeño de sus antiguos vecinos, como Jánovas, el pueblo que murió bajo la amenaza del "maldito pantano", como cantaba La Ronda de Boltaña, que nunca llegó a construirse.

Sixto María, vistas las experiencias, concluye que la despoblación no debe verse como "algo dramático o triste". "Simplemente tenemos una comunidad donde vive poca gente", comenta.

El informe, así, se traza un objetivo, que no debe ser tanto recuperar los pueblos deshabitados como proteger su patrimonio y preservar su composición.

"El simple hecho de cómo eran los pueblos, cómo estaban situados en el territorio, los campos que tenían al lado o la forma en la que se relacionaban entre ellos, todo eso tiene un valor inmenso", recalca.

Porque antes que empeñarse en repoblar todos los pueblos deshabitados, lo cual sería "imposible", señala, conviene impulsar un plan de recuperación y consolidación de los pueblos, y hacerlo con "urgencia" para no perder el paisaje cultural.

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