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La huella de la covid, cuatro años después: "La satisfacción tras la primera ola se fue convirtiendo en agotamiento físico y mental"

La pandemia obligó a activar recursos de una manera rápida y urgente y muchos de ellos llegaron para quedarse.

Imagen de archivo de la uci del Clínico en junio de 2021.
Imagen de archivo de la uci del Clínico en junio de 2021.
Marcos Cebrián

La pandemia de covid dejó testimonios desgarradores, experiencias difíciles de olvidar y recuerdos que siguen emocionando a sus protagonistas. El paso del tiempo no consigue dejar atrás lo vivido en aquellas jornadas interminables de trabajo entre los profesionales sanitarios. Fueron momentos en los que se pusieron en marcha unidades y recursos que permitieron ofrecer una asistencia más efectiva a los numerosos pacientes que ingresaban con esta patología, y muchos de esos servicios se han mantenido en el tiempo.

Tal y como resume Nuria Gayán, directora general de Salud Pública, cuando llegó la covid-19 "nadie estaba preparado", pero destaca la "entrega" de los profesionales de los servicios esenciales y la respuesta del sistema de ciencia y tecnología a la investigación.

El neumólogo Francisco de Pablo, responsable de la unidad de cuidados respiratorios intermedios del Servet.
   
"La primera ola fue un caos, pero la tercera la viví con más angustia"

Unidad de cuidados respiratorios intermedios del Servet.

Un ejemplo es la unidad de cuidados respiratorios intermedios (ucri) del servicio de Neumología del Hospital Universitario Miguel Servet de Zaragoza, un área a caballo entre la planta y la uci destinada a pacientes covid que requerían monitorización y la aplicación de técnicas no invasivas. Comenzó a funcionar en julio de 2020 con 16 camas, aunque previamente, desde 2017, contaba ya con cuatro puestos. Su responsable, el neumólogo Francisco de Pablo, recuerda que desde entonces y hasta diciembre de 2023 se atendió a 615 enfermos con coronavirus, evitando el ingreso en cuidados intensivos de muchos de ellos. El año pasado solo pasaron 20 personas con coronavirus por esta unidad, del total de 250 pacientes atendidos en 2023. Para el doctor De Pablo: "La primera oleada fue un caos, por el desconocimiento que había. Pero la tercera, a finales de 2020, la viví con más angustia. Ya habíamos montado la unidad, teníamos llenas las 16 camas con pacientes críticos a nuestro cargo".

La ucri sigue activa con seis camas: "Y estamos preparados para lo que pueda ocurrir, porque se pueden ampliar los puestos de nuevo hasta los 16". En la pasada epidemia de gripe llegaron a funcionar ocho. "Más que espacio físico, depende de la dotación de personal de enfermería", asegura. Es uno de los servicios que llegó para quedarse en este y en otros centros: "Los gestores y directores de hospitales han visto que son unidades rentables".

La intensivista Begoña Zalba, en la uci del Hospital Clínico Lozano Blesa.
   
"Lo peor fue la elevada mortalidad en intensivos, hasta cuatro veces más de lo que es habitual"

Unidad de cuidados intensivos (uci) del Hospital Clínico.

Desde las unidades de cuidados intensivos se enfrentaron también con la cara más dramática de la enfermedad. El doctor Juan José Araiz, jefe de servicio de la uci del Hospital Clínico Universitario Lozano Blesa, donde se llegaron a atender 588 pacientes covid entre el 3 de marzo de 2020 y el 29 de enero de 2023, con una media de edad de 64 años, resume cómo fueron aquellos largos meses: "Recuerdo la satisfacción cuando pasó la primera ola, porque pensábamos que habíamos ganado. Pero luego vino otra, y otra... y toda esa ilusión que había al principio por sacar eso adelante se fue convirtiendo en agotamiento físico y mental".

Para Begoña Zalba, jefa de sección de la unidad polivalente de la uci del Clínico: "Se hizo lo que tocaba, para lo que nos habíamos preparado". "Lo peor de todo fue la elevada mortalidad, que nunca habíamos visto, de un 40,8%, cuatro veces más de lo que es habitual en estas unidades". Y fue superior entre los mayores de 60 años (49,4%): "Cuando ingresaban sabías que uno de cada dos iba a morir. Son cifras brutales. Era algo que nunca habíamos vivido, y ojalá no lo volvamos a vivir". "Fue muy duro, durísimo", destaca: "Pero, al contrario que en otras partes del país, aquí no tuvimos que poner límite de edad para ingresar en la uci, y eso lo digo con orgullo y con mucha paz". "No me puedo ni imaginar a quienes pasaron por eso, porque todo aquello se nos ha quedado ya para toda la vida", señala.

Consulta post-uci

En enero de 2022 se puso en marcha en el Clínico una consulta post-uci, un servicio que se perseguía desde hace ya tiempo. Su responsable, la intensivista Begoña Zalba, concreta que en estos dos años han atendido a 120 pacientes "de primer día". Acuden a revisión a los tres meses y, si todo está bien, reciben el alta. Del total, 30, el 25%, eran covid, sobre todo durante 2022. El año pasado no pasó por allí prácticamente ningún enfermo de coronavirus. En el síndrome post-uci, explica, "suele haber alteraciones, sobre todo motoras, cognitivas, déficit de concentración, de atención y psicológicas, ansiedad, depresión, y luego está el impacto en las familias, que muchas veces lo pasan peor que el paciente". Aparece después de largas estancias en intensivos, tras requerir muchos ventilación mecánica invasiva, con patologías muy graves, con fracaso de muchos órganos, y eso deja unas secuelas a nivel físico, cognitivo y psicológico".

Tras la valoración, la profesional deriva si es necesario al especialista o les pone algún tipo de tratamiento, además de proporcionar consejos: "También recojo información de las cosas que ellos recuerdan. Es un ‘feedback’ para mejorar de cara a los pacientes ingresados". Es uno de los aspectos relacionados con la humanización en la atención sanitaria: "Y la aceptación entre los pacientes es buenísima".

La pandemia, dice, "ha dejado huella en muchos aspectos". Entre ellos, materiales: empleo de oxigenación de alto flujo, por ejemplo, o el ‘stock’ de respiradores, que inicialmente escaseaban. En la primera ola llegaron a recibir en la uci del Clínico entre seis y siete pacientes covid al día: "Estábamos desbordados, sacando camas de intensivos en otras unidades y doblando boxes. Trabajábamos sin descanso, incluso tres semanas seguidas". La vida personal se puso en un segundo plano: "Yo me acuerdo perfectamente el primer día que llegué a la uci cuando empezó todo. Estaba todo lleno de plásticos, nosotros completamente protegidos. Pensé que no iba a sobrevivir a esta pandemia. Pero ese pensamiento me duró un segundo. Inmediatamente asimilé que yo había estudiado para esto, para hacer lo que tenía que hacer, y entré. Te olvidas del miedo, de lo que te puede pasar, porque es vocacional, y hubo mucho trabajo en equipo". Hoy, cuatro años después, la emoción sigue estando a flor de piel: "Es como recordar las pesadillas que relatan los enfermos que están en la uci".

Beatriz Gual, de Monzón, afectada por covid persistente.
  
"La covid me ha robado mi vida"

Una afectada de covid persistente, que trabajaba en una residencia de mayores, sufre las secuelas de la enfermedad.

Beatriz Gual, de Monzón, arrastra las secuelas del coronavirus. Tiene 51 años y está enferma de covid persistente. Trabajaba en una residencia cuando se contagió, en octubre de 2020: "Me encerré en casa y me aislé durante 18 días". Al mes volvió a trabajar, pero los síntomas no remitían: "Había días mejores, días peores. Nos pusieron la vacuna a los tres meses, algo que me volvió a provocar como si fuera otro covid".

Desde el 2 de febrero de 2021 está de baja. "Se agravó la fatiga, las taquicardias, los dolores musculares, la falta de memoria y de concentración, no puedo hacer esfuerzos... Hasta entonces había sido una persona muy activa, tanto a nivel social como deportivo".

"Me he perdido muchas cosas, porque mi cuerpo no me acompaña. Mi hija estuvo en el hospital y no pude estar con ella; ni con mi hijo en sus competiciones deportivas. Eso duele". Tanto que está en tratamiento psicológico. También ha tenido que dejar su vivienda para irse a una casa de campo, más pequeña y sin escaleras, donde no necesita tener que salir a pasear a sus perros. A raíz de la covid persistente, además, no puede conducir mucho rato y ha desarrollado una hipersensibilidad a los medicamentos. "La covid –afirma con contundencia– me ha robado la vida. Yo era una mujer que me comía el mundo, pero la covid se me ha comido a mí. No puedo hacer nada de lo que me gustaba ni nada de lo que me gustaría hacer".

Los afectados quieren que la enfermedad no caiga en el olvido: "Seguimos ahí y nuestra vida sigue truncada. Estoy esperando un tratamiento, para volver a trabajar, para poder volver a ser persona, para hacer una vida normal". "Me veo jubilada, como una persona de 80 años, y pienso: ¿Qué me queda? Y todo eso se va acumulando en la cabeza, y le doy muchas vueltas. Además, como no puedes hacer casi nada tienes muchas horas para pensar".

Recuerda el impacto de la covid en las residencias: "Fue muy duro, no había gente que cubriera las sustituciones". Hubo muchos contagios entre los mayores, pero también del personal. Faltaban epis, mascarillas, por no hablar, señala, del aislamiento.

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