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Enric Benito: "A mis 10 años me prometí ayudar a morir bien a las personas"

El doctor Enric Benito (Mallorca, 1949) es miembro de honor de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos y forma parte del Consejo Asesor de la Fundación Fundaz Paixena. El día 6 de marzo a las 19.00 presenta su libro ‘El niño que se enfadó con la muerte’ en el Patio de la Infanta de Zaragoza.

El doctor Enric Benito, en Madrid, donde presentó su libro.
El doctor Enric Benito, en Madrid, donde presentó su libro.
Enrique Cidoncha

¿Quién es el niño que se enfadó con la muerte?

Es alguien que, a los 10 años, se enfrentó a la muerte de la persona que más quería, su abuelo, de una forma muy dura, con un cáncer avanzado, con mucho sufrimiento. Ese niño vivió esa pérdida con mucho impacto y se juró ese día que esto no acabaría así, que eso no se podía permitir.

¿Habla en primera persona?

Ese niño estudió Medicina en Zaragoza, se hizo oncólogo y está ahora disfrazado de viejo profesor, con 75 años. Pero ha conseguido quitarle la máscara a la muerte. En ese viaje descubrió que la muerte no existe, existe el proceso de morir, y lo hizo arriesgándose a acercarse a los que morían para ayudarles a que lo hicieran bien, con cuidados paliativos. El libro cuenta historias de pacientes a los que he acompañado.

Serán experiencias muy duras...

Yo tengo una sensibilidad especial para acompañar a la gente en ese momento. Es como si siguiera buscando estar con mi abuelo, con el que no pude hacerlo.

¿El libro recoge todas esas vivencias?

Es muy sencillo y muy profundo al mismo tiempo. Es fácil de leer, es ameno, es divertido, cuenta anécdotas de pacientes; pero al mismo tiempo va dejando un cierto poso de reflexión que hace plantearse cosas interesantes.

"Cuando yo era niño la gente se moría en casa, y era lo normal. Había un ritual de acompañamiento"

Se licenció en Medicina en Zaragoza en 1972 y vuelve más de 50 años después.

Sí, he venido en varias ocasiones, invitado por Javier García Campayo y también con Rogelio Altisent, profesor titular de Bioética y presidente de la Fundación Fundaz Paixena, dedicada a promover los cuidados paliativos en Aragón.

¿Se puede normalizar ese proceso?

Claro, siempre lo ha sido. Pero en los últimos 30 o 40 años se ha deteriorado, se ha medicalizado. Cuando yo era niño la gente se moría en casa, y era lo normal. Había un ritual de acompañamiento. Los de paliativos estamos cuidando ese proceso, pero cuando lo que se hace es intentar salvar, a pesar de todo, cuando no corresponde, es una lástima.

¿Cómo se enfrenta alguien al final de su vida?

La casa de la muerte tiene mil puertas para que cada uno encuentre la suya. Es decir, cada uno se enfrenta a su manera, y según cómo ha vivido. Morir no es diferente de vivir, es lo mismo. Con los recursos que ha desarrollado a través de las experiencias que ha tenido en la vida. Las situaciones de crisis te van preparando para que aprendas que no eres solamente la versión que creías que eras, sino que hay más posibilidades de descubrir recursos en ti que no sabías ni que tenías. Entonces vas como madurando, creciendo…

"La casa de la muerte tiene mil puertas para que cada uno encuentre la suya. Es decir, cada uno se enfrenta a su manera, y según cómo ha vivido. Morir no es diferente de vivir, es lo mismo"

¿Es un aprendizaje vital?

Si llegas al final bien vivido, en el sentido de que has aceptado, trascendido, integrado, superado y aprendido de la vida, comprendes que esto también se termina. El morir es exactamente lo opuesto no a vivir, sino a nacer.

¿Cómo pasa un oncólogo a interesarse por los cuidados paliativos?

Bueno, realmente yo a mis 10 años me había prometido que esto no acabaría, pero me olvidé, me despisté. Entonces me hice oncólogo, fui creciendo y desarrollé un ego impresionante. Me había centrado en el prestigio y olvidado mi auténtica vocación y estaba muy triste por dentro. A los 43 o 44 años entré en una crisis existencial, toqué fondo y descubrí que era tan infeliz porque me había traicionado a mí mismo. Y ahí decidí dejar la Oncología para hacer paliativos. Esa es la historia.

¿En ese paso fue fundamental el fallecimiento de su madre?

Claro, viví la experiencia de acompañar a alguien muy querido desde la posición de la ignorancia que tenía como oncólogo. Cuando veo que muere me siento fatal, intento evitar que eso ocurra. Entonces ella, que ya estaba prácticamente en coma, cambia el ritmo de respiración, me mira y me dice: "No temas nada". Fue una experiencia brutal, que me hizo ver que ella necesitaba que yo estuviera tranquilo. Y fue cuando empecé a saltar de la Oncología a los paliativos. Desde entonces soy feliz.

El fruto de ese trabajo se materializó también en un documental, ‘Hay una puerta ahí’.

Son las conversaciones que mantuve por ‘zoom’ nueve meses con Fernando Surera, de Uruguay, enfermo terminal de ELA, hasta que falleció. Él había visto mis vídeos y me quería conocer. Me cautivó, lo veía absolutamente confundido, y fue un reto para mí enseñarle otra manera de ver la realidad. Estrenamos la película en el Festival de Málaga en 2023 y la hemos llevado al de San Sebastián. Hay mucha fuerza, hay mucha vida, hay mucho humor también, es una historia de acompañamiento que simplemente surgió.

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