El patio de mi recreo

Marta Lallana: “Penélope Cruz fue la primera estrella que me fascinó”

La directora y guionista de ‘Ojos Negros’ (2019) y ‘Muyeres’ (2023) rememora su infancia.

Marta Lallana, a los 9 años, con la videocámara, al lado de su madre y su hermana.
Marta Lallana, a los 9 años, con la videocámara, al lado de su madre y su hermana Julia.
M. L.

Zaragoza, 1994. Directora y guionista. ‘Ojos Negros’ (2019), su ópera prima, ganó la Biznaga de Plata en el Festival de Málaga. ‘Muyeres’ (2023), su segundo largometraje, ha brillado en el Festival de Shanghái: recibió la Mención Especial del Jurado y el premio Mejor Cinematografía.

¿Qué le hizo reír por primera vez?
Cuando mi padre cantaba y bailaba "Pinocho fue a pescar, al río Guadalquivir, se le perdió la caña y pescó con la nariz". Desde que tengo memoria, mi padre siempre me ha hecho reír.

¿Qué le hizo llorar?
Mis padres siempre cuentan que, cuando era un bebé y veía a la rana Gustavo cantar triste con una guitarra, se me ponían los pelos de punta y lloraba de emoción. Ahora esa imagen me da mucha risa, pero me parece muy curiosa aquella reacción mía. Imagino que estaba experimentando el poder de la música y la capacidad de empatizar con los sentimientos de alguien, aunque fuera un teleñeco.

¿Se sentía rara, especial?
Sentía que me fijaba en cosas que no llamaban la atención al resto. Siempre he sido muy observadora y he tenido mucha imaginación, aunque también melancolía. La primera vez que tuve consciencia real de que era distinta a mis amigas fue cuando le dije a una de ellas que me ponía triste no haber podido vivir en una época pasada. Ella se rio y me dijo: «¡Pero qué cosas dices!».

¿Recibió algún castigo que le dejara huella?
No fue un castigo, pero recuerdo una frase de un profesor que me dejó marcada. Me dijo: "Si sigues así, tú serás de las que acaben en una cuneta". Hoy ese profesor sigue trabajando. Probablemente, él no recuerde que me soltó esa barbaridad, pero yo nunca lo podré olvidar.

¿Cuál fue la calle de su infancia?
El paseo del Canal, en Zaragoza. Recuerdo que, justo donde cruza con Vía Ibérica, había una morera centenaria, enorme y preciosa. Iba ahí a alimentar a los gusanos de seda que tenía en una caja de zapatos. Hace años que la talaron y siempre me acuerdo de ella.

¿Qué imagen tenía de Felipe González?
No viví sus años de presidencia. La única imagen que tenía era de verlo como un muñeco de guiñol en un programa de Canal + que veían mis padres.

¿Era religiosa?
Nunca he practicado la religión católica, mis padres no lo eran y yo tampoco, aunque escuchaba muy atenta las historias que me contaban mis amigas de lo que hacían en catequesis. Me atraía todo ese mundo que era tan ajeno a mí, esas historias grandilocuentes, ese sufrimiento, esa fe.

¿Cuál fue su primer contacto con la muerte? ¿Le angustiaba o le provocaba algún tipo de tormento?
El primer contacto que recuerdo fue la muerte de mi yayo Juan. Fue mi primer funeral y me impactó mucho la puesta en escena. El ataúd abierto emergía de un agujero del suelo sobre un elevador mecánico y, al acabar la misa, el suelo se lo volvió a tragar hasta desaparecer. No me podía creer que dentro estuviera mi yayo y que no lo fuera a volver a ver. Desde que tengo memoria, uno de mis grandes miedos es la muerte, no la mía, sino la de mi familia y seres queridos.

¿Hizo alguna locura o disparate que le guste recordar?
Muchas. Casi siempre tenían que ver con mi carácter romántico y algo inconsciente. De adolescente siempre decía que prefería arrepentirme de lo que había hecho que de lo que no llegaba a hacer. Recuerdo esa frase como una especie de motor que me activaba y sigue estando siempre en mi mente. Ahora que mi memoria comienza a profundizar: la saqué de una canción de Violadores del Verso y estuvo un tiempo en mi estado de messenger.

¿Cuál fue la primera estrella de cine que le fascinó?
Penélope Cruz.

¿Y la primera persona que, en la vida real, le provocó una emoción inolvidable?
Recuerdo de una manera muy intensa la emoción de coger a mi hermana recién nacida en brazos. Yo tenía 8 años y de repente sentí la inmensidad, el amor. Recuerdo mirar esa cosita que arropaba entre mis brazos de niña y pensar que nos acompañaríamos siempre.

¿La primera canción que memorizó?
La primera sería, muy probablemente, de alguna película. Me encantaba Hércules y me las sabía todas. Después, más preadolescente, era muy fan de Estopa, Shakira, La Oreja de Van Gogh, Amaral o El Canto del Loco.

¿Qué personalidad nacional o internacional fue para usted una referencia poderosa?
José Antonio Labordeta.

¿Quiénes fueron sus grandes amistades? ¿Cuál es el recuerdo más poderoso que le ha quedado de ellas?
El grupo de amigas de la adolescencia: Clau, Elisa, Ale y Vicky. Nos hacíamos llamar Las Olas, pasábamos los veranos juntas de fiesta en fiesta por los pueblos. Nos gustaba colarnos en sitios abandonados y creernos más mayores de lo que éramos. El otro día, cuando vi una estrella fugaz –las lágrimas de San Lorenzo–, me transporté a ese mismo día, quince años atrás. Fue la primera vez que vi una estrella fugaz. Estaba con ellas, tumbadas en un camino de tierra, rodeadas de vasos de botellón, de fondo sonaba ‘Verano azul’, de Juan Magán, y ‘Mi estrella blanca’, de Fondo Flamenco. Esa sensación de pertenecer a un grupo, lo recuerdo como una época muy dulce e intensa.

De todo lo que le enseñaron sus padres, ¿qué caló en usted con más fuerza?
Su bondad y su lealtad.

¿Hay algún defecto o debilidad que detectara en su infancia y que aún no ha logrado superar?
Siempre he sido muy cabezota y muy pasional a la hora de expresarme o sentir. Eso es algo que, con mayor control, aún arrastro, pero es mi carácter y son los defectos que me han llevado a donde estoy. No me arrepiento.

Si pudiera viajar en el tiempo y regresar a sus primeros años durante un día, ¿a qué día volvería?
A un día cualquiera en las vacaciones de verano cuando tenía 9 o 10 años. Con mis abuelos, mis primos, mis padres y mi hermana. Jugando a Pokemon, viendo ‘Grand Prix’, chupándome la sal del pelo y sin más preocupaciones que elegir el mejor sabor del helado que me iba a comer al bajar al pueblo después de la siesta.

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