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Residentes del Refugio que son voluntarios: “Servir comidas me ayuda a no pensar en mis problemas”

A raíz de la covid y debido a las restricciones, la entidad decidió que fuesen los propios usuarios quienes sirviesen las comidas a otros residentes que, como ellos, se encuentran sin hogar.

Argenis Barrios, Germán Galindo, Jair Jordán y Janeth Viveros son residentes del Refugio y voluntarios del servicio de comidas.
Argenis Barrios, Germán Galindo, Jair Jordán y Janeth Viveros son residentes del Refugio y voluntarios del servicio de comidas.
M.O.

Joseph, Germán, Argenis, Janeth y Jair no han tenido una vida fácil. Por diferentes circunstancias todos se han visto sin hogar, sin un lugar al que volver y con muchas dificultades para encontrar trabajo y reorganizar su día a día. En medio de esta problemática, todos ellos acudieron a la Hermandad del Refugio que los acogió cuando más lo necesitaban y ellos no han dudado en devolverles esa ayuda en forma de voluntariado.

Los 5 forman parte del equipo de residentes voluntarios que tiene la Hermandad para el servicio de comidas y que está formado por media docena de personas sin hogar que se encuentran acogidas en las estancias de esta entidad social. Cada día, preparan las mesas de los desayunos y cenas de los cerca de 60 residentes que viven temporalmente en el Refugio, sirven los alimentos, recogen platos y cubiertos una vez han terminado de comer todos las personas acogidas para terminar barriendo el comedor y limpiando las mesas.

Pero este servicio de voluntariado es relativamente nuevo. “Hasta la Covid los tres servicios de comida para las personas acogidas eran servidos por voluntarios externos, pero a raíz de la pandemia tuvieron que dejar de venir por las restricciones y el confinamiento “, explica Ernesto Millán, gerente de la Hermandad del Refugio. 

"Los voluntarios externos que servían las comidas dejaron de venir durante el confinamiento y propusimos a los acogidos que lo hiciesen ellos".

Ante esta situación, “nos planteamos que fuesen nuestros propios acogidos, que estaban en las instalaciones durante el confinamiento, los que realizasen este servicio de manera voluntaria”, continúa Millán. “Se lo propusimos y enseguida se prestaron 6 voluntarios con los que hicimos dos grupos”, añade. Al terminar las restricciones “retomamos a los voluntarios externos para el turno de comida pero mantuvimos a los residentes voluntarios para el desayuno y la cena porque habían sido muy bien acogidos”, dice el gerente. 

Germán Galindo es uno de los residentes voluntarios del servicio de comedor en el Refugio.
Germán Galindo es uno de los residentes voluntarios del servicio de comedor en el Refugio.
Hermandad del Refugio

Además, “ellos estaban muy contentos porque se sentían útiles, por agradecimiento a la institución y por esa labor de voluntariado”, enumera. Estos voluntarios van cambiando conforme salen de la institución y se van sumando otros nuevos. “En los casi tres años que llevamos con esta iniciativa nunca nos han faltado y ya habrán pasado por este servicio una veintena de residentes”, asegura Millán.

"Nunca nos han faltado voluntarios y habrán pasado una veintena de residentes por este servicio".

Por solidaridad y para evadirse de sus problemas

“Para mi es salud”, dice Germán Galindo, un colombiano de 54 años que lleva un año viviendo en el Refugio. “Servir a los demás me ayuda a estar ocupado, me despeja la mente y evita que piense en mis problemas. Me hace sentir útil”, explica este oficial de la construcción que dejó a su familia en su país natal “para resolver unos problemas”. 

Por diferentes circunstancias se ha visto obligado a acudir a esta institución para no vivir en la calle. Ahora lleva unos meses cubriendo una baja laboral como portero del Refugio pero pronto “tendré que empezar a buscar empleo de nuevo”, afirma Galindo.

Germán Galindo es uno de los residentes voluntarios del servicio de comedor en el Refugio.
Germán Galindo es uno de los residentes voluntarios del servicio de comedor en el Refugio.
M.O.

“Siempre he ayudado a los demás por mi profesión y ahora colaboro con mis compañeros que pueden estar en una situación peor que la mía”, señala por su parte Argenis Barrios, otro de los residentes voluntarios. 

Este venezolano de 49 años era profesor de Educación Física en su país cuando tuvo que abandonarlo por las presiones y amenazas de muerte que recibió. “Una vez me robaron la moto a punta de pistola y otra nos atracaron con una granada en la mano”, recuerda. “He estado en el programa de protección internacional y tengo permiso de trabajo pero todavía no me han homologado el título por lo que no puedo ejercer”, confiesa Barrios. 

Argenis Barrios reside en el Refugio y es voluntario en su comedor.
Argenis Barrios reside en el Refugio y es voluntario en su comedor.
M.O.

Lleva desde enero el Refugio y no ha perdido el tiempo porque además de ser voluntario en el comedor, es Voluntario de Zaragoza. “He estado en eventos del Casademont y en algunas carreras. De hecho, el próximo domingo 24 estaré como voluntario en otro evento deportivo de la ciudad”, añade. Mientras, prosigue sus trámites para lograr hacer la equivalencia y homologación de su título porque “mi objetivo es volver a trabajar como docente”, asegura Barrios.

Otro de los voluntarios residentes es Joseph, un ingeniero agrícola guineano de 49 años que trabajaba en España y perdió su pasaporte. “No pude renovar mi permiso de trabajo ni obtener una nueva documentación porque son trámites muy complicados en mi país, por lo que perdí mi empleo. Desde entonces todo fue fatal”, reconoce este residente que prefiere no mostrar su rostro. 

Joseph es uno de los residentes que son voluntarios en el comedor del Refugio.
Joseph es uno de los residentes que son voluntarios en el comedor del Refugio.
M.O.

“Estuve dando clases en una parroquia pero cuando llegó la Covid se suspendieron, dejé de tener la posibilidad de ganar dinero y no pude seguir pagando el piso. Me vi en la calle durante tres meses hasta que acudí al Refugio donde llevo casi 2 años”, señala Joseph. Durante este tiempo se está sacando ingeniería de sistemas informáticos y espera poder recuperar pronto su documentación para poder volver a su país “donde se necesitan muchos ingenieros y seguro que puedo aportar algo”, asevera.

Janeth Viveros y Jair Jordán han sido las incorporaciones más recientes al equipo de residentes voluntarios del comedor. Esta pareja de colombianos de 53 y 59 años respectivamente, llevan tan solo algo más de un mes viviendo en el Refugio y colaborando como voluntarios del servicio de comedor. “Yo tenía un negocio de alimentación por lo que para mi no es nuevo estar en contacto con la comida ya que me he dedicado a ello profesionalmente”, apunta Jordán . 

Jair Jordán es uno de los residentes del Refugio que son voluntarios del servicio de comedor de la entidad.
Jair Jordán es uno de los residentes del Refugio que son voluntarios del servicio de comedor de la entidad.
M.O.

“Tomamos la decisión de cerrar la tienda e irnos de Colombia para proteger a Janeth porque estaba siendo acosada, maltratada y perseguida por su expareja”, continúa. “A pesar de tener una orden de alejamiento tenía miedo de que me hiciese algo porque se la saltaba siempre, me esperaba a la salida del trabajo y me amenazaba. La situación era cada vez peor”, reconoce Viveros. 

Janeth Viveros reside en el Refugio y es una de las voluntarias del servicio de comedor.
Janeth Viveros reside en el Refugio y es una de las voluntarias del servicio de comedor.
M.O.

Llevan casi un año y medio en España intentando labrarse un futuro pero les está siendo complicado. “Al llegar empecé a trabajar inmediatamente en Valencia y en Albacete pero a los pocos meses me quedé sin empleo. Desde entonces, solo hemos logrado encontrar trabajos esporádicos y hemos estado durmiendo en la calle en alguna ocasión”, confiesa Jordán. Ahora quiere recuperarse y volver a su país para abrir un nuevo negocio de comestibles con su pareja.

Mientras ese momento llega, este equipo de personas sigue trabajando de manera voluntaria para agradecer a la Hermandad del Refugio su solidaridad y dar de comer a otros que, como ellos, no han tenido demasiada suerte en la vida. “Nosotros estamos trabajando aquí de corazón, no por dinero, y el resto de residentes lo valora y nos respeta. Estamos muy agradecidos”, concluye Germán Galindo.

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