Un mundo globalizado parece ser la gran aportación, al menos económica, de la era moderna. Pero mucho antes de que fuéramos capaces de trasladar masivamente mercancías de unos puntos a otros del mundo, los agentes geológicos externos nos tomaron la delantera. Ingentes volúmenes de sedimentos son transportados cada año, desde hace millones, a lugares disparatadamente lejanos como, por ejemplo, las lunas de tu coche...

Un paisaje irreal

Fue una tarde de marzo, remontando el valle del Cinca en pleno Pirineo. Las nubes engullían las montañas con una luz poco común. Descargaban su nieve entre colores rojizos, de atmósfera marciana, irreal. Al día siguiente, las laderas aparecieron cubiertas de una nieve teñida de marrón. Y el coche lo mismo, claro. Toneladas de sedimentos muy finos habían llegado del Sáhara, viajando por la atmósfera y atravesando la península ibérica. Parte de ellos finalizaron su periplo sedimentándose sobre nuestras montañas. Otros llegaron hasta los Alpes, tiñendo cumbres y glaciares de su característico color.

Y ese viaje, siendo grande, es una minucia comparado con el que idénticos sedimentos hacen en dirección oeste. Cada año, millones de toneladas de polvo del desierto atraviesan el océano Atlántico y alcanzan la cuenca del Amazonas y Centroamérica. Las consecuencias de este tránsito geológico son muy diversas. A los humanos nos provocan suciedad y problemas respiratorios, en ocasiones graves. A la nieve, un color oscuro que altera su ritmo de fusión adelantándolo (hasta un mes) e intensificándolo. Esas finas capas de limo intercaladas entre estratos de nieve pueden incluso afectar a la cohesión del conjunto y favorecer el desencadenamiento de aludes en la alta montaña. Un completo, vaya.

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Y el sedimento no viaja solo. Bacterias y otros organismos provenientes de África se han encontrado en glaciares de los Alpes austríacos. Resisten el viaje y consiguen vivir en ambientes que solo tienen en común el ser inhóspitos, tan contrarios como un desierto y un glaciar. La vida nos tiene acostumbrados a abrirse camino de las más insospechadas formas.

Pero ese molesto polvo en suspensión no es otra cosa que, esencialmente, una nube de minerales de composición muy variada. Y esos minerales son eficaces fertilizantes allí donde finalmente se depositan. La pista de aterrizaje puede ser el propio océano, siendo el fitoplancton el beneficiario, o vastas regiones americanas profusamente vegetadas cuyos suelos agradecen un aporte adicional de elementos diversos. Que algo tan, desde el punto de vista biológico, estéril como el desierto del Sáhara sea capaz de fertilizar el plancton oceánico, la selva del Amazonas y la jungla centroamericana nos alinea los chakras geológicos, a menudo descompensados bajo nuestra vegetación mental.

El registro geológico demuestra que este proceso de globalización sedimentaria lleva millones de años ocurriendo, conectando el Sáhara y –por ejemplo– el Yucatán. Recientes sondeos realizados en glaciares franceses indican que estos aportes de sedimentos se han intensificado desde los años setenta. Ese aumento también se ha constatado en el área del Caribe, en relación con la intensificación de las sequías en el Sahel.

Ni heroína ni villana. La globalización geológica tiene consecuencias tan diversas como los procesos que la propician. Seguramente, como la nuestra. Pero eso ya es otra historia…

Ánchel Belmonte Ribas Geoparque Mundial de la Unesco Sobrarbe-Pirineos 

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