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La pequeña Ucrania de María Pilar en Gelsa: "De golpe, me convertí en 'madre' de ocho hijos"

Una vecina de este municipio, de 64 años, se hace cargo desde hace cuatro meses de ocho hermanos ucranianos de entre 5 y 18 años.

María Pilar Vallverdú (derecha) habla con Adelina Shcherbak mientras comen sus siete hermanos.
María Pilar Vallverdú (derecha) habla con Adelina Shcherbak mientras comen sus siete hermanos.
Vitrián

Hace apenas cinco meses, María Pilar Vallverdú no podía ni imaginarse hasta qué punto estaba a punto de cambiarle la vida. Viuda de 64 años, madre de tres hijas ya mayores y abuela de una niña de apenas un año, vivía en el barrio del Actur de Zaragoza, pasaba los veranos en Gelsa y se dedicaba a sus “trabajillos” de modista. Pero estalló la guerra en Ucrania e inmediatamente se puso en contacto con Adelina Shcherbak, una chica de aquel país de 18 años recién cumplidos a la que acogió en su casa durante los veranos y las Navidades entre 2016 y 2019. Hace tres años la pandemia cortó esos viajes, pero el contacto con su ‘otra hija’ seguía siendo intenso.

“Le llamaba y solo me decía que tenía mucho miedo, que tenía que salir de allí”, recuerda María Pilar. Adelina tiene nueve hermanos, dos mayores de edad (23 y 21 años) y siete menores. “Yo quería venir a España como fuera, pero no podía dejarlos allí”, cuenta la joven ucraniana. Su madre, en cambio, no quería salir porque eso supondría dejar allí solo a su hijo de 21 años, en edad de ser llamado a filas. “Su mamá no quería venir y tampoco les dejaba salir, pero le insistí para que viniera, aunque fuera con sus hermanos. No me lo pensé, lo hice porque me salió de dentro”, recuerda María Pilar. Tras un tortuoso viaje de casi dos semanas en el que ella se tuvo que hacer cargo de todos, Adelina llegó a Zaragoza con sus hermanos el 20 de marzo, hace ahora cuatro meses.

María Pilar Vallverdú confiaba en que pudieran entrar en alguna vivienda tutelada, como se prometió en su día, pero la realidad es que nada de eso ha pasado. “Cuando llegaron, las autoridades y las entidades estaban desbordadas”, dice. En un primer momento, se metieron en dos pisos: el suyo del Actur y el de una familia que se ofreció en Utebo. Pero los responsables de Menores advirtieron de que los hermanos tenían que vivir juntos, por lo que María Pilar se encontró con un verdadero problema. “Llamé a la alcaldesa de Gelsa a ver qué podíamos hacer, porque en mi casa del Actur era imposible estar”, relata.

Este municipio de la Ribera Baja del Ebro se volcó de inmediato. Puso a disposición de María Pilar la antigua casa de los maestros, recientemente rehabilitada, y le dio todas las facilidades del mundo para instalar de la mejor manera posible a Adelina (18 años), Iryna (16), Misha (13), Eugenia (11), Álex (9), los mellizos Roman y Ruslan (6) y el pequeño Timafey (5). Comida, muebles, bicicletas, rifas benéficas, donaciones de amigos y asociaciones, ordenadores del colegio Maristas, una asistenta que va dos horas al día a ayudarles a cargo de la comarca… Sin embargo, con ocho chavales de entre 5 y 18 años, toda ayuda es poca.

María Pilar emplata la comida del día: acelgas de la huerta de un familiar y salchichas donadas.
María Pilar emplata la comida del día: acelgas de la huerta de un familiar y salchichas donadas.
Vitrián

“Acababa de ser abuela y, de golpe, me convertí en ‘madre’ de ocho niños”, comenta María Pilar entre divertida y resignada. Después de la Semana Santa, los niños entraron en el instituto de Fuentes de Ebro y en el colegio de Gelsa. Pero sus días eran de locura. “Se quedaban al comedor, pero luego había que prepararles la cena, el desayuno y el almuerzo del día siguiente, estar pendientes de todo… Más todo el trabajo de papeleo que hacen mis hijas”, cuenta María Pilar.

El día a día es complicado, con tantos niños, tan pequeños y con unas rutinas… digamos que diferentes. “No tenían ninguna disciplina, esto era una casa de locos”. Poco a poco, han ido cambiando el funcionamiento de la vivienda. Al principio, todo eran castigos ante los malos comportamientos. Ahora, en las paredes del comedor lucen unas tablas en las que van apuntando puntos positivos para cada uno gracias a las cosas que hacen bien. Cuando suman un número de puntos, acceden a premios como refrescos, helados, poder elegir la cena… “Me he tenido que poner muy dura, porque si no se me comen”, cuenta María Pilar.

Uno de los pequeños señala los puntos que ha conseguido por su buen comportamiento en casa.
Uno de los pequeños señala los puntos que ha conseguido por su buen comportamiento en casa.
Vitrián

La situación es complicada tanto para ella como para Adelina, que con 18 años se ha tenido que poner como tutora oficial de sus hermanos. “Está haciendo un trabajo que no le corresponde por su edad, aunque a mí tampoco por la mía”, resume María Pilar. Lo que iba a ser coyuntural se ha alargado en el tiempo, y de momento no tiene una fecha final, a la espera de que se aclare la situación en Ucrania, tanto en el país como en casa de los pequeños.

De momento, en Gelsa, su adaptación está siendo buena. Hablan un castellano más que correcto para llevar solo cuatro meses aquí, y tienen amistades en el pueblo. “Soy amigo de Celia, de Andrés… Juego a fútbol y me gusta mucho regatear”, enumera uno de los pequeños. Ya están inscritos en el próximo curso escolar, y hablan de los familiares de María Pilar como sus “tíos” o sus “primos”.

María Pilar y Adelina, en el patio de la casa.
Adelina y María Pilar, en el patio de la casa.
Vitrián

Atrás queda, al menos de momento, una guerra horrible y un viaje de pesadilla. “Mi madre me despertó a las 4.00 de la madrugada y me dijo que había empezado la guerra. Le dije que se dejara de bromas, pero miré por la ventana y de pronto fue como si se hiciera de día. Teníamos cerca de casa un campo de maniobras militares y estuvieron varios días bombardeando. Luego fueron a por los civiles”, recuerda Adelina.

Como su sótano no era adecuado, tenían que andar cinco minutos hasta casa de un vecino en plenos bombardeos. Dormían 17 personas en un pequeño espacio subterráneo. “Sobre todo recuerdo el miedo”, señala. Una vez que decidieron emprender el viaje, ella se tuvo que hacer cargo de sus siete hermanos. En las casi dos semanas que les costó cruzar la frontera a Polonia, enfermaron en varias ocasiones e incluso tuvo que llevarlos al hospital. “Pensaba que en tres días estaríamos en España, pero fue realmente duro”, valora. 

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