Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Entrevista

Conrado Rillo: "La excelencia es un camino: hay que ser excelentes todos los días"

Este físico nacido en Calanda en 1957 es director del Instituto de Nanociencia y Materiales de Aragón (centro mixto CSIC-Universidad de Zaragoza).

Conrado Rillo, ayer, en el Paraninfo
Conrado Rillo, ayer, en el Paraninfo
José Miguel Marco

¿Qué es la excelencia en ciencia?

No es un objetivo, una meta, sino el camino. Como investigador, lo que haga tiene que ser siempre excelente y proyectar los resultados a la sociedad. Hay que ser excelente todos los días. Luego, ya llegarán los reconocimientos para quien sea de tu instituto, da igual.

En Aragón no hay ningún centro de excelencia Severo Ochoa ¿por qué?

Por tamaño regional, Aragón debería tener un par y no tenemos ninguno todavía. Hay unos requisitos de número, de tamaño, de resultados, que solo se pueden tener con un centro grande con mucho talento dentro y que haya caminado por la senda de la excelencia. Ni el Instituto de Ciencia de Materiales de Aragón (ICMA) ni el Instituto de Nanociencia (INA) tenían tamaño ni números para presentarse. Unidos, sí.

¿Ha sido la razón para unir dos marcas tan potentes en una sola, el Instituto de Nanociencia y Materiales de Aragón, el INMA, que ayer se presentó en sociedad?

El mes pasado presentamos la solicitud para optar a ser centro de excelencia Severo Ochoa, pero no es la razón de fusión más importante. Era tal el grado de colaboración que realmente trabajábamos ya como fusionados; unirnos permite optimizar los recursos, trabajar conjuntamente.

El ICMA ha cambiado varias veces de tamaño. Se hizo más pequeño cuando se separó de los químicos y ahora se hace más grande. ¿Qué es mejor: ser más grandes o especializarse?

Depende del momento. Lo mejor es ser más fuertes. Ambas han sido decisiones coherentes.

¿Hay jóvenes en los laboratorios del INMA?

Menos de los que nos gustaría. Tenemos un programa ambicioso de captación de talento. Es una de las prioridades, junto a la necesidad imperiosa de espacios, ese edificio que se ha escapado de las manos tantas veces, porque estamos diseminados en dos campus.

Cuando uno se pasa a la gestión, ¿se echa de menos el laboratorio?

Sí, pero si la gestión resulta gratificante, y lo es cuando ves que en este barco, el INMA, todos reman en la misma dirección y con ilusión, te hace olvidarte de ese ‘mono’ de laboratorio, sobre todo a un experimental como soy yo.

¿Por qué se hizo físico?

No es muy original: porque tuve un profesor muy entrañable en los Escolapios de Conde Aranda, donde el tranvía 5 y su campanita te impedían concentrarte en las asignaturas de memorizar, pero no en Física, Química o Matemáticas.

No viene de familia de científicos.

Mi padre hacía un trabajo muy físico, pero no fue físico sino minero, desde los 13 años. En la posguerra hacía dos horas caminando de ida y otras dos de vuelta de la masía de Berge donde vivía, junto a Calanda, a la mina. Si una cosa tuvieron clara mis padres es que si podían abordarlo económicamente y nosotros respondíamos, estudiáramos lo que quisiéramos, que sus hijos tuvieran las oportunidades que ellos no habían tenido.

¿Es fijo de la Semana Santa calandina?

Se me estremece la piel oyendo el sonido de los tambores. Yo era de los que lloraban de crío cuando acababa porque faltaba un año para volver a tocar el tambor. No entreno y no soy buen tamborilero, pero mi casa está llena de tambores, bombos y túnicas moradas de todas las tallas. Un año, el exCEO de la empresa Quantum Design a la que hemos licenciado la patente del helio vino desde Tokio con su mujer y tuvieron túnica y tambor. Para un americano y una japonesa, romper la hora en Calanda fue muy especial.

¿Cómo la vivirá este año?

Es ya la semana que viene... Ni me lo he planteado. Es el primer año sin los padres –mi padre murió en enero, estuve todo el confinamiento viajando a Calanda con salvoconductos– y de nuevo no se puede celebrar. Va a ser una Semana Santa de puro corazón.

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