Covid-19

Jubilados con el corazón en activo

Son un valor al alza y lo están demostrando. En primera línea o en la retaguardia, desde sus casas, jubilados de diferentes ámbitos presentan batalla, día a día, a esta dura pandemia.

Manuel Granados, médico de Atención Primaria jubilado, y José Ignacio Sánchez Miret (detrás) atienden en el teléfono del Gobierno de Aragón a personas con síntomas de coronavirus.

Cuando Manuel Granados regresa a casa suele emocionarse al contarle a su mujer su experiencia diaria y se le humedecen los ojos. No solo por los aplausos de las ocho de la tarde, sino porque escucha por teléfono decenas de historias relacionadas con la pandemia en sus jornadas matinales. Granados es un médico de Atención Primaria jubilado, de 70 años, que se presentó voluntario para ser uno de los que recibe las llamadas en el teléfono del Gobierno de Aragón (el ‘call center’ o centro de llamadas) para brindar un servicio telefónico a los aragoneses que responden a un cuestionario sobre los síntomas de coronavirus al descargarse una app o acceden a la web www.saludinforma.es. "La gente tiene pánico porque vivimos un estado de guerra. Tienen mucho miedo y se apoyan en la razón del médico. Al final –dice resumiendo las muchas horas de conversación tanto con quienes tienen los primeros síntomas como con los que están muy mal–, acaban dándote las gracias porque los tranquilizas".

Como él, se han apuntado en el Colegio de Médicos de Zaragoza para ayudar a la sanidad 136 médicos jubilados y 157 en activo. En la sala dispuesta en la sede de la dirección general de Salud Pública en Vía Universitas, que coordina el doctor Javier Toledo, se reúnen médicos, enfermeras y estudiantes de sexto de Medicina. Van desde las 8.00 hasta las 20.30 en tres jornadas continuas. Sus ordenadores echan humo y avisan de la entrada de la llamada cuando los autotest avisan de que hay síntomas. Han pasado unas semanas muy duras, con hasta 400 llamadas diarias; el 24 de marzo, le tocaron 50 a Manuel Granados; fueron 12 el pasado martes. Esta bajada de presión le deja más tiempo para comentar lo que están viviendo.

Natural de Cáceres, este médico forjado en Aragón (Utrillas, Cosuenda y, sobre todo, el Centro de Salud de La Jota) ya colabora como voluntario en el Centro Social de los Capuchinos de Torrero, donde atienden a los más desfavorecidos del barrio. Esta crisis le ha hecho cambiar la palmada real en la espalda por una llamada informativa. Antes de ser médico (hizo la carrera teniendo ya tres hijos), fue militar del Ejército del Aire y tiene muy claro que el coronavirus "es una guerra" que cogió a Europa "con las municiones en el almacén" y, ahora, ese conflicto "está algo más controlado".

Palabras que no se borrarán

Alguna de esas conversaciones lo marcará para siempre. Cuenta que responde al teléfono ante casos de niños y también de los más mayores, como una mujer de 93 años, que sufre todos los síntomas del coronavirus y cuyos familiares han preferido no hospitalizar y acompañarla en casa en sus últimos días. Granados informa a su hijo para que asuman lo que viene y les recomienda que hablen con al médico de cabecera, que la conoce mejor, para alertarlo.

Aun así, este médico opina que en España "era impensable" hace un mes que fuéramos a estar enclaustrados en nuestras casas para combatir una epidemia y que las consecuencias fueran tan dolorosas. "No éramos tan poderosos y tenemos que valorar mucho más nuestro sistema sanitario. El valor no es el precio porque mientras un científico gana mil euros, un futbolista recibe cien millones y eso está mal", critica.

Granados opina que vamos a ganar "al final", pero en el camino lamenta que "es muy triste estar perdiendo a los de la generación de la posguerra que consiguieron mejorar España".

No se puede ni despedir a los que se van. "El luto y el duelo que han perdido las familias con sus muertos van a provocar secuelas", apunta el médico cuando se pone la chaqueta tras su jornada de voluntariado (de 8.00 a 12.30) y saluda su compañero José Ignacio Sánchez Miret, de 69 años, el doctor que fue coordinador autonómico de trasplantes, que lo releva en el ordenador. "Es un duelo patológico", lo califica Sánchez Miret. "Ha habido más muertos causados por otras epidemias en África o Latinoamérica, pero esta vez afecta al primer mundo y eso nos duele más", precisa.

Aunque parte de su trabajo es desmentir las noticias falsas, el experto en trasplantes define que el fondo de su labor es "transmitir serenidad a la gente para calmar su ansiedad frente a la incertidumbre". No para de dar clases y participar en congresos por todo el mundo, lo que le ha llevado varias veces a China, y por eso opina que a los chinos les ha servido en su reacción contra la pandemia el "estatalismo" en pro del "bien común" y su "criterio de autoridad". Sánchez Miret tiene claro que "con los virus, nadie sale inmune", por lo que esta batalla no ha hecho más que empezar.

El médico de trasplantes se presentó para colaborar en el Clínico, donde está colaborando el exconsejero de Sanidad, Sebastián Celaya, que lleva casi dos años jubilado y se apuntó cuando la DGA abrió la puerta a esa participación. "Como era médico de uci me han colocado con enfermos de otras patologías distintas a coronavirus que están en zonas como el antequirófano o el despertar", explica. En una semana que lleva ha visto que la evolución ha sido "muy positiva", aunque reconoce que las ucis estuvieron "a punto de colapsarse". "Es muy diferente hoy que cuando llegué. Soy un voluntario que prefiere no opinar sobre política", reconoce Celaya. Aun así, cree que la mortandad tan grave que se produce en las residencias de ancianos es "preocupante" y el contagio del virus sufrido es tan "inaudito" que ha cogido a todos sin estar preparados. "Estuve en las ucis cuando pasó el incendio del Corona o los atentados de San Juan de los Panetes y de la casa cuartel, pero esto es mucho peor. La pandemia no se acaba en tres días", reconoce el exconsejero, quien tiene cuatro nietos y, al regresar a casa, piensa en lo inquietos que estarán después de un mes sin salir a la calle.

Lourdes Muñoz, matrona de 66 años,   se apuntó a la llamada del Colegio de Enfermería como voluntaria y ahora colabora en la Sala de Multiusos de Zaragoza, convertida en hospital de campaña.
Lourdes Muñoz, matrona de 66 años, se apuntó a la llamada del Colegio de Enfermería como voluntaria y ahora colabora en la Sala de Multiusos de Zaragoza, convertida en hospital de campaña.
Laura Uranga

A Lourdes Muñoz, una matrona de 66 años que se apuntó a la llamada del Colegio de Enfermería como voluntaria, no le espera nadie en casa (es viuda y no tiene hijos), por lo que ya llevaba tiempo hablando con la fundación aragonesa Ilumináfrica (se prepara para especializarse en visión) y la de Vicente Ferrer en la India para colaborar con ellos. Estaba lista para irse al extranjero, pero "si me necesita mi país, pues aquí estoy de voluntaria", se define en una habitación de la Sala de Multiusos convertida en un hospital de campaña con 105 camas. Ya se ha preparado para vestir el equipo de protección individual (EPI) y quitárselo, ayudada por otra compañera, y trabajará como supervisora de las enfermeras jóvenes, con las que ya ha contactado para avisarles de los riesgos que ella afrontará por delante.

Trabajó como enfermera y matrona en centros de salud en Ejea o los dos que hay en el Actur, y sobre todo en el Servet. No tiene miedo de que más de 605 de los 3.549 sanitarios estén contagiados (el pasado miércoles) y está entusiasmada de reforzar la sanidad aragonesa. Se siente "muy informada" sobre el coronavirus y tiene arrestos para ir por delante de las jóvenes en cualquier episodio que vivan. Cree que los aplausos de las tardes no son solo para los sanitarios, sino para todos los que trabajan estos días para ayudar a los españoles, desde los supermercados a los camioneros o los periodistas. Van a trabajar 15 enfermeras (la mayoría entraron en la bolsa de trabajo de la DGA), ocho auxiliares, ocho celadores y dos médicos en el hospital de campaña, que "se montó muy rápido". "Lo mejor sería que no se abriera la Multiusos", defiende, pero está a punto de ocurrir y la necesitan.

Manolo Avellanas, hasta hace poco  médico intensivista del Hospital San Jorge de Huesca, colabora en el Banco de Alimentos de la capital oscense, donde prepara lotes de comida.
Manolo Avellanas, hasta hace poco médico intensivista del Hospital San Jorge de Huesca, colabora en el Banco de Alimentos de la capital oscense, donde prepara lotes de comida.
Rafael Gobantes

De la uci a repartir alimentos e investigar sobre nuevos respiradores 

Hace un año, esta emergencia sanitaria lo habría pillado en la vanguardia de la lucha contra el coronavirus: las uci. Pero ya jubilado (el 14 de abril hará un año), Manolo Avellanas, hasta esa fecha médico intensivista del hospital San Jorge de Huesca, pelea con otras armas. Su escenario es estos días el Banco de Alimentos, donde el club de montaña Peña Guara, del que es vicepresidente, está echando una mano para repartir alimentos.

"Me puse a disposición del Colegio de Médicos de Huesca para lo que necesitaran, y también del Salud", explica. No lo han llamado, entiende que porque en Huesca la presión asistencial no lo ha requerido, pero aun así ha estado estos días muy ocupado en el trabajo de voluntariado. "El club se puso a disposición del Ayuntamiento para cualquier trabajo social. Nos encomendaron el Banco de Alimentos, para preparar los lotes de comida y atender las necesidades de la Comarca, Cruz Roja o Cruz Blanca, para llevarlos al pabellón donde se alojan las personas sin techo o para repartir a las familias por Huesca". El martes estaban previstas unas 50 entregas a domicilio.

Compagina esta tarea con otra radicalmente distinta que tiene que ver con su formación como médico de uci: la adaptación de respiradores. Avellanas colabora, de la mano de la empresa iAltitude, en una investigación a iniciativa de la Academia Rafa Nadal y Movistar sobre el rendimiento deportivo en hipoxia (déficit de oxígeno). Cuando saltó la emergencia, como director médico del proyecto, propuso adaptar los dispositivos fabricados inicialmente para deportistas olímpicos y campeones mundiales en aparatos de soporte respiratorio no invasivo (sin intubación, a través de mascarilla), que, en lugar de dar oxígeno al 20% simulando altitudes de 4.000 o 5.000 metros, lo suministrarían en una concentración del 50%. "Había 24 o 25 sin asignar y están repartidos por Ifema y algún otro sitio", señala Manolo Avellanas. No son para pacientes de uci pero sí para hospitales de campaña o geriátricos.

Mañana, tarde y noche, a través de videoconferencia, ha estado en contacto con los ingenieros de iAltitude en Madrid para desarrollar otro dispositivo. "Estamos pendientes de la certificación por parte de la Agencia Española del Medicamento porque hemos hecho un aparato capaz de dar soporte respiratorio no invasivo a tres personas al mismo tiempo, manteniendo una distancia mínima entre 2 y 3 metros. Ya hay unos cuantos en pruebas en grandes hospitales de Cataluña y, cuando los certifiquen, se fabricarán en mayor cantidad". Este médico de uci jubilado recuerda que en estos días los respiradores son ‘oro’ y las nuevas terapias buscan sobre todo evitar que un enfermo empeore y acabe en cuidados intensivos, con plazas limitadas.

Voluntarios al pie del cañón en el Banco de Alimentos: Fernando Ramírez, conductor; Inmaculada F. , coordinación; Bernardo Pintado, carretillero; y José Mª. García, colaborador estos días.
Voluntarios al pie del cañón en el Banco de Alimentos: Fernando Ramírez, conductor; Inmaculada F. , coordinación; Bernardo Pintado, carretillero; y José Mª. García, colaborador estos días.
José Miguel Marco

En Mercazaragoza, el Banco de Alimentos va recuperando actividad para recogidas y repartos urgentes. "Con la que va a caer después de esto, había que seguir recepcionando lo que nos dan, haciendo acopio, porque las necesidades van a aumentar y esperamos una avalancha, como en 2007". Lo sabe bien Inmaculada F., que lleva 15 años colaborando y está convencida de que "hay que gestionar ahora que estemos preparados cuando llegue el momento". En kilos, en sus almacenes tienen "para un mes, así que hay que hacer un esfuerzo". Es lo que la mueve a subir cada mañana hasta allí en coche; por ahora no la ha parado la Policía. "Hemos preparado un certificado para no tener problemas para circular, porque comprueban hasta si estás en el recorrido y venir hasta aquí no es ir a la parroquia. Tiene muchos condicionantes".

Antes de la pandemia y el confinamiento, un día normal podían estar colaborando entre 30 o 40 personas de los más de 150 voluntarios. El lunes pasado estaban siete, más algunos otros, a distancia, manejando los datos y en contacto con las empresas para las donaciones. "Tenemos gente estupenda que no es que no quiera venir, sino que la situación, tan cruda, no se lo permite", explica. "Es comprensible, hay mucha gente mayor, con familia, a algunos señores les protestan mucho las mujeres si vienen…. La media de edad puede ser de entre 68 y 70 años, incluso hay alguno de 80". Ella tiene 66 y, además de estar en el patronato, es la responsable de las campañas de recogida de alimentos. El pasado lunes, con el trasiego de alimentos de fondo –descargados de la furgoneta que conduce Bernardo, de 72 años–, Inma preparaba los equipos de protección para los voluntarios que a partir de ahora se vayan sumando: mascarillas, guantes, batas, geles de desinfección…

Algunas de esas mascarillas han llegado allí gracias "a un montaje maravilloso que hay en la ciudad: una red de personas que cosen en casa y que tienen estos detallazos de llamar para ver si necesitábamos", agradece Inma.

Máquinas de coser y proteger a los demás

Seguramente, nunca llegarán a conocerse, pero una de estas costureras es tocaya suya y tiene su misma edad: 66 años. Aprendió corte y confección en su pueblo, Uncastillo, y desde su casa de Zaragoza, donde vive sola desde que enviudó, ya han salido 50 o 60 mascarillas y la primera bata que ya ha visto que "iré más deprisa si las hago a lo clásico: primero las costuras laterales y luego incorporar al cuerpo las mangas ya cosidas". Estar ocupada ayuda a Inma "a llenar las horas" y está encantada de colaborar porque "todos tenemos que arrimar el hombro, ¡será por tiempo!". La Policía Nacional se encarga de llevarles el material y recoger la pequeña producción de esta laboriosa red.

Pili y su máquina de coser se han unido a una hermosa red colaborativa.
Pili y su máquina de coser se han unido a una hermosa red colaborativa.

En otro punto de la ciudad, traquetea la máquina de coser de Pili. En su Asturias natal tiene una industrial, pero está sacando partido a las dos más sencillas que tiene aquí. Alejada de sus hijos y nietos por el confinamiento, esta mujer de 74 años vive con su marido y dedica la tarde a coser, algo que siempre le gustó e incluso trabajó haciendo arreglos. El pasado fin de semana, unas 70 mascarillas salieron de sus manos. "Ahora tengo batas". Pero resalta que "esto es poco para lo que hacen los médicos y las enfermeras. Ellos sí que tienen un mérito grande".

Son muchos los puntos de Aragón donde han cobrado vida esas máquinas de coser dormidas que hoy echan fuego para hacer mascarillas. En Alcorisa (Teruel), Pilar Gracia Félez, que hasta hace dos años trabajaba como auxiliar de geriatría en la residencia La Purísima, ha desempolvado su vieja máquina de coser –que le compró su madre– para responder, desde su casa, a la llamada solidaria de la Asociación de Amas de Casa y a la Asociación Española contra el Cáncer. "Hemos creado un grupo de 45 mujeres, casi todas de Alcorisa –afirma– y estamos haciendo alrededor de 100 mascarillas diarias cada una. Al principio, las hacíamos con tela buena, con sábanas, pero ahora las hacemos ya con material específico". Mascarillas que llegan al centro de Atadi, a la residencia de ancianos, al centro de salud y a todos los alcorisanos y vecinos de otros pueblos cercanos. Para Pilar, madre trabajadora, que pertenece a esa generación de mujeres que aprendieron bordar a máquina antes de casarse, poder ayudar es "una gran satisfacción personal".

Aniceto Martínez, voluntario de Cruz Roja en Zaragoza, recoge medicamentos en la farmacia y los lleva a las casas de las personas que en estos momentos más lo necesitan;después, también se ofrece a bajarles la basura.
Aniceto Martínez, voluntario de Cruz Roja en Zaragoza, recoge medicamentos en la farmacia y los lleva a las casas de las personas que en estos momentos más lo necesitan;después, también se ofrece a bajarles la basura.
Oliver Duch

Medicamentos, de la farmacia a las casas de los más necesitados

Con la jubilación, hace dos años –ahora tiene 66–, Aniceto Martínez pasó de recomendar películas a sus clientes a engrosar las filas del voluntariado en la Cruz Roja. Durante más de tres décadas, estuvo al frente de sus dos videoclubs –‘Vídeo Zaragoza’–, en Tenor Fleta y avenida de Goya, en la capital aragonesa. Su primera misión: acompañar hasta sus consultas a las personas que tenían problemas para orientarse, –"que se perdían", como él dice–, en el Hospital Miguel Servet o en el Clínico, en sus primeras vivistas. Después, llegaron los servicios de transporte adaptado para llevar a pie de urna a personas con movilidad reducida para que pudieran votar; las campañas de recogida de alimentos y de material escolar en los supermercados…, hasta que estalló la crisis del coronavirus. Ahora, "llevo medicamentos a las casas de personas con problemas de movilidad, que están en cuarentena, con enfermedades crónicas e, incluso, afectadas por el coronavirus", afirma, con una vitalidad inusual, este sexagenario al que lo que de verdad le gusta es "estar con la gente, ayudar, sentirse cerca. Y más en estos tiempos que corren".

Cruz Roja ha firmado un convenio con el Colegio de Farmacéuticos de Aragón para llevar medicinas a los más necesitados y Martínez se siente una pieza más de este magnífico engranaje. Pero, por su propia seguridad, tiene su ‘sede de operaciones’ en su propio domicilio. "Estoy geolocalizado a través del móvil", comenta, y siempre recibe la llamada desde Cruz Roja, que le indica a qué farmacia se tiene que dirigir, donde ya tienen preparados los fármacos con las direcciones de entrega. "Una vez que hemos entregado el paquete –nosotros no tenemos que cobrar ni nada–, también nos ofrecemos a bajarles la basura". Ni que decir tiene que son recibidos "de maravilla". Afirma que no siente miedo al contagio –aunque también reconoce que tampoco lo piensa mucho–, porque van muy bien protegidos: "En Cruz Roja nos dieron instrucciones de cómo hacer nuestro trabajo, manteniendo siempre la distancia de seguridad, y nos han proporcionado guantes y mascarillas". Y que, con su coche, está preparado y dispuesto a salir pitando, cuando lo llamen, "en cualquier momento". "Al estar jubilado tengo todo el tiempo del mundo. ¡Si me llamaran ahora mismo, allí que iría!, exclama.

Tantos años de trato con el público, en su negocio, se notan; Martínez empatiza a la primera con la gente y le augura un gran "éxito" a esta "estupenda" iniciativa solidaria, que lleva poco tiempo en marcha. Cuenta con el apoyo incondicional de María Rosa, su mujer, que es enfermera en el Centro de Salud de Sagasta y está muy bien preparada e informada para combatir la pandemia. "Como ella me dice: ‘mascarilla, guantes y distancia’… Y allí que vamos, porque trabajar para la Cruz Roja me llena personalmente y espero su llamada cargado ilusión".

Un teléfono para aliviar tensiones familiares en tiempos de confinamiento 

Lleva 26 años de experiencia sobre sus espaldas, los últimos 13 como orientador en el IES Tiempos Modernos de Zaragoza, y Juan Antonio Planas, maestro y pedagogo jubilado, todavía reúne el tiempo y entusiasmo suficientes como para ponerse al frente de la Asociación Aragonesa de Psicopedagogía. "Y, ahora, en esta situación de crisis, en la que tenemos que remar todos a una, todavía más", afirma. Por eso, y porque, según el pedagogo, "cada uno está obligado a dar lo que tiene", la asociación ha puesto al servicio de la sociedad aragonesa, de manera altruista, toda la experiencia de un amplio equipo de psicólogas, maestros, médicos..., a través de sus teléfonos (976 75 95 51 y 691 695 765) y del correo electrónico: aaps@psicoaragon.es, para asesorar y apoyar a las familias en estos tiempos de confinamiento, cuando los conflictos crecen y se multiplican. Y los teléfonos no paran de sonar: "Estamos recibiendo muchas llamadas incluso desde los pueblos", afirma Planas. Llamadas de personas solas que no saben a quién recurrir o "relacionadas con el duelo", porque han perdido a algún familiar y lo están pasando fatal; testimonios de tantas y tantas tensiones internas, provocadas por el confinamiento –"siempre hay alguno que estalla", afirma–, entre hermanos, cónyuges… "También hemos detectado un incremento en los casos de ciberacoso entre los adolescentes –concluye el pedagogo– y que hay padres que están descubriendo, ahora, que sus hijos están enganchados al juego ‘online’".

"Si nos necesitas, llámanos; si te ayuda, te escuchamos. Yo tampoco puedo salir, es la forma de prevenir, para no enfermarnos. Es lo mejor: quedarnos en casa. Cuando podamos, saldremos, ya nos veremos". Con palabras sencillas, que nos sirven en estos momentos a todos, Asun Corral y su marido Pablo Ferrer, jubilados y voluntarios de FUNDAT (Fundación Aragonesa Tutelar), les hablan a los chicos y chicas con discapacidad intelectual a los que suelen visitar y acompañar. Echan mucho de menos el contacto directo con su "segunda familia", pero no hacen más que inventar formas de que les sientan cerca. Además de las videollamadas, les mandan audios relajantes y hasta se graban "cocinando espaguetis con mejillones o haciendo deporte, vídeos divertidos que mandamos por whatsapp para que se entretengan y se rían un rato".

"Desde mi ventana –dice Asun– siempre veo lo mismo, pero ahora el teléfono es la ventana que me ofrece la oportunidad de verles, de escucharles, de tenerlos siempre y de que ellos sepan que estamos presentes".

Quedarse en casa también es aportar

"Quedarnos en casa es en estos momentos un acto de cooperación brutal con la sociedad, es la forma en que todos aportamos para que se reduzca esta pandemia", destaca Yaravi Rodríguez, psicóloga de la Asociación de Trastornos Depresivos de Aragón (AFDA). Es un mensaje que todos debemos tener muy claro, también esas personas voluntarias el resto del año que ahora querrían seguir ayudando y no pueden.

Los 380 voluntarios que colaboran habitualmente en el Refugio recibieron, ya una semana antes de decretarse el confinamiento, la indicación de que dejaran de acudir, "por nuestra seguridad y la de los transeúntes acogidos". Carmen Mateo, coordinadora de este voluntariado –la mayoría de cuyos miembros están entre los 65 y los 75 años–, recogió "su agradecimiento por que les mandaran a casa, dada la situación, todos lo comprenden, aunque echan mucho de menos venir a ayudar porque se sienten útiles prestando un servicio a los más necesitados". Saben que "es una situación atípica, y que no puedes servir un desayuno telemático". La labor del Refugio se ha reorganizado con personal propio.

Sentir una cierta frustración "es natural y nos pasa estos días a todos, ese sentimiento de querer y no poder –apunta Yaravi Rodríguez–, que puede verse acrecentado en personas que tienen dentro un afán de voluntariado que ejercen el resto del año". También pueden aparecer "sentimientos de culpabilidad, al no poder ayudar". Su consejo es que hay que "validar y dar espacio a esas emociones, sin dejar que nos inunden, por supuesto, y también ver qué podemos hacer desde casa, porque como sociedad nos estamos reinventando". Sin salir a la calle se puede hacer, por ejemplo, acompañamiento telefónico o ayudar a otros a hacer la compra ‘online’.

Desde el Refugio, Carmen recuerda que, este año que no han podido hacer su tradicional cuestación de Jueves Santo en las parroquias de Zaragoza, "desde casa también podemos aportar un donativo, que tal como va a venir la economía, el Refugio va a tener más familias que atender seguro".

Desde su domicilio, no pasa un día sin que Manuel Carrera llame por teléfono y charle un rato con varios de los residentes de la Casa Amparo, donde habitualmente presta servicio de acompañamiento. Forma parte del Cuerpo Municipal de Voluntariado de Zaragoza, cuya media de edad está entre los 60 y los 65 años. Él tiene 69, vive solo y sabe que "con mi edad no me conviene salir y así les protegemos también a ellos, que son mi segunda familia". Está en contacto también con sus compañeros de voluntariado, todos jubilados, "les he dado el teléfono de ‘Zaragoza Ayuda’, aunque yo me ofrecí y de momento no me han mandado hacer nada". Y es que, en esta plataforma, por ahora hay más gente dispuesta a colaborar que demanda de ayuda.

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