entrevista

Carlos López-Otín: "Tras el boicot a mi trabajo, acepto ofertas laborales en Aragón"

El investigador oscense denuncia en un libro las maniobras que destrozaron su trabajo de 20 años en la Universidad de Oviedo y explica que lo escribió como autoayuda.

Carlos Lopez Otin / 10-04-19 / Enrique Cidoncha [[[FOTOGRAFOS]]]
Carlos López-Otín (Sabiñánigo, 1955) este miércoles en el hotel de las Letras en Madrid, donde presentó el libro.
Enrique Cidoncha

Dice que ‘La vida en cuatro letras’ es "un libro de autoayuda".

Es un libro de autoayuda, pero no para el lector, sino para mí, porque yo lo necesitaba. Era la única salida que tenía para ayudarme y reflexionar sobre cómo una persona que ha experimentado desde niño las cotas mayores de felicidad perdía todo en un día. Mi vida dejó de tener propósito y eso es demoledor.

¿Lo escribió durante su estancia de seis meses en Francia como investigador?

No, lo escribí antes, en Mallorca, donde vive una hija mía. Mi psiquiatra (al que le llamo maestro zen) me dijo que necesitaba un aislamiento total del mundo. Me aislé y lo escribí en 28 días, sin parar. Lo metí en un cajón, lo mandé a una editorial y luego me fui a París a trabajar seis meses. Fue una estancia sabática pero muy productiva, porque allí reside mi mejor colaborador en el tema del envejecimiento.

Escribió el libro antes de la crisis que desató la retirada de sus artículos por parte de la revista ‘Journal of Biological Chemistry’. ¿Venía de atrás todo el asunto?

Sí, el detonante del libro fue el hecho de que los 6.000 ratones modificados genéticamente en nuestro laboratorio aparecieran infectados. Tuvimos que sacrificarlos y ese boicot provocó un retraso de varios años en mi investigación. La sociedad me decepcionó profundamente, aunque los responsables fueran dos o cuatro individuos. Mi trayectoria es solidaria desde que era un niño, pero pensé que no merecía la pena seguir trabajando así.

Cuenta que llegó a perder su propósito vital. ¿Qué cree que provocó la muerte de sus ratones: celos, envidia...?

Prefiero no dar detalles, porque ya es secundario. El día que tuvimos que sacrificar a los ratones me dio igual la causa. Eran 20 años de trabajo dañados por motivos banales o ridículos. Pero esa es la condición humana.

Y de los ratones pasaron a los retoques de los artículos de la revista de investigación…

Claro. Cuando me concedieron el premio de la revista ‘Nature’, llegaron miles de tuits a su web para que no me lo dieran. Tuvieron que bloquear su dirección. Denunciaban errores que eran irrelevantes desde el punto de vista científico. Los arreglamos y no cambió el resultado de la investigación, pero dio igual. Un dicho romano dice: “El Capitolio está al lado de la roca”. En el Capitolio estaban todos los honores en Roma, pero al lado estaba la roca y si te desviabas o si alguno te señalaba… te tiraban.

El libro cuenta su viaje en el Canfranero desde Sabiñánigo a Zaragoza para estudiar.

El libro recuerda ese primer viaje iniciático en el Canfranero. En realidad se cuentan tres viajes distintos: al centro de la vida, al centro de la enfermedad y a la felicidad. El viaje al centro de la vida es el que empezó cuando mi padre me llevó al Canfranero y entendí que podía estudiar en la universidad. Duró hasta que conseguí la formación científica suficiente para abordar los problemas médicos más graves. Las enfermedades salían de las imperfecciones humanas y había que conocerlas para curarlas. Luego exploré el viaje al centro de la felicidad. Nombro a Manuel Vilas y su libro ‘Ordesa’ porque todo se puede pesar, pero no se puede medir el sufrimiento humano. La felicidad es la ausencia de la enfermedad, aunque conozco a un chico desahuciado que es feliz porque enfermó con 12 años y ya tiene más de 20.

Cuando le nombraron doctor honoris causa en la Universidad de Zaragoza dijo que nunca ambicionó premios ni bienes, solo conocimiento. ¿Por qué cree que le han hecho todo esto a un científico entregado a su trabajo?

No cobraba las conferencias. He rechazado trabajos millonarios en España y el extranjero. Pero ahora tengo que reflexionar sobre la felicidad, porque la he perdido. El bienestar emocional me permitía ser compasivo, comprometido y solidario. Eso lo dije cuando me dieron el Premio de Aragón, y ahora me encuentro desamparado. Cualquiera que quiera hacerte daño puede hacerlo. Eso sí, ahora estoy dispuesto a recibir ofertas de trabajo de Aragón.

Antes de la muerte de Chesús Bernal, trabajó para intentar frenar su cáncer. Es un referente para muchos enfermos de la leucemia, el envejecimiento, la muerte súbita... ¿Por qué pasó de la felicidad a la tristeza?

He llegado a pensar que la vida no tenía sentido. Me sentí acosado como los niños en la escuela. Pasaba los días esperando que me llegaran emails anónimos amenazantes o insultantes. Era disparatado. Y quiero que el mundo lo sepa.

¿Cree que la felicidad es volátil?

Absolutamente. La felicidad tiene un componente importante de azar en nuestra vida. Puedes aportar un sustrato material, con investigaciones punteras como el desciframiento del genoma, la reprogramación celular y la edición génica. Pero aunque estés predestinado para la felicidad puede aparecer el azar y te hunde la vida. Solo se podrá controlar con los robots. El futuro nos llevará al triunfo de las máquinas a largo plazo y hablaremos del homo sapiens 2.0.

¿Hay enfermedades incurables o solo es que aún no tienen tratamiento?

Hay que tener cuidado al hablar de erradicar las enfermedades porque forman parte de nuestra esencia y van a seguir existiendo. En el futuro, las generaciones tienen que crear un ‘homo sapiens sentiens ’ con más emociones. Es una utopía para erradicar lo más tóxico de la sociedad.

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