Abejas, sangre y despoblación

Normas, reglamentos y leyes dificultan muchas veces innecesariamente la viabilidad económica de los pequeños productores rurales. Mientras no sea posible ganarse la vida en el campo, nuestros pueblos se seguirán vaciando.

Las abejas son un termómetro para medir las políticas públicas contra la despoblación.
Las abejas son un termómetro para medir las políticas públicas contra la despoblación.

Mi primo Carlos se dedica a las abejas desde hace unos cuantos lustros. Es algo más que un apicultor al uso. Se sabe todo de ese mundo ‘ganadero’. De hecho, lo central de su profesión no es hacer miel ni envasarla para que luego la disfrute quien sea en una tostada de pan, en un vaso de leche o en una infusión. La parte principal de su trabajo es criar abejas. Para ello recorre campos y pueblos tanto de Aragón como de donde corresponda. Es más, una buena parte de sus colmenas pasan el invierno lejos de nuestra comunidad autónoma.

Nos vemos poco, pero cuando tenemos oportunidad la conversación siempre está llena de recuerdos y emociones. Nuestro parentesco no es de sangre. Somos parientes de leche. Algo anacrónico, olvidado, cuando no imposible en este siglo XXI. Nuestras bisabuelas fueron hermanas porque tetaron de la misma madre. En 1872 mi bisabuela Constancia nació y, tal como llegó al mundo, la dejaron en la puerta de la Inclusa de Huesca. En el registro, donde he investigado superficialmente, consta que fue llevada a una nodriza de Agüero. Ahí pasó sus primeros años. Luego regresó a la institución donde las monjas se encargaban de las niñas y niños expósitos. Pero siempre mantuvo el vínculo. Se hizo parte de una familia y sus lazos se tejieron, con mi abuela, con mi madre… Tanto, que han llegado hasta nuestra generación.

En otra ocasión retomaré su historia. La sangre no es lo único que cuenta. De hecho, pese a quienes se empeñan en ver el mundo desde el ADN y la cadena de nucleótidos de ese polímero, lo epigenético cuenta tanto e incluso más que los cromosomas de un determinado genoma. La vida humana se hace humana cuando se llena de significado. Ahí nos necesitamos, irremediablemente, y más frente al individualismo galopante de nuestra sociedad digitalizada. Nos pasa como a las abejas: somos seres sociales. Y necesitamos organizar mejor las cosas comunes. Tenemos que retomar la máxima de Marco Aurelio, cuando decía: "Lo que no beneficia al enjambre, tampoco beneficia a la abeja". Se nos ha olvidado que viajamos en el mismo navío espacial Tierra. Como también se nos está olvidando que nuestro país, Aragón, no tendrá futuro si no volvemos a ‘capilarizar’ los valles y lugares despoblados.

La despoblación se puede revertir y para eso hace falta escuchar a gente como mi primo. Su experiencia, primero como agricultor y luego como ganadero apicultor, le sirve para hacer un diagnóstico certero de lo que pasa: la clave es la viabilidad económica de la vida cotidiana en el mundo rural. Mientras no se solucione, los pueblos solo serán lugares para viejos jubilados y veraneantes. Será imposible atraer a gente joven porque no hay masa crítica para que la vida fluya. Solo las cabeceras comarcales resisten. Falta sangre. Se cerraron hace mucho tiempo los servicios básicos. Hemos construido un sistema que penaliza las iniciativas locales. Las trabas administrativas son tantas que impiden sobrevivir incluso a quienes quieren vivir en el campo y del campo.

Mi primo sostiene que tendríamos que copiar lo mejor de nuestros vecinos franceses. Sin repetir sus errores, aprendiendo de ellos. Y añora la ‘loi du fermier’ o algo similar para permitir la producción local y la distribución directa desde los productores. Ahora a él no le merece la pena envasar su propia miel -de una calidad impresionante-. No la puede vender directamente ni llevar a mercados locales. Bueno, técnicamente puede, pero no compensa. Nos han organizado un tinglado donde bajo capa de seguridad alimentaria, de trazabilidad, de protección a los consumidores nos castigan tanto a quienes compramos como a quienes producen.

Las abejas son un termómetro para medir el rigor con el que se plantean las políticas públicas contra la despoblación. Los apicultores son muestra de los efectos de un paradigma político que se ha olvidado de las partes débiles de la sociedad. Los paganos somos consumidores y productores. Los primeros, obligados a comprar miel sobrecargada de costes añadidos innecesariamente. Los segundos sobreviven en un mercado donde se negocia con precios futuros, especulando como si fuera oro. Mientras no se cambie la estrategia, Aragón se seguirá vaciando.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza