Pueblos y gentes

Durante decenios, en Aragón las políticas y las infraestructuras se han construido en contra del medio rural. El resultado está a la vista: la despoblación del territorio y la muerte de nuestros pueblos. Y seguimos repitiendo errores parecidos.

La población se concentra y el territorio se despuebla.
La población se concentra y el territorio se despuebla.
Krisis'18

La despoblación de nuestro país, de Aragón, se ha convertido en un problema difícilmente resoluble. No es algo nuevo. Es un asunto crónico acentuado en las últimas décadas. Pese a que en los últimos once años la densidad de población, en términos totales, se mantiene en torno a los 28 hab/km2, si se rasca en los datos que facilita el Instituto Aragonés de Estadística, el panorama es más complicado. Hay dos extremos, por un lado, los 353,3 hab/km2 de Zaragoza, por otro, los 2,7 hab/km2 del Maestrazgo. Considerando la evolución por comarcas, tanto en la serie de 1900 a 2001 -que utiliza los Censos de Población- como en la serie anual desde 1996 -cuya fuente es el Padrón municipal-, actualmente solo ocho de las treinta y tres tienen mayor densidad de población que en 1900 (D. C. Zaragoza, con 325,3 hab/km2; Ribera Alta del Ebro, 64,9; Cinca Medio, 41,5; Valdejalón, 30,2; Plana de Uesca, 26,7; La Llitera, 24,8; Baix Cinca, 17,2; Comunidad de Teruel, 16,5). En el lado opuesto, quince comarcas son un ‘desierto demográfico’, pues, como establece la Unión Europea, tienen menos de diez habitantes por kilómetro cuadrado; de ellas, cinco son casos extremos, por debajo de 4,9 hab/km2 (Alto Gállego, 9,9; La Jacetania, 9,6; Matarranya, 8,9; Ribera Baja del Ebro, 8,7; Bajo Martín, 8,1; Los Monegros, 6,8; Jiloca, 6,5; Cuencas Mineras, 5,8; Campo de Daroca, 5,1; La Ribagorza, 4,9; Campo de Belchite, 4,5; Sobrarbe, 3,3; Gúdar-Javalambre, 3,2; Sierra de Albarracín, 3,2; Maestrazgo, 2,7).

Pocos valles y lugares se salvan de la despoblación. Esta inercia comenzó en los años sesenta del siglo pasado. Desde entonces las políticas públicas han contribuido a desangrar nuestros pueblos. No fueron casualidad. No tuvimos unas élites ni económicas ni políticas que se preocuparan de cuidar el país. Al contrario, prefirieron atender sus propios intereses, primando la ‘descapilarización’ y la quiebra del mundo rural. Es decir, en vez de sostener la ancestral red de localidades se estimuló la concentración de población en puntos estratégicos. Alguien podrá decir que era consecuencia lógica de la industrialización, del ‘progreso’ que permitió salir de la pobreza, de la autarquía y de unas condiciones de vida durísimas. Y así fue, pero se hizo de un modo que provocó lo que tenemos.

Fueron gobiernos que apostaron por un modelo de desarrollo contra el territorio y contra lo rural. Al igual que en la España interior, las políticas tanto del franquismo -tecnocrático y desarrollista- como de la Transición democrática llevaron las inversiones y el dinero público a donde hoy estamos. Y de lo que más de uno nos lamentamos. Zaragoza se hizo contra Aragón y este modelo se replicó por distintas comarcas. Las cabeceras crecieron en detrimento de su entorno. Se potenció un tipo de infraestructuras acorde con un estilo de vida que, a la larga, ha arrasado con la del país. Sin embargo esto no sucedió en otras comunidades autónomas que tuvieron otras políticas y otras élites. De hecho, las tres últimas décadas son responsabilidad propia. No vale culpar solo a Franco, a sus pantanos, al Icona y a otros devastadores programas.

La carretera que recorre el puerto de Monrepós sirve de espejo donde mirar lo que quisimos y parece que queremos ser. Una infraestructura de gran capacidad que conecta nodos, dotada de las más modernas tecnologías, que discurre sin ‘capilarizar’ el territorio. Una apuesta que ha relegado al ostracismo caminos de siempre. La construcción de la autovía, tan deseada, ha transformado el paisaje, mostrando lo que se consigue al invertir esfuerzos y recursos. Una vez que se culmine el sueño, ¿cómo mejorar las conexiones con Rasal, con Anzánigo, con Caldeareanas y con tantos otros lugares? Las grandes infraestructuras tienen que combinarse con soluciones en otras dimensiones. Hay que atacar las ‘incomunicaciones’, buscando romper el aislamiento de numerosas localidades, adaptando las respuestas a la orografía, pero sobre todo atendiendo a la gente en el territorio. Como hablaba hace unas semanas con Rafael, panadero de Javierrelatre, o apostamos por las personas del mundo rural o este país se muere. Algunos empresarios como él resisten pese a Hacienda y a las dificultades. La sangre de un país es su gente. Sin esa sangre no hay ni presente ni futuro.

Chaime Marcuello Servós es profesor de la Universidad de Zaragoza