Hombres casados que ofician bodas y bautizan sin ser sacerdotes

Tres diáconos permanentes desposados serán ordenados el próximo 28 de octubre en el Pilar por el obispo de Zaragoza, que ha restauradoesta figura de la Iglesia.

Pedro Serrano y José Agustín Gabarre, en el interior de la iglesia de San Miguel.
Pedro Serrano y José Agustín Gabarre, en el interior de la iglesia de San Miguel.
Francisco Jiménez

Pedro Serrano, químico de profesión, casado, con tres hijos y cinco nietos, lleva jubilado desde 2004 y en unas semanas podrá bautizar, casar, dar la comunión y presidir los funerales sin ser cura. Al igual que José Agustín Gabarre, que tiene un hijo de 13 años y trabaja en una oenegé de su barrio zaragozano y José Javier Martín, jubilado de banca.

Van a ser los tres primeros diáconos permanentes casados de Aragón de los últimos tiempos, después de que el arzobispo de Zaragoza, Vicente Jiménez, restaurara esta figura de la Iglesia en enero de 2016. Él los ordenará en una ceremonia muy similar a la de los sacerdotes el próximo 28 de octubre en el Pilar (17.00). Previamente, el pasado noviembre ya tomaron los ministerios laicales de lector y acólito, que son recibidos por todos los candidatos a las órdenes sagradas.

A partir de que sean ordenados compatibilizarán su vida familiar y su profesión con su dedicación a la Iglesia. Así, un diácono puede bendecir, casar, dar la comunión, llevarla (el viático) a los moribundos, presidir la celebración de la palabra o los funerales. Tienen potestad para hacer muchas de las funciones, salvo consagrar, confirmar o absolver los pecados.

También hay diáconos permanentes que son solteros o viudos. Una vez consagrados ya no se pueden contraer matrimonio o volver a hacerlo. Es el caso del turolense Vicente Iserte, soltero, que recibió la ordenación diaconal el pasado 7 de octubre en la iglesia de su pueblo, Rubielos de Mora.

No cobran por su trabajo. En España hay actualmente alrededor de medio millar de diáconos permanentes. Aunque se trata de una institución antigua en la Iglesia católica, no está muy extendida y es bastante desconocida. El primero se ordenó en Barcelona en 1980 y en las diócesis aragonesas solo existen actualmente los cuatro que han dado este paso recientemente. Además, hay otros diez hombres que han solicitado ser admitidos en la archidiócesis de Zaragoza y están preparándose para ello.

Lo primero que hicieron Pedro Serrano y José Agustín Gabarre cuando se plantearon dar este paso fue comentárselo a sus mujeres y a los suyos. De hecho, sus esposas han firmado un permiso por escrito y comparten su ilusión. «El diaconado perfecciona el matrimonio –asegura Pedro–. Si tu familia es creyente lo entiende enseguida y se convierten en tu mayor apoyo en todo momento».

«El diaconado se vive diariamente en la familia y en el trabajo»

«La ordenación de diácono tiene mucho de vistoso, pero el diaconado se vive diariamente en la familia y en el trabajo, no solo en lo que puedas hacer en la Iglesia. Es una opción de vida a la que ahora vamos a dar una oficialidad. Brota, pero lleva detrás mucha reflexión».

Habla así José Agustín Gabarre, de 39 años y padre de un chaval de 13 años. Su perfil no se corresponde con el de muchos de los diáconos, hombres mayores de 50 años. «Yo siempre he estado muy ligado a la pastoral gitana de Zaragoza. Desde siempre tenía inquietudes y como respuesta a ellas decidí profundizar en el proceso de la fe», explica este gitano que durante un tiempo se dedicó profesionalmente al sector comercial y ahora trabaja en una oenegé de Parque Goya. Hace ya diez años empezó sus estudios en el Creta (Centro Regional de Estudios Teológicos de Aragón). Ejerce su ministerio en la parroquia de Santa María Reina de los Mártires, en el mismo barrio, donde, entre otras tareas, prepara para la confirmación y «anima» un grupo de adultos «con los que hablamos y reflexionamos sobre nuestra fe».

Explica que hay muchas tareas que hacen como diáconos permanentes que también puede hacer un laico en situaciones extraordinarias o incluso de forma ordinaria, como bautizar o repartir la comunión.

Pedro Serrano, a sus 78 años, habla con igual pasión de su trabajo como químico que de esa «vocación de servicio» que siempre ha tenido y que le llevó a estudiar teología tras jubilarse. «Me hace mucha ilusión ser diácono. Ha creado mucha expectación entre sacerdotes y amigos, aunque no todo el mundo lo entiende», dice. Por eso, la invitación a su ordenación va acompañada de una hoja en la que explica en qué consiste esta figura. Cumple su ministerio en San Miguel y San Gil, donde da catequesis y lleva la comunión a las enfermos.

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