Plou: un pueblo devoto de escaso censo y gran corazón

Antonio, el actual alcalde, lleva al pueblo que dirige en el apellido (su padre lo llevaba en los dos) y también en el espíritu; durante más de 40 años fue hostelero en el barrio de La Paz de Zaragoza.

El cuidado de los huertos es una tarea y un placer para muchos vecinos.
El cuidado de los huertos es una tarea y un placer para muchos vecinos.
Laura Uranga

Llegar a un pueblo el día de su fiestas patronales constituye toda una experiencia. El matiz religioso se dimensiona, naturalmente. El día de San Roque, en Plou hay misa solemne y reparto en canastas del pan bendito, un bizcocho local. Tras la misa de mediodía hay una procesión: el santo y la virgen salen a hombros de varios feligreses desde la iglesia de la Santa Cruz, y dan una corta vuelta al pueblo. "Es pequeño, apenas unas calles, pero nos gusta –apunta Marimar Plou, hija del alcalde y activa colaboradora en la comisión de fiestas y la asociación cultural– y queremos que siga vivo".

La iglesia, de notables dimensiones y una amplia cúpula, tiene una torre inacabada. "Se suponía –señala Marimar– que iba a ser tan alta como la de San Pedro en Muniesa –comentan Marimar y su padre Antonio– pero no se acabó porque se mataron dos trabajadores, y se decidió no continuar; si te fijas, el cimborrio está inacabado". La iglesia, que tenía un hermoso altar mayor y capillas historiadas, fue destruida por completo en la guerra civil. Solo se conserva el monumento de Semana Santa. El empresario minero y de la construcción Ángel Luengo Martínez, que acaba de cumplir 90 años, nació en La Hoz de la Vieja pero tiene fuertes lazos con Plou; ayudó a la rehabilitación del suelo de la iglesia, entre otras iniciativas de apoyo al pueblo. Es el dueño de una de las mayores fortunas de España.

Plou: el hostelero que impulsó el calderete

"En su día –recuerda Antonio Plou– todo el término municipal estaba cubierto de azafrán; sale en el escudo del pueblo junto a un peirón. Ya no hay; requiere de mucha mano de obra y no queda gente; tampoco hay mucha viña. Lo que sí destaca es el almendro, pero aquí hay apenas 14 personas el año entero. A partir de junio ya llega más gente; eso sí, no hay negocios ni empresarios. Tenemos local social y en la zona deportiva, que tiene frontón grande, tenis, pádel, piscinas y pista polideportiva, hay bar en verano".

La actividad cultural y lúdica se reparte en verano entre la comisión de fiestas y la Asociación El Árbol Gordo, llamada así en honor al gran álamo que hay en el centro del pueblo. Marimar explica que se organizan torneos deportivos durante las fiestas, y también se coordinan colonias urbanas con la comarca. Para la Santa Cruz hay comida popular, a principios de mayo, y en las patronales es tradicional la chocolatada. Tampoco falta ningún año desde hace casi cincuenta el Calderete. "Este año –apunta Antonio– hay unas 250 personas; se matan cinco corderos y se cocinan para todo el pueblo y los que vienen. Empezamos una cuadrilla de amigos y la cosa fue creciendo".

La Ploufolia

Hace aproximadamente una década, Plou estuvo en boca de la comunidad científica por el descubrimiento de un nuevo género de plantas correspondiente al Cretácico Inferior, con una antigüedad de unos 100 millones de años y relacionado con la familia de los nenúfares. La planta se llamó ‘Ploufolia cerciforme’, en homenaje a la localidad, donde se encontraron los fósiles que fueron posteriormente objeto de estudio de los investigadores Luis Miguel Sender (conservador del Museo Paleontológico de la Universidad de Zaragoza), Uxue Villanueva Amadoz y Javier Ferrer.

Los científicos de la Universidad valoraron el carácter escaso y controvertido de los fósiles más primitivos de este tipo de vegetales, que presentaban gametos sexuales diferenciados.

El alcalde

Antonio Plou lleva al pueblo que dirige en el DNI y el corazón. La cosa viene de lejos. "Mi padre se llamaba José Plou Plou: el apellido siempre ha sido muy común aquí, nos enorgullece a quienes lo llevamos. Yo incluso lo usé pata el negocio hostelero que tuve 42 años en Zaragoza: el bar Plou, en la calle Zafiro del barrio de La Paz, cerca del cuartel de la Policía en la ronda Hispanidad. Ahí me he pasado la vida, llegué con 17 años después de cinco estudiando en el seminario menor de Alcorisa: aquello no era lo mío. En Zaragoza aterricé en 1970, y siempre me venía al menos un día a la semana al pueblo: ahora me subo los jueves a Plou y marcho los domingos a Zaragoza. Tengo mi pequeña viña, mi huerto… nunca los descuido".

Antonio dice orgulloso que su establecimiento fue siempre un sitio de trabajadores: sigue abierto, de hecho, pero él se jubiló hace poco más de un lustro. "Dábamos menús y platos combinados, buenos almuerzos. Teníamos a los obreros que hicieron los cinturones, a los de las fábricas cercanas, a los que hicieron luego Puerto Venecia y Parque Venecia en la última época… a veces teníamos que meter dos turnos de comidas. Mi hermano estuvo siempre conmigo en el negocio, junto a dos cocineras ecuatorianas muy buenas".

El tema religioso ha calado hondo en la familia de Antonio: de hecho, su hermano estaba de oficiante el día del santo. Hay más sacerdotes y monjas: un primo, dos tíos, dos monjas de clausura y un cartujo que estuvo mucho tiempo en Aula Dei. Antonio se consagró a otro tipo de feligreses en su bar; esa vocación de servicio se extendió a la alcaldía cuando llegó la jubilación y empezó a pasar más tiempo en Plou. "El anterior, Fernando Repollés, es amigo y llevaba veinte años. Es una responsabilidad. Yo mismo empiezo a estar ya un poco cansado, lo hablamos mucho con mi mujer y es hora de dejar paso a otro, la gente se queja aunque no te hable mal a la cara, pero los descontentos te acaban llegando –ríe con resignación– y solo me queda hacerlo lo mejor que pueda mientras esté. Tenemos otro en mente, más joven, que vive en Zaragoza pero viene continuamente aquí; si sale está garantizado que llega con ganas de hacer cosas. Un mozo muy voluntarioso, y espabilado; además, es fontanero, lo arregla todo. Seguro que trae nuevas soluciones a Plou".

LOS IMPRESCINDIBLES

El lavadero circular

Hace algo más de cincuenta años se le dio su forma actual al lavadero del pueblo, cubierto con una curiosa techumbre circular que lo hace único en la comarca. Sin duda, uno de los puntos más llamativos de todo el municipio.

El cabezo de San Jorge

Este cerro, que albergó en su día un poblado íbero, recibe el nombre de una ermita gótica del siglo XIV, de una sola nave y acceso lateral. El yacimiento del mismo nombre es muy rico en lo referente a material cerámico.

La Santa Cruz

Situada en la parte izquierda del pueblo y algo elevada con respecto al resto de las edificaciones, la parroquia es de estilo barroco y fue construida durante el siglo XVIII: se empezó en el año 1710 y se acabó en 1777.

Ir al espacio 'Aragón, pueblo a pueblo'

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión