Previsión y tormentas

Algunos de los daños causados en el arbolado de Zaragoza y el aeropuerto por la tormenta del pasado domingo tal vez podrían haberse evitado. Urge reflexionar y prevenir.

Tormenta en Zaragoza
Tormenta en Zaragoza
Paco Giménez

Los daños producidos en todo Aragón por la tormenta del pasado domingo obligan a reflexionar sobre la necesaria previsión, especialmente en Zaragoza, para intentar paliar en la medida de lo posible algunas afecciones que tal vez sí podrían haberse evitado, tanto en el arbolado de la ciudad como en el aeropuerto.

Escuchar a los representantes del Gobierno de Zaragoza sus manifestaciones sobre las consecuencias de la tormenta del domingo no deja de sorprender: en primer lugar, porque no debería tildarse como "normal" la caída masiva de árboles por efecto del viento y, sobre todo, porque se oculta que no existe un plan de poda estricto y obligatorio en la próxima licitación del servicio de parques y jardines de la capital aragonesa. Desde hace demasiado tiempo, y no solo tras las dos últimas tormentas, los árboles de Zaragoza caen con una excesiva facilidad sin que hasta la fecha desde el Gobierno de ZEC se haya dado una explicación suficiente ni, sobre todo, se hayan tomado medidas preventivas necesarias. Si bien nadie puede prever los efectos y daños de una tormenta huracanada, sí se debería haber actuado ya sobre aquellos ejemplares que presentan más riesgo: el cierre tardío del parque del Tío Jorge -no se clausuró hasta las 14.00- es una muestra de la falta de una política clara en un asunto en el que, hasta la fecha, lo único positivo es que no ha habido víctimas.

Junto al arbolado, el otro punto de conflicto es el aeropuerto de Zaragoza. Mientras la DGA se está afanando en abrir nuevas rutas y en convertir la infraestructura en el eje aéreo del Valle del Ebro, Aena no ha realizado aún ninguna acción pese a que ya se ha inundado tres veces la terminal en apenas cuatro meses. Más allá de los daños inevitables causados por los fuertes vientos que obligaron a cancelar o a desviar cuatro vuelos con 650 pasajeros, la imagen de Zaragoza y Aragón se resiente cada vez que cae con fuerza agua del cielo, una realidad intolerable. Máxime cuando se trata de una terminal inaugurada en 2008.