Pineta: altivas cumbres y un glaciar que muere acunan al Cinca

Una muralla de roca cincelada por la erosión glaciar sirve de cuna al Cinca recién nacido en Pineta. Las cascadas se precipitan por las pendientes laderas desde la plana de Marboré, que atesora la serena belleza de un ibón, la heroica resistencia de un glaciar que desaparece y una de las panorámicas más espectaculares del parque nacional.

Cascada del Cinca o de Marboré, vista desde los llanos de La Larri. Asoma el Cilindro
Cascada del Cinca o de Marboré, vista desde los llanos de La Larri. Asoma el Cilindro
Javier Blasco

Una gran masa de hielo avanzando como una gélida tortuga valle abajo erosiona de forma muy distinta a como lo hace un río. En Pineta hubo un gran glaciar, de al menos 400 metros de espesor, que llegó hasta el paso de las Devotas. Dejó profunda huella, dando a este valle, el más puramente glaciar de todo el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, su perfil en ‘U’: laderas muy verticales y fondo plano. Es el fruto de la presión de la masa helada, que erosiona todo el fondo por igual y deja a sus lados laderas escarpadas.

Asomados al altiplano del Balcón de Pineta, auténtica terraza natural, se contempla en toda su amplitud, en una panorámica casi aérea, un valle de gran anchura y unos 17 km de longitud que, pese a sus valores, no forma parte del parque nacional, que solo incluye, desde la ampliación de 1982, las paredes norte y la parte final del circo. Allí, cerrando el valle, altas paredes naturales amurallan y sobrecogen. A sus pies, densos bosques de pinos silvestres y abetos en la entrada del valle que dan paso a los hayedos en las cercanías del circo. Desde este privilegiado mirador puede observarse también cómo los frecuentes aludes arrastran árboles y rocas al fondo del valle cuando la inestable acumulación de nieve durante el invierno se vuelve insostenible.

Este imponente escenario convierte en saltos los primeros pasos de un río, el Cinca, recién nacido en el mismo macizo de Monte Perdido. En formidable caída escalonada, se precipita en forma de estruendosas cascadas de vértigo. El mismo que se produce al pensar que, hace unos 65.000 años, los 1.200 metros de desnivel entre el fondo del valle de Pineta y el circo de Tucarroya debieron de estar ocupados por una espectacular cascada de hielo originada en este lugar en el momento álgido de la última glaciación.

La cara orientada al norte está formada por verdaderos murallones pétreos: las Tres Sorores, las Tres Marías y la sierra de las Sucas, con picos cercanos a los 3.000 metros; al norte, las cimas de Astazu (3.071 metros), Tucarroya, pico de Pineta y pico Blanco. Cumbres que, incluso en pleno verano, conservan manchas de nieve. En el fondo del valle de Pineta confluyen los barrancos de Tormosa y Montaspro.

Ya fuera de los límites del Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, se encuentra el valle colgado de La Larri, puramente glaciar. Allí, el menor espesor del hielo socavó mucho menos la zona, dando lugar a anchas praderas en un paisaje de bellas cascadas. La Larri es un valle secundario que albergaba un glaciar, tributario del de Pineta, cuya cabecera se situaba en el circo de La Munia. Desde la entrada a los llanos de La Larri, donde pasta el ganado, a nuestra espalda la vista del glaciar de Monte Perdido sobre el Balcón de Pineta, es espectacular.

El ibón de Marboré

El circo de Tucarroya o plana de Marboré se corta bruscamente a una cota de 2.500 metros de altitud, donde se sitúan el Balcón de Pineta y el ibón de Marboré. Fue también la sobreexcavación del glaciar quien talló la cubeta de este ibón, de quietas y transparentes aguas. En 1927 se contruyó un dique para embalsarlo artificialmente con fines hidroeléctricos pero escaso éxito debido a la intensa karstificación de los materiales que forman su vaso natural.

Estamos en el alto Pirineo, en un paisaje modelado por la actividad glaciar. En la cabecera de los valles principales, como ocurre en este de Pineta, encontramos circos glaciares, artesas, cubetas de sobreexcavación, lagos de origen glaciar (ibons en aragonés), rocas pulidas y estriadas, morrenas..., como prueba de que, en tiempos remotos, dominaron el terreno largas y espesas lenguas de hielo. Hoy, los glaciares, termómetros que miden el impacto del cambio climático sobre la alta montaña mediterránea, son casi un recuerdo. El de la cara norte de Monte Perdido, en claro retroceso, es un superviviente en extinción.

Glaciares: centinelas del cambio climático
El glaciar de la cara norte de Monte Perdido es uno de los pocos glaciares que todavía podemos encontrar en el Pirineo. El volumen total y el espesor del hielo disminuyen cada año y, dentro de pocas décadas, habrá desaparecido por completo. Investigadores del Instituto Pirenaico de Ecología-CSIC lo estudian año tras año y constatan que el retroceso del glaciar es evidente, irreversible y de gran magnitud: una media de 2 metros de espesor desaparece cada año. Los glaciares, verdaderos centinelas del cambio climático, son muy sensibles a los cambios de temperatura y por eso sus avances y retrocesos nos informan de cómo varía el clima. El presente cambio, actualmente acelerado pero iniciado a finales del siglo XIX, se achaca al calentamiento global de nuestro planeta, especialmente acusado en zonas de montaña. ¿Pudo haber desaparecido ya este glaciar en periodos especialmente cálidos? En épocas frías anteriores, como la Pequeña Edad del Hielo (siglos XIV-XVIII), los glaciares avanzaron considerablemente, pero hace unos mil años, en la Edad Media, tuvo lugar un periodo llamado Anomalía Climática Medieval que llevó elevadas temperaturas medias y abundantes sequías a muchas zonas del planeta. Investigaciones en marcha tratan de leer en el hielo la crónica de lo ocurrido.

Valle vivo: flora y fauna en cada rincón
La vida palpita por todos los rincones del parque, tanto en los ambientes más inhóspitos como al amparo de los bosques. En el valle de Pineta conviven abedules, hayas, pinos negros y abetos blancos. En las alturas de Marboré, aves de alta montaña como chovas piquigualdas, bisbitas alpinos, collalbas grises o acentores alpinos. Mucho más caros de ver son los gorriones alpinos y las perdices nivales.

La ascensión se jalona de bojes y serbales, así como abundantes helechos y, a comienzos del verano, un mar de lirios violetas. Los agudos silbidos de las marmotas se escuchan con frecuencia y es posible avistar algún sarrio, hoy el gran mamífero de las alturas alpinas, pues en otro tiempo el extinto bucardo fue la estrella de la fauna de alta montaña.

En zonas como la faja Tormosa, aparecen el pinar de pino negro –donde vive el urogallo–, rododendros y abedules. Al estilo de las fajas de Ordesa, la de Tormosa discurre colgada y aérea. Sobre las cimas, planean los buitres leonados y los quebrantahuesos.

Las sendas de subida dibujan zigzags sobre el roquedo y la pradera subalpina, donde crece la cincoenrama, el sauce rastrero, la oreja de oso, la corona de rey o la flor de nieve, especie de alta montaña que, en España, únicamente prospera en los Pirineos calizos. Las aguas más cristalinas son hogar del tritón y la rana pirenaica.

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