Los Fayos: el pueblo del gigante donde mejor preparan las morcillas

En la localidad moncaína de Los Fayos, donde según reza la leyenda vivió el coloso Caco, han conseguido recuperar la tradición de la matacía gracias a la implicación de los vecinos.

Amparo Campos muestra la morcillera que emplea para hacer sus preciadas viandas.
Amparo Campos muestra la morcillera que emplea para hacer sus preciadas viandas.
Nora Bermejo

Cuenta la leyenda que el gigante Caco habitó las tierras de Los Fayos; una de las cuevas de la peña que rodea el pueblo le sirvió de refugio y escondite para todo lo que iba robando. Es sólo un mito, pero ha dejado una importante huella en esta localidad de la comarca de Tarazona y el Moncayo.

Los Fayos tiene menos de 150 habitantes y todos conocen con detalle esta fábula, que ha ido pasando de generación en generación. No es lo único que comparten los mayores del lugar con los vecinos más jóvenes: cada año se celebra la matacía del cerdo, una tradición que se había perdido y se recuperó gracias a la implicación de los fayanos; además, la iniciativa ha servido de inspiración para localidades cercanas, que también han apostado por rescatar esta costumbre.

Amparo Campos es una de las caras visibles de esta tradición recuperada, que cada año reúne a los vecinos en los preparativos de una completa jornada festiva, que incluye comida y cena; allí se degustan las viandas preparadas por la mañana. "Me gusta colaborar y me acordaba de la receta: ahora las cosas han cambiado, es todo más fácil", asegura.

Los Fayos: el pueblo del gigante donde mejor preparan las morcillas

Ella preparaba morcillas, chorizos y longanizas de niña con su madre y, más adelante, también con su suegra. De ella es la morcillera que cada año se utiliza para rellenar las tripas y confeccionar estas delicias, dulces y saladas para contentar a todos los paladares. "Preparamos morcillas con una base de ocho kilos de arroz, y casi no llega, se gasta siempre", recuerda Amparo.

Además de arroz, la receta incluye sangre, manteca de cerdo derretida, canela, un poquito de pimienta, piñones, avellanas y nueces molidas. La masa de las dulces es igual, pero añadiendo pasas y azúcar. "Antes se enfriaba el arroz para echar la sangre y la morcilla salía muy roja: daba un poco de repelús. Ahora ya no lo hacemos así", confiesa esta cocinera de la matacía.

Se intenta enseñar a los vecinos más jóvenes todo el proceso, pero "a la mayoría les da asco porque son de otra pasta, aunque luego bien que se las comen". El que no ayuda en la elaboración de la masa, prepara las judías de la comida, corta carne, cose intestinos o ata cordeles… trabajo nunca falta.

La presa, siempre presente

El día de la matacía también es intenso para el hermano de Amparo, Cesáreo, y su mujer, Cari Moya. Ellos han regresado al pueblo tras la jubilación, aunque realmente nunca se fueron, porque los fines de semana siempre estaban por Los Fayos. "Se está muy bien en Zaragoza, pero como en tu pueblo, en ningún sitio", asegura Cesáreo.

Ahora disfrutan de "la tranquilidad que aporta el pueblo", y ocupan su tiempo con el huerto, la nieta o los paseos por una ruta que siempre tiene a la presa del Val como testigo. "Al principio nos coaccionó un poco, pero también gracias a ella tenemos unas compensaciones que permiten que el pueblo vaya mejor y se solucionen carencias", opina Campos.

Su mujer preferiría que el embalse y el enorme muro de hormigón que contiene esa gran masa de agua nunca hubiesen llegado a Los Fayos. "Hubiésemos vivido mucho mejor sin esa presa ahí, por el riesgo que supone. Hay mucha seguridad en todo, pero siempre tienes esa cosa dentro de qué puede pasar algún día", explica Cari Moya.

El Val no ha sido impedimento para que Luis Martínez-Guisasola decidiese vivir en el que había sido el pueblo de su abuelo. "De pequeño venía todos los fines de semana y en verano, y vivir aquí es un lujo para mí en todos los sentidos", dice Luis quien asegura que no echa nada de menos de una gran urbe. "Cuando te apetece más jaleo, te vas a Tarazona, Tudela o Zaragoza, pero para mí tiene más ventajas vivir en Los Fayos que en una ciudad", indica.

En la lista de pros de la vida rural entraría el precio de la vivienda, y es que "por lo que te cuesta un piso en Zaragoza tienes una casa mucho mejor aquí". El contacto directo con la naturaleza, la vida tranquila y la relación más humana con los vecinos también estarían ese listado.

El invierno es más duro, porque hay menos ambiente, pero siempre se puede uno "ir al Moncayo, coger setas o dar paseos en bici". A sus hijos también les gusta el pueblo, "aunque ahora que son más mayores y empiezan a salir, tienes que acercarles a donde están sus amigos". El coche es imprescindible en Los Fayos, aunque hay servicio de autobús varios días a la semana, más utilizado por las personas mayores.

A pesar de su decisión, a este vecino le gustaba más el pueblo que recuerda de su niñez que el de hoy en día, porque "era más auténtico, más pueblo, casi todas las casas estaban habitadas, la gente vivía del campo, había animales… ésa es la vida que me gusta, más natural, más rural", concluye Martínez-Guisasola.

Una ruta guiada por las cuevas que empieza en la de Caco y termina en la ermita

El Ayuntamiento fayano es consciente del atractivo turístico del municipio, no sólo por el entorno natural, sino también por el patrimonio que atesora el pueblo. Por esa razón, sus intenciones al respecto pasan por poner en marcha la ‘Ruta de las Cuevas’, un recorrido que empezaría en la Cueva de Caco (ya reformada), pasando por la Cueva del Castillo (que se acaba de hacer visitable) y otras cuevas cuyas entradas hay que despejar de maleza. El recorrido terminaría en la ermita de San Benito, pendiente también de su puesta en valor.

"Hemos presentado una memoria en la DGA para hacer una especie de paseo por toda la acequia Magallón Grande", confirma la alcaldesa del municipio, Rocío Berrozpe. Además, el Consistorio ha solicitado una subvención de los fondos Leader a través de Asomo para "hacer un centro de visitantes". La idea tiene un aliciente añadido. "Si todo esto sale adelante, se creará un puesto de trabajo: no tenemos alguien que pueda abrir la ermita al público y encargarse de las visitas guiadas por este entorno", añade Berrozpe.

Un juego de palabras llevado a la novela por Miguel Mena y al cine por Gaizka Urresti

Aunque la coincidencia sonora entre ‘Fayos’ y ‘fallos’ invita a hacer una chanza que no siempre es bien recibida por los fayanos, la genialidad hace que bromear y dar en el clavo sea un objetivo alcanzable. Así ocurrió con el escritor y locutor radial Miguel Mena (un enamorado confeso del Moncayo, y conocedor al milímetro del entorno rural aragonés) cuando publicó su novela ‘Bendita calamidad’ allá por 1994. La obra desarrolla en clave disparatada una trama de corrupción que incluye el secuestro accidental del obispo de Tarazona y la búsqueda de un tesoro. Los dos protagonistas del rapto son los caóticos hermanos Anselmo y Ricardo Fayos, llamados en su entorno ‘Los Fayos’. La localidad homónima y sus alrededores aparecen en la novela, con lo que se trasciende el juego fonético.

Gaizka Urresti llevó al cine la novela en su primer largometraje, del mismo título, estrenado en 2014 y que recorrió los salones y plazas de multitud de pueblos aragoneses en los meses siguientes a su estreno. Los actores aragoneses Nacho Rubio y Jorge Asín interpretaron respectivamente a Ricardo y Anselmo, empeñados en rizar el rizo de la dificultad a lo largo y ancho de toda la historia.

LOS IMPRESCINDIBLES

La cueva de Caco

Dice la leyenda que el gigante Caco vivió con su hermana gemela en una de las cuevas de la pared rocosa que bordea el pueblo. La gruta, donde este ladrón escondía lo robado, está acondicionada para las visitas.

El embalse de Val

La gran presa contigua al pueblo se construyó entre 1996 y 2001, con una capacidad máxima de 28 hectómetros cúbicos. El paseo sobre la gran pared de hormigón de la presa ofrece buenas vistas del pueblo y del propio embalse.

Paseo de Sotoblanco

Este paseo une Torrellas y Los Fayos bordeando el río Queiles y caminando entre choperas, un parque de plantas aromáticas o el parque de Los Lombacos. Un largo camino de esparcimiento que continúa hasta Tarazona.

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