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XII Concurso de relato breve de Heraldo
XII Concurso de relato breve de Heraldo

Aquel paisaje me transportaba a otra época. El río, abajo, roía las piedras indolentes. La tarde del estío criaba mosquitos y daba a las telas de araña ese irisar inconfundible. No es de extrañar que me invadiese el sueño después de aquel ternasco regado con abundante Cariñena. Afortunadamente no había nadie alrededor, busqué un recodo junto a la ventana sin cristal y, allí mismo, al fresco de piedra y moho, sentado, mirando hacia el Matamala me quedé dormido.

Soñé con obispos, con fieles, con campesinos moribundos y barones orondos. La peste y el fornicio. El aroma de la carne asándose, lo soso de los bulbos en la tierra. El mundo parecía diferente, el río más bullicioso.

Desperté asustado. El ruido de cientos de pasos, de metal contra metal y contra cuero. Las voces. Froté los ojos y bajé a buscar mi coche.

Por la lejana ribera avanzaban en marcha los soldados, romanos, lustrosos y latinos. Quinto solo era lugar de paso. El poco pelo de mi nuca comenzaba a erizarse.

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