¿Podría pararse la corriente marina que aporta calor al planeta?

Una investigadora de la Universidad de Zaragoza estudia la formación de agua profunda en el Atlántico, origen de glaciaciones remotas que nos afectan hoy en día y que pone en marcha la famosa corriente del Golfo, que trae aire cálido a Europa. ¿El problema? Parece que cada vez va más lenta

Imagen de la formación de la corriente del Atlántico Norte
Imagen de la formación de la corriente del Atlántico Norte
HERALDO

Existe en el planeta una autopista oceánica, una corriente que transporta calor y nutrientes. Podría decirse que es como una enorme cinta transportadora, ya que mueve decenas de veces más agua que todos los ríos de la Tierra. Trabaja en zonas tan profundas que hasta hace poco apenas había aparatos que permitieran medirla, ni siquiera conocer su vital importancia para el clima de la Tierra. ¿Cómo es posible, por qué una enorme sucesión de corrientes marinas afecta al calor y el frío en el planeta? Porque también transporta una gran cantidad de energía: si Europa, por ejemplo, ha disfrutado de un clima benigno durante miles de años ha sido porque una de esas corrientes, que ha traído a nuestras tierras parte del calor del Ecuador. Hace 34 millones de años, la formación de agua profunda en el Atlántico Norte, origen de esta corriente, desencadenó un cambio drástico en la circulación oceánica y pudo causar el cambio climático del Oligoceno, que transformó el clima cálido de la Tierra sin apenas casquetes polares en el que conocemos ahora, con todo un continente helado al sur (Antártida).

Una investigadora de la Universidad de Zaragoza colabora en el hallazgo de las causas de esa glaciación ocurrida hace 34 millones de años, «mediante el estudio de sedimentos del fondo marino, sedimentos que allí se depositaron entonces. En esos restos encontramos fósiles que eran parte del plancton, conchas microscópicas fosilizadas. Y mediante análisis geoquímicos podemos estudiar la temperatura del agua en ese momento y la dirección de las corrientes», explica Alba Legarda.

Bajo el clima cálido invernadero, el Atlántico Norte no era suficientemente salino para producir flujos de aguas profundas densas. Pero hemos encontrado evidencias clave que apuntan que la glaciación pudo comenzar porque las aguas superficiales del Atlántico Norte se volvieron más salinas y densas y empezaron a hundirse. Eso generó un impulso y el inicio de la circulación de esas aguas hacia el sur
Hasta ahora nuestro conocimiento de por qué la Tierra pasó de ese clima-invernadero cálido a otro más frío se limitaba a señalar un enfriamiento pronunciado del Atlántico que culminó con la formación del casquete polar de la Antártida, pero no se sabía muy bien por qué. Legarda, doctoranda del Instituto Universitario de Investigación en Ciencias Ambientales de Aragón, ha participado en una investigación que concluye que la densificación de aguas del Atlántico Norte desencadenó una fuga de agua del Ártico y dio lugar a la formación y flujo hacia el sur de aguas profundas. «Bajo el clima cálido invernadero, el Atlántico Norte no era suficientemente salino para producir flujos de aguas profundas densas. Pero hemos encontrado evidencias clave que apuntan que la glaciación pudo comenzar porque las aguas superficiales del Atlántico Norte se volvieron más salinas y densas y empezaron a hundirse. Eso generó un impulso y el inicio de la circulación de esas aguas hacia el sur», comenta Lagarda desde Suecia, donde trabaja con la autora principal del estudio, Helen Coxall.

El hallazgo, que se ha publicado en la revista ‘Nature Geosciences’, puede ser clave para entender los mecanismos climáticos de gran escala, «porque conocer nuestro pasado nos permitirá hacer también proyecciones de futuro. Se trata de corrientes que llevan después a distribuir el calor a lo largo del planeta. Observamos ahora que la del Atlántico Norte se está debilitando y esto puede deberse a que hay más agua dulce en esa zona, lo que hace que el agua sea menos densa, no se hunda y no se inicie el mecanismo», destaca Legarda. Algunos expertos avanzan que el deshielo del cascote polar ártico ha aumentado considerablemente la cantidad de agua dulce en la zona, lo que podría llevar incluso a un parón de la corriente, algo que tendría consecuencias catastróficas para el planeta, «porque es parte de esa distribución del calor, pero también de nutrientes e incluso influye en las migraciones de animales. Es muy importante en muchos aspectos. Pero yo soy experta en el pasado, no en el futuro, así que no puedo saber si ocurrirá algo así, ni siquiera qué consecuencias tendría».

Sí se sabe, por ejemplo, que sin la corriente de retorno (la que regresa desde el Ecuador) el clima de Europa sería muy diferente: los países del norte podrían incluso cubrirse con un cascote de hielo y España tendría un clima mucho más frío, aunque no está claro si más seco o húmedo. Pero el clima de la Tierra es tan delicado que esa primera consecuencia traería otras muchas que ni siquiera podemos prever. Puede que las claves para conocer nuestro futuro en la Tierra estén ahí, en esas pequeñas conchas que estudia Alba Legarda.

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