Bronce y sueño, los gitanos
El pueblo gitano entró por Aragón hace casi 600 años, pero solo obtuvo la ciudadanía de derecho en 1978. Entre medio, cinco siglos de persecución por los que nadie ha pedido perdón. Un convenio con el Ayuntamiento les da por primera vez protagonismo en Zaragoza
Cuando Alfredo Bautista Jiménez abandonó el pasado 22 de diciembre el pleno del Ayuntamiento de Zaragoza lo hizo con lágrimas en los ojos. De la emoción de ver al pueblo gitano al fin reconocido por el consistorio zaragozano. Nunca pensó este pastor evangélico de 70 años que vería a los grupos municipales aprobar una proposición gitana y conseguir un convenio de difusión y promoción de una cultura que durante más de 500 años ha sido perseguida, «injusticia de la que nadie habla. Quizá porque nadie la conoce», destaca su hijo, Noé Bautista, portavoz de la Asociación de Promoción Gitana de Zaragoza (APG).
Una moción del grupo socialista del Ayuntamiento de Zaragoza, a petición de la APG y con el especial esfuerzo de la concejal Lola Campos, dio vida a esta victoria moral tan esperada y bien recibida por los más de 20.000 gitanos que viven en Aragón. «El pueblo gitano forma parte de la historia de España, de Aragón y de Zaragoza desde hace siglos y su cultura, propia y arraigada, es parte igualmente de nuestra cultura. Este reconocimiento no debe quedarse en una mera declaración formal sino que puede y debe traducirse en acciones concretas que permitan, además, utilizar la cultura como vehículo de normalización, integración y superación de barreras», rezaba la propuesta, que se aprobó por unanimidad. Es decir, ha de haber dinero para proyectos, espacios donde poder realizar las actividades y una implicación directa y clara del Ayuntamiento para que arte, historia y vivencias sean herramientas de transformación. «Porque el gitano tiene que abrirse por fin a la sociedad mayoritaria, y los ciudadanos deben saber quiénes somos. Si el racismo es fruto de la ignorancia, se resolverá con conocimiento», resume Bautista.
Será un proyecto de acercamiento entre culturas, muy ambicioso, que englobará la música y el folclore. También los festivales, como el de San Juan, tan importante para el pueblo gitano y que pretenden ahora abrir al resto de ciudadanos. La participación también en las Fiestas del Pilar a través de un festival flamenco, iniciativa que no siempre ha sido apoyada por el Consistorio. Se preparan charlas para dar a conocer la historia del pueblo gitano, e incluso se está redactando un proyecto teatral escrito y dirigido por mujeres, para explicar la visión femenina en esta cultura. Y todo, con la generosidad que caracteriza al pueblo gitano, que no duda en ofrecer su arte para el disfrute de todos, «porque nuestra cultura ha podido ser perseguida y arrasada. Pero como la rosa que tras estrujarla suelta su perfume, así hemos sido nosotros: porque en estos 500 años no han logrado que dejemos atrás nuestra esencia. Al contrario, la hemos repartido de manera que la cultura de España lleva nuestra huella», sonríe Noé Bautista.
«Somos como esos viejos árboles batidos por el viento que azota desde el mar», cantaba José Antonio Labordeta. La historia gitana es la de esos árboles batidos por las más de 280 pragmáticas o leyes de persecución, de intentos de expulsión y de exterminio. Árboles que han resistido por cinco siglos. Solo las cuatro últimas décadas ha podido disfrutar este pueblo del reconocimiento de ciudadanía de pleno derecho. En 2018 la Constitución Española cumple 40 años, y en ella se incluyó un artículo, el 14, que reconoció a los gitanos la igualdad que les había negado desde los Reyes Católicos. «Pero no verás ni una placa que recuerde esos siglos. En la iglesia de San Pablo de Zaragoza, donde hay enterradas cientos de mujeres y niñas gitanas tras la redada de 1749, no hay una placa que las recuerde», destaca Rodríguez Hernández. «Nadie ha pedido perdón. Los sefardíes ya pueden volver, con la oferta de una doble nacionalidad, pero aún estamos nosotros esperando un reconocimiento, unas palabras de disculpa por un trato injusto que tenía como interés convertir a una población en vasalla, anular su independencia y llenar de remeros los barcos del Ejército español tras el desastre de la batalla de Lepanto. Se abrió una brecha y aún no se ha cerrado».
¿Cómo desgranar esa historia sin pecar de victimismo? ¿Se escuda el gitano en esa persecución para vivir a espaldas de la sociedad? En opinión de Noé Bautista el propio gitano tiene parte de responsabilidad en mantener esa brecha abierta. «Y es hora de que afronte una realidad diferente. El gitano desconfía de una sociedad donde las fuerzas de seguridad significaban inseguridad, donde las leyes no le protegían... Muchos gitanos rechazan esa sociedad mayoritaria. Si me van a discriminar, para qué intentarlo, piensa. No voy a estudiar porque no me servirá de nada. Para qué quiero un título si no me darán el trabajo, dicen los niños. Esa es la raíz del absentismo escolar, por ejemplo».
Y lo dice por propia experiencia. Noé Bautista recuerda con amargura su propia vivencia, a los diez años, cuando tuvo que cambiarse de colegio. Era un alumno sobresaliente en un pueblo de Aragón, pero su padre, el pastor evangelista, tuvo que mudarse. Al llegar al siguiente colegio, le pusieron muchas dificultades para matricularle. No querían más gitanos. «Mi padre intentó mediar, porque siempre ha sido muy conciliador, pero yo recuerdo esa humillación, tan nueva para mí. En mi anterior escuela no había tenido problema alguno, ¿qué estaba ocurriendo? Y levanté la vista y le dije a mi padre: No importa. Me da igual. Si no me quieren, yo tampoco les quiero a ellos. Y dejé de estudiar. Y me encerré en mi mundo gitano, rechazando todo lo payo. Así durante años, hasta que me di cuenta de que ese no era el camino. Pero todavía hay familias enteras que piensan así, que creen que la sociedad mayoritaria les quiere robar su esencia, que les quiere cambiar, que les va a perseguir o a hacer daño. Y eso es muy negativo para la comunidad gitana».
Minoría de segunda
La otra parte de la brecha viene de los prejuicios creados en torno a esta etnia a lo largo de la historia, trasvasados de generación en generación hasta convertir a los gitanos en una minoría de segunda, de la que todavía se pueden hacer chistes públicamente, escribir en redes sociales comentarios de odio o desconfiar públicamente (solo hay que leer los comentarios que acompañan a este reportaje al final de la página, que no serían permitidos en otros grupos que sufren discriminación). José Antonio Jiménez es un policía zaragozano, del barrio de la Magdalena. «¿Gitano y policía?, me preguntan. ¿Tan homogéneos creen que somos los gitanos, que todos tenemos que ser chatarreros o comerciantes? Podemos ser lo que queramos. Al menos, si nos dejan soñar y creerlo, porque no es fácil. No es fácil la vocación cuando la vida te dice desde el principio que tú no, que tú no vas a poder».
Es lo que se llama efecto pigmalión en la educación, «el resultado de tantos impactos de discriminación de baja intensidad que, acumulados en el tiempo, tienen suficiente fuerza para que asimilemos que somos de segunda clase. También les pasa a las niñas, cuando empiezan a creer que no valen para las ciencias. El niño gitano, que siente el rechazo desde el primer día de cole, a quien le dicen cosas compañeros e incluso algún profesor, empieza ya con desventaja. Y luego pasa lo que pasa». Según Jiménez, «la solución empieza por dejar de victimizar, porque el niño gitano vea a otro de su etnia en la sala de profesores. Si un gitano en Bachillerato sabe que soy codirector de trabajos de fin de grado en Trabajo Social en la Universidad de Zaragoza quizá entonces se anime a estudiar la carrera, quizá vea que sí vale».
Raíz y culturas
El proyecto teatral, que será una manera de presentar a la sociedad mayoritaria una realidad tantos años silenciada, incluirá testimonios, canciones, anécdotas, realidades... «Cada mujer hablará de su vida y de su mundo. De su presente, pero también del pasado. Porque en la historia gitana, cuando el hombre era perseguido para ser enviado a galeras, era la mujer la que tenía que entrar en el pueblo a vender las cestas de caña que hacía, era ella la única que podía ganar algo de dinero. Ella sacaba adelante la familia» recuerda Eva Mª Jiménez. «Es otra historia que se ha silenciado demasiados años».