Iré para el Pilar

Estas fiestas nos pincha el corazón. Faltan muchas de las habituales visitas de ‘la familia de Barcelona’, un desgarro emocional que va más allá de que el secesionismo catalán sea un hecho social, político y económico muy grave.

Expertos en genética podrían decirnos si en nuestro ADN pervive la huella de ser todos hijos de la Corona de Aragón. Sin remontarnos tanto, decenas de miles de catalanes llevan sangre aragonesa de una, dos o tres generaciones, a quienes estos días echamos en falta. El clásico ‘iré para el Pilar’, en demasiados casos no ha sido dicho.

Durante décadas, Barcelona fue la segunda capital de Aragón. A Cataluña emigró una parte de nuestras familias. Entonces, nos separó la pobreza. Después, y tras un progreso generalizado –tanto allí como aquí–, hemos disfrutado de felices reencuentros en nuestros pueblos, en el Bajo Aragón o el Somontano de Huesca, hasta que, en los últimos meses, la mala política nos ha traído una nueva separación. Ahora, lo que pasa en Cataluña es más que un asunto público; se trata de un problema de familia que no acierta a entender cómo nuestros primos nutren las filas del independentismo.

Un sentir que late en datos como que Aragón siguió más que ninguna otra comunidad el discurso del Rey. El 85% de los aragoneses que veían la tele el 3 de octubre, escuchaba a Felipe VI en su defensa del Estado que compartimos y que, aún con sus grietas, ha permitido acortar distancias entre unas regiones y otras. Equilibro que rompen las aspiraciones secesionistas.

Esta semana, Puigdemont, en su declaración de independencia de quita y pon, se dirigía a los españoles con sus manidos agravios. Nadie en su sano juicio cree que Cataluña tiene menos libertad ni democracia que Cuenca, Turín o Hamburgo. La realidad es que ningún país occidental ampara sus objetivos, que implicarían que las regiones más prósperas se desentiendan de las menos afortunadas.

‘The Washington Post’ revelaba el pasado 2-O que, entre los escasos apoyos externos, sí figura el aparato de inteligencia de Rusia, que ha activado sus medios de comunicación y ‘bots’ en redes sociales para usar el movimiento catalán para debilitar a las democracias occidentales. Aunque el secesionismo catalán viene inflamado de casa, esas cuentas con noticias falsas (y también reales) inciden en Cataluña, como antes lo hicieran en el ‘brexit’, las elecciones estadounidenses o las francesas.

Hablando del exterior, y ante los que defienden convocar un referéndum pactado, como si las elecciones no hubieran revelado reiteradamente la ausencia de una mayoría cualificada secesionista, deberían conocer la Ley de Claridad que acabó con el independentismo quebequés. Tras dos consultas que casi consiguen su propósito, esa ley reguló el nuevo referéndum, con un mínimo de participación y una mayoría reforzada para validar el sí. También incluyó que Quebec debía admitir que si una parte, en las mismas condiciones, deseaba permanecer en Canadá, debería posibilitarlo. Fue el principio del fin: los independentistas no quisieron correr el riesgo de perder Montreal, adonde por cierto nunca volvieron muchas de las empresas que se fueron en una coyuntura similar. De acuerdo con el mapa político catalán, con Barcelona y el litoral bien podría ocurrir lo mismo…

Afortunadamente, la contradictoria alianza secesionista ya presenta fisuras. La determinación del Rey en su propio 3-O ha sido clave. Por un lado, para el cambio de actitud de poderosísimas empresas que, tras un culposo silencio, han sentido muy dentro los riesgos de la deriva independentista. Y por otro, como palanca para que miles de personas que viven acoquinadas salieran a la calle el último domingo y se visualizara a ‘los otros catalanes’; se encontraron además con las palabras balsámicas de Josep Borrell, que, sin los caducos lastres y complejos de la izquierda, enarboló con maestría el discurso del sentido común. Un punto y aparte para desenmascarar tan caro teatro.

Si hubiera sucedido unos días antes, posiblemente la plaza de Aragón albergaría la tradicional caseta de la Casa Catalana. Afortunadamente, Loquillo, uno de nuestros valientes y muy queridos primos catalanes, no ha faltado. Ojalá este mal sueño acabe pronto y, más allá de aquellos que buscan refugio para su dinero, bajemos juntos por las laderas del Tibidado y, cadillac mediante, los que nos faltan vengan de nuevo para el Pilar.