Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Las donaciones de cuerpos se estancan y solo hay diez cada año en Aragón

Pese a que fue pionera en implantar el programa, la Universidad de Zaragoza es de las que menos cadáveres recibe.

Los futuros médicos pueden practicar en cuerpos reales. Una de las cuestiones más importantes de la donación de cadáveres es que se ponen a disposición de los estudiantes de la Facultad de Medicina (los primeros grados) para que hagan sus prácticas.
Los futuros médicos pueden practicar en cuerpos reales. Una de las cuestiones más importantes de la donación de cadáveres es que se ponen a disposición de los estudiantes de la Facultad de Medicina (los primeros grados) para que hagan sus prácticas.
Guillermo Mestre

Es un acto tan altruista y generoso como donar sangre u órganos, sin embargo, mientras estas dos últimas prácticas aumentan, la donación de cuerpos para la ciencia se ha estancado. De las más de cien personas que acuden cada año a informarse sobre esta cuestión a la Universidad de Zaragoza, tan solo los restos de diez llegan a cederse finalmente para la investigación.


Zaragoza fue una de las primeras ciudades españolas en instaurar a finales de los setenta la donación de cuerpos, por la que ni el interesado en vida ni la familia una vez que ha fallecido reciben ninguna compensación económica. Es el Departamento de Anatomía de la Facultad de Medicina el que se encarga de la gestión de los cuerpos que son utilizados por los estudiantes de grado de Medicina y desde hace ocho años, también son requeridos por facultativos para organizar cursos prácticos o para ensayar alguna operación pionera. "Se intenta dar un servicio a toda la comunidad médica", asegura el responsable de la sala de Disección, Juan de Dios Escolar, que hace hincapié en el respeto que se guarda a los cuerpos durante su manipulación y estudio.


En estos momentos, la edad media de los cuerpos que se donan es de 80 años. Cualquier persona puede mostrar su interés en cederlo para la ciencia, ya que solo hay unos motivos "lógicos" de exclusión. Se rechazan aquellos con una enfermedad infecciosa o, por ejemplo, los que estén demasiados obesos o excesivamente delgados. Tampoco se admiten los fallecidos por accidentes de tráfico o los que hayan muerto en una mesa de quirófano.


Una vez que la persona fallece, la familia informa a la Universidad y los servicios funerarios trasladan el cuerpo a la institución académica. Antes de que transcurran 48 horas, empieza el proceso para embalsamarlo que dura dos o tres días. No obstante, se necesitan al menos dos años para que el líquido se extienda y el cadáver esté en condiciones para poder ser manipulado. Unos mismos restos se utilizan aproximadamente durante un máximo de dos años.


Así, normalmente, pasados unos cuatro años después de su fallecimiento, el Ayuntamiento de Zaragoza incinera el cuerpo y los restos se llevan a un panteón común, cedido también por el Consistorio para este fin. La familia no tiene que hacerse cargo de ningún gasto en ese sentido, ya que en este programa también colaboran los servicios funerarios que sufragan la mayoría de los traslados.


A partir de ese momento, la Universidad de Zaragoza tiene que comunicar al ámbito judicial que ese cuerpo ya no se encuentra en las instalaciones académicas y se ha trasladado al cementerio. Así, se registra en todo momento el lugar dónde se encuentra cada persona fallecida.Poca tradición en la donación

A pesar de que Aragón fue pionera en el programa de donación de cuerpos, precisamente no destaca por ser una de las comunidades con mejor respuesta por parte de los ciudadanos. Otras universidades pueden rechazar o incluso facilitar cuerpos a otras regiones por exceso de donaciones.


Por el contrario, el volumen de cuerpos de los que dispone la Universidad de Zaragoza es más bien justo para hacer frente a sus necesidades para la investigación. Durante este curso, de hecho, tan solo se han podido embalsamar dos personas y otras dos han sido rechazadas por excesiva delgadez. En muchas ocasiones son las reticencias de la familia las que frenan la voluntad que en un principio ha manifestado el fallecido.

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