El día de los fenómenos extraordinarios

Nadie ha podido resistirse a la poderosa atracción
de la fuerza del agua, a su paso demoledor inundándolo todo, arrastrándolo todo. A la visión fascinante de lo que se sale de lo normal

El día de los fenómenos extraordinarios
El día de los fenómenos extraordinarios
A. Navarro

El psicólogo Carlos Hué sostiene que, en general, somos una sociedad aburrida que no tenemos proyectos importantes más allá de las rutinas de trabajo, familia e incluso fines de semana, y que solemos soñar con un viaje bestial que nos lo arregle todo, como si nos fuera a cambiar la vida en él. Sus palabras vienen a definir esa ansiedad que todos sentimos porque esperamos que nos pase algo, no se sabe qué pero que sea bueno y que nos llene para el resto de nuestros días, y que los orientales solucionan con el ‘mindfulness’, la atención plena, ser conscientes de lo que ocurre aquí y ahora y que es el estado ideal para combatir las distracciones y concentrarse en los objetivos. En esencia, buscar en tu interior para tener un proyecto vital importante.


Sin expectativas no nos sucede nada, como tampoco nunca nos cae el gordo más gordo del Euromillón;ni siquiera el de Navidad. El caso es que siempre estamos esperando que suceda algo, por eso nos produce una gran fascinación cuando se rompe o altera la rutina, porque fascinante es lo que se sale de lo normal y la gente necesita una ilusión, por dentro y por fuera, porque hay demasiada envidia y aburrimiento.


La sabiduría y el optimismo de Hué explican que mientras que a decenas y decenas de personas lo que nos dejaba estos días colgados era el caudal del Ebro, su fuerza y su poder, a él, mirando también el Ebro, eso sí, le sobrecogían las más de mil grullas que el último día de febrero atravesaron y sobrevolaron el Pilar en una imagen irrepetible, porque el exceso de nieve les había impedido repostar antes en sus lugares habituales.


El ser humano es un voyerista, le gusta mirar, y sobre todo mirar desgracias porque nos encanta meternos en la vida ajena y si le pasa a otros sentimos una envidia a la inversa. "Muchas veces ponemos nuestra felicidad en la infelicidad de los demás", sostiene el psicólogo. Y el comentario lo clava, porque inconscientemente cuando vemos pasar el Ebro arrastrándolo todo, inundando garajes, calles, plazas, locales; llevándose por delante el presente y el futuro; cuando vemos dormir a los vecinos de Boquiñeni en el pabellón municipal de Luceni... sentimos pena y rabia, pero también alivio porque no nos ha tocado a nosotros. Como nos pasó el 11-S cuando nos quedamos clavados durante horas y horas ante el televisor viendo cómo una y otra vez dos aviones se empotraban en las Torres Gemelas y sembraban de dolor y muerte el mundo. O el 11-M, cuando sentimos una punzaba íntima de dolor profundo y verdadero, porque, entonces sí, nos tocó a nosotros.


Cuando el río crece se lo lleva todo y lo saca todo, hasta bombonas de butano en la peor expresión de la dejadez humana; y esas culebras de agua desorientadas entre tanto gentío y sus incesantes ‘flashes’ y selfis en las orillas inundadas de Macanaz y la Expo y Vadorrey, y con ese agua rugiendo a un palmo de tus pies en el puente del azud.


"Fuego camina conmigo, agua y tierra lo extinguen, por lo tanto enemigos, aire lo extiende..." cantan Violadores del Verso en un poema extraño sobre la fuerza de la naturaleza, la que impone su ley por encima de todo; la que sirve siempre de punto de encuentro social, porque, ¡qué curioso!, solo en eso, en el tiempo, todos estamos de acuerdo.