"Te montas la película de que siempre toca, pero solo pierdes"
Dos jóvenes cuentan cómo se engancharon al juego y la espiral que les llevó a apostar hasta el último euro que caía en sus manos, para lo que llegaron a robar
Su nombre es ficticio, como el de Alberto, con el que recibe terapia desde hace más de medio año en la Asociación Aragonesa de Jugadores de Azar en Rehabilitación (Azajer). Ambos tienen que justificar, literalmente, hasta el último céntimo que gastan. "No lo voy a negar, tengo mono y tomo pastillas para la ansiedad, aunque ahora estoy bien", señala Alberto antes de recordar que para superar el último ataque tuvo el apoyo de su novia: "Me pidió por favor que me quedara donde estaba, me llevó a casa y me tranquilizó".
El respaldo de su entorno está siendo clave para luchar contra su adicción, la que llevó a Curro a malvender los juegos de la consola y el Ipad y acabar robando joyas a su madre para seguir con las apuestas. "Daba igual que un día me tocara, porque al siguiente me lo dejaba", añade antes de relatar que se gastaba en tres días los 200 euros de su asignación mensual para acabar pidiendo dinero a los amigos. Empezó jugando los fines de semana y acabó haciéndolo cada vez que conseguía dinero. En su caso, apostaba a deportes en salones de juego y, ocasionalmente, en la ruleta.
Sus padres empezaron a sospechar al encontrarle asiduamente papeletas sin premio y acabó confesando cuando su madre pensó que había empeñado la Playstation que se llevó a casa de un amigo para jugar. "Robaba todo lo que podía, aunque solo fueran 3 o 4 euros. Es una desgracia, arrasas con todo", señala.
Alberto, que es deportista profesional, llegó a fundirse los 3.000 euros mensuales que cobraba hace un año. Se enganchó a las apuestas en los salones de Zaragoza y se acrecentó cuando se trasladó de ciudad y empezó a hacerlas por ordenador y móvil. "Los días de fútbol me levantaba pensando solo en quién jugaba para apostar. La gente no te importa. Nadie. Tu única prioridad es jugar", añade.
A sus 23 años, confiesa que los últimos cinco años los ha tirado "a la basura" por culpa de una ruleta que se estropeó y se pasó toda la noche dando premios al número 8. "Gané 6.000 euros y el amigo que me acompañaba, otros tantos. Ahí fue cuando me enganché y empecé a ir todos los días. La gente no se da cuenta, pero esto es una enfermedad", enfatiza.
En su caso, el pasado verano acabó reconociendo que tenía un grave problema, llamó a sus padres y decidió volver a Zaragoza para recibir terapia y estar controlado por su familia. "He llegado a soñar que seguía jugando. Nos dicen que es algo normal", apunta.