La cárcel se pone a bailar

Los sistemas para luchar contra el estrés y sentirse bien con uno mismo llegan a los ámbitos más insólitos, como es el caso de la cárcel de Zuera, donde la oscense Beatriz Benabarre imparte un curso de biodanza.

Yoga, pilates, filosofía ‘slow’, técnicas de relajación, cursos anti-estrés... todo por intentar cumplir la premisa ‘mens sana in corpore sano’ y, de paso, tener un propósito más para cumplir este nuevo 2015 en esa indispensable lista que llena gimnasios los primeros meses del año. Estas actividades, que también ayudan a uno mismo a conocerse mejor, están adquiriendo cierto protagonismo en las rutinas de muchos aragoneses. Tanta, que Beatriz Benabarre, profesora de biodanza, ha decidido aplicar esta disciplina con objetivos sociales. Sin ir más lejos, el pasado mes de octubre comenzó su segundo programa en el centro penitenciario de Zuera.


Esta oscense ha estado diez años estudiando biodanza, un sistema que tiene escuela de formación oficial en Zaragoza y que pretende ayudar a "recuperar el ritmo de la vida", como explica Benabarre. Aparte de impartir clases regulares con diferentes grupos y continuar su formación en esta disciplina, también trabaja en la Casa de la mujer y desarrolló a lo largo del 2014 un programa en la Unidad de lesionados medulares del Hospital Miguel Servet.


La biodanza fue creada por Rolando Toro, un psicólogo y antropólogo chileno, y su paradigma es la base de los estudios y cursos en este ámbito. Benabarre la define como un sistema de integración afectiva, orgánica y saludable que permite desarrollar "todos los potenciales que tenemos dentro de nosotros". Estas aptitudes son cinco: la vitalidad, la creatividad, la afectividad, la sexualidad y la trascendencia. La biodanza es, en otras palabras, la danza de la vida, el ritmo con el que cada uno se expresa y se relaciona con otros y con su entorno.

Poner la cárcel en movimiento


"En agosto de 2012 realicé una sesión de prueba -explica la oscense- y cuando Carlos Izquierdo, educador social en el centro de Zuera, me propuso impartir otra clase, nos dimos cuenta de que ofrecer un programa completo era viable". Tras una entrevista con la subdirectora, Carolina López, se tomó la decisión de trabajar con el módulo de presos preventivos, ya que estos son los que "están esperando una respuesta judicial sobre el tiempo que han de pasar en prisión y, por tanto, viven en una incógnita existencial muy negativa" señala la profesora, que trabaja de manera voluntaria. Carlos Izquierdo apunta que las personas "que se ven privadas de su libertad necesitan una atención especial para disminuir la tensión".


El programa comenzó en octubre de 2013 y finalizó en junio del año pasado. Y otra vez, en el mismo mes, volvió a empezar un nuevo curso, ante la enorme aceptación que tuvo entre los reclusos. Hay 22 personas –hombres y mujeres– apuntados en el programa de biodanza de Beatriz, que durante dos horas cada quince días trabaja los objetivos fijados por la dirección del centro penitenciario: "disminuir la ansiedad, el estrés y la tristeza del día a día que sufren los presos preventivos".


Al principio, "eran como niños –apunta esta profesora–, me resultaba imposible hacerme escuchar y mucho menos trabajar con ellos". Pero poco a poco, fueron depositando confianza en ella y, a día de hoy, está "encantada con las clases" y los presos, "muy agradecidos". Izquierdo añade que en cuanto queda una plaza libre en el curso, se cubre, y que los reclusos que se apuntan no dejan el programa. "Muestran una gran satisfacción con las clases", traslada este educador.

Ritmo para todos los colectivos


La biodanza social se adapta a lo que cada colectivo necesita. Benabarre intenta satisfacer, a través de este sistema, las necesidades de las mujeres de la Casa de la mujer y de los pacientes de la Unidad de lesionados medulares del Hospital Miguel Servet. "Estas mujeres precisan tranquilidad, fuerza y paciencia y es lo que yo trabajo con ellas en cada sesión –expone– mientras que la gente del hospital precisa estimular la coordinación e integración física".


La biodanza clínica es la que se aplica en las sesiones con este último colectivo. Benabarre comenzó el curso con una actividad en la que los cuidadores deslizaban la silla de los pacientes al ritmo de la música, para que ellos la escucharan y a la vez pudieran sentir el compás de la melodía.


Beatriz Benabarre se identifica con una cita del creador de la biodanza: "La vida sin pasión es gelatina". Afirma que este tipo de terapias le ayudan a vivir la vida "con pasión y con valentía para luchar contra la tristeza que invade diversos espacios". Así que, para aquel que empiece este nuevo año con mala cara, un poco de música, biodanza... ¡y a bailar!.