despoblación

¿Cómo es vivir en el pueblo más pequeño de Aragón?

La tranquilidad y la calidad de vida definen el día a día en el municipio turolense de Salcedillo, que tiene once empadronados y solo cinco vecinos

En la imagen, Mercedes Gómez y Fermín Navarro, en Salcedillo.
En la imagen, Mercedes Gómez y Fermín Navarro, en Salcedillo.
Jorge Escudero

El bullicio mediático que provocó la campaña publicitaria de una conocida marca de refrescos en 2008 fue lo único que hizo que el municipio turolense de Miravete de la Sierra dejara de ser ‘el pueblo en el que nunca pasa nada’. Pero el interés de los medios de comunicación desapareció y su vida volvió a ser como antes, protagonizada por la tranquilidad. Muchos otros municipios aragoneses que luchan por su supervivencia habrían podido ser actores secundarios de este ‘spot’, como es el caso de Salcedillo, el pueblo más pequeño de Aragón. Pero... ¿cómo es el día a día allí?

Con once empadronados, cinco vecinos viviendo y solo tres casas ocupadas durante todo el año, el alcalde de Salcedillo, Fermín Navarro, y su mujer, Mercedes Gómez, tenían claro que cuando se jubilaran pasarían allí la mayor parte de su tiempo para poder hacer lo que siempre habían querido: "Nos levantamos cuando queremos, desayunamos, vamos un rato al huerto, preparamos leña, comemos y estamos de charradica... Si tenemos que comprar, nos vamos a Utrillas o Calamocha y, si el día sale malo, pues tele y café", cuenta Navarro, mientras disfruta de una sobremesa en buena compañía "en la mejor terraza que se puede tener".

El pueblo nunca ha sido muy grande, ni siquiera cuando él era un niño. "En 62 años que tengo, nunca he conocido una tienda abierta y, cuando yo tenía 11, se cerró el colegio porque ya solo quedábamos dos alumnos", añade. Eso pasó en los años setenta, aunque en la década anterior, como en tantos otro pueblos, el éxodo rural a las grandes ciudades ya había comenzado.

El propio Navarro ha pasado la mayor parte de su vida entre Calatayud, donde trabajaba en una empresa de distribución, y en la capital aragonesa, donde residía con su familia, aunque nunca se ha desvinculado de sus orígenes, adonde acudía con frecuencia. "El pueblo tiene muchísimas cosas buenas, pero sobre todo destacaría la tranquilidad y la calidad de vida que tenemos aquí".

El pueblo en sí es una burbuja

Durante la pandemia, el alcalde se trasladó a vivir ahí junto a su mujer y eso les ha dado una libertad que no tenían en la ciudad. Aquí ni te acuerdas de la mascarilla. Siempre la tienes a mano, por si viene alguien de fuera, pero para qué llevarla todo el día si no hay nadie más que nosotros", cuenta. Salcedillo es uno de los pueblos de Aragón en los que no se ha registrado ni un caso de coronavirus desde que comenzó la pandemia.

La localidad en sí es una ‘burbuja’ donde ni siquiera acuden vendedores ambulantes. Tampoco tienen médico –servicio para el que deben desplazarse hasta Utrillas, a unos 25 kilómetros– ni tienda ni transporte público, el bar solo abre en días puntuales y ni siquiera hay buena cobertura.

Esto último es un problema añadido a la hora de intentar ganar algún habitante. Navarro cuenta que durante la pandemia ha habido algunas personas que habrían querido teletrabajar desde allí, pero con el problema de comunicaciones que tienen resultaba totalmente imposible. "Se habla mucho de despoblación, pero no nos ayudan con los servicios y aquí, por ejemplo, necesitamos alguno más, como internet o la cobertura", añade el alcalde.

El pueblo es uno de los más altos de la comarca de las Cuencas Mineras y está enclavado en una de las zonas más despobladas de España, adonde tampoco llegan apenas turistas. Lleva más de tres décadas con muy pocos vecinos y solo en verano aumenta su población, llegando a tener casi un centenar de personas para las fiestas de agosto.

Cuidado como La Moraleja

"Pese a que somos pocos, el pueblo está muy arreglado y bien iluminado, parece La Moraleja", ironiza el alcalde mencionando a la conocida urbanización madrileña.

Fermín Navarro es desde hace diez años el alcalde del pueblo y asegura que solo aguanta en el cargo porque su sucesión es más que complicada. "Nadie quiere ser", cuenta, recordando que es la secretaria la que se encarga de todos los trámites. Con un presupuesto de apenas 25.0000 euros anuales y alguna subvención, sus planes ahora mismo se limitan a acabar una calle y hacer un muro de contención. "Cuando hay que hacer pequeñas cosas, como quitar alguna rama o cambiar alguna bombilla, soy yo mismo el que me encargo", comenta.

Cuando se le pregunta por la supervivencia del pueblo, Navarro cuenta que su existencia dependerá de las nuevas generaciones y de sus ganas de seguir acudiendo a la localidad. En su caso, insiste en que la calidad de vida y la tranquilidad que se respira allí no la encuentra en ningún otro sitio. Y, de ella, seguirán disfrutando el matrimonio, otra familia que lleva mucho tiempo en el pueblo, a veces sus cuñados y un hombre de origen pakistaní que llegó hace tiempo atraído por un compatriota que trabaja en el vecino pueblo de Allueva como pastor.

Con estos pocos protagonistas principales, Salcedillo seguirá siendo uno de esos pueblos –volviendo al principio de esta historia–, ‘en el que nunca pasa nada’. Y esa falta de acción en el guion es lo que para ellos se traduce en calidad de vida.

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