Tras los pasos de la danza en Aragón

La capital aragonesa es una referencia nacional que ha dado al mundo del ballet grandes figuras, coreógrafos y maestros de prestigio. Cinco exbailarines profesionales analizan la situación actual de este arte en nuestra tierra.

Olga Gómez, Federico Bosch, Jonathan Barker, Víctor Jiménez y Arancha Baselga, en el Teatro Principal de Zaragoza
Olga Gómez, Federico Bosch, Jonathan Barker, Víctor Jiménez y Arancha Baselga, en el Teatro Principal de Zaragoza
FRANCISCO JIMÉNEZ

Lucía Lacarra, que hasta hoy domingo representa con su compañía el espectáculo ‘Lost letters’ en el Teatro Principal de Zaragoza, decía el pasado viernes en una entrevista publicada en estas páginas que María de Ávila «es como un hilo conductor en el mundo de la danza. Y son muchos los que reconocen cuánto le deben, lo mucho que aprendieron con ella, su sensibilidad». Del estudio de María de Ávila han salido grandes bailarines, como el propio maestro de Lacarra, Víctor Ullate, y no cabe duda de que por ello Zaragoza ha sido y es determinante para el mundo del ballet.

Pero hubo tiempos mejores. En España esta expresión artística, pese a contar con un plantel de excelentes profesionales repartidos por todo el mundo –varios de ellos aragoneses– y disponer de un amplio número de estudios y centros donde formarse, no cuenta con el respaldo suficiente. El I Congreso Nacional de Danza celebrado el pasado año en Logroño alertaba en sus conclusiones de la «pésima situación que vive la danza en España, un arte y una profesión, la de bailarín, que caminan hacia su extinción» y planteaba una serie de medidas para que las escuelas y centros profesionales de danza «sean verdaderamente un puente entre la formación y la profesión» así como «ganar mayor visibilidad de este arte en la sociedad y fomentar la voluntad política para que se incrementen las infraestructuras y que cada capital autonómica tenga su propio ballet vinculado a un teatro».

Zaragoza tuvo su propio ballet, pero fue disuelto en 2005 por decisiones políticas. Había sido creado en 1982, primero como Ballet Clásico de Zaragoza –con María de Ávila como primera directora, antes de que pasase a dirigir los ballets nacionales–, y a partir de 1989 se convirtió en el Ballet de Zaragoza, con Mauro Galindo como director de esta compañía municipal.

Con motivo del Día Internacional de la Danza, que como cada año se celebra el 29 de abril, HERALDO ha reunido en el Teatro Principal de Zaragoza a los exbailarines profesionales Olga Gómez, Federico Bosch, Jonathan Barker y Arancha Baselga –los tres primeros formaron parte del Ballet de Zaragoza, y Arancha Baselga ha sido primera solista del Birmingham Royal Ballet– y Víctor Jiménez, director artístico de la compañía LaMov y docente del Conservatorio Municipal Profesional de Danza de Zaragoza, para plasmar su visión sobre el presente de la danza en Aragón.

«Hay cantera»

Sobre la situación actual, Víctor Jiménez afirma que intenta ser positivo. «Si no, no hubiera apostado por quedarme en Zaragoza. Porque hay cantera, y lo digo porque lo veo desde el conservatorio. Tengo alumnos en estos dos últimos cursos que tienen muchísimas posibilidades de continuar bailando, y no siempre ha sido así. Esto va por generaciones y ahora se está volviendo a recuperar. El problema es que se tienen que ir fuera porque en España no hay posibilidades de quedarse, y no digamos ya en Zaragoza. LaMov, como compañía privada, llega hasta donde llega, y tiene un número limitado de bailarines», indica.

En este sentido, Olga Gómez, que estuvo desde 1989 a 2005 en el Ballet de Zaragoza –comenzó como cuerpo de baile, llegó a ser semisolista en los roles principales de muchas coreografías e interpretó pasos a dos con bailarines invitados como Gonzalo García Portero– y hoy desarrolla su labor en el departamento de Comunicación del Patronato Municipal de las Artes Escénicas y de la Imagen, señala que «hace 25 años, en España tenías alguna salida además de la Compañía Nacional de Danza, podías pensar en otras más pequeñas como eran el Ballet de Zaragoza, el Ballet de Víctor Ullate, el Ballet de Euskadi o el Ballet de Las Palmas».

«He vivido fuera mucho tiempo y el Ballet de Zaragoza sonaba fuera de España. He conocido a bailarines de otros países que venían a Zaragoza para hacer una audición. Y eso era algo bueno para la ciudad. Igual que también he conocido a muchísima gente que me recuerda el gol de Nayim, también había personas que venían a Zaragoza exclusivamente para ver una función del Ballet de Zaragoza», cuenta Arancha Baselga, cuya carrera en la danza ha discurrido, como cuerpo de baile y bailarina solista, en compañías como el Ballet de Stuttgart (2001-2002) y el Birmingham Royal Ballet (2002-2017) y ahora prosigue en la Medicina (actualmente cursa el sexto curso de esta carrera).

Al exbailarín francés Federico Bosch le apartó de la danza una lesión en el año 2001. Fue solista del Ballet de Zaragoza desde 1989, estuvo en Dinamarca en el Royal Danish Ballet y también en el Joven Ballet María de Ávila. Hoy su labor sigue ligada a la danza desde el mundo del márquetin. Defiende que «Zaragoza es la cuna de los mejores bailarines que han salido de este país. En ocasiones los políticos han hecho bien las cosas y en otras mal, según el gobierno de turno. No somos conscientes de todo lo que ha pasado por aquí y del gran elenco de artistas que ha dado Aragón».

Ante la necesidad de más apoyo institucional, Jiménez apunta que «falta un poco de valentía por parte de los políticos porque lo sabríamos hacer perfectamente, están las infraestructuras y el conservatorio se nutriría mucho más. Vendrían más alumnos a estudiar aquí».

Irse fuera

«Los bailarines jóvenes sienten que hay que irse fuera, aunque sea un año, a Hamburgo, Londres, París... para completar su currículum internacional, pero eso deber ser una opción, no una obligación», expresa el londinense Jonathan Barker, que llegó al Ballet de Zaragoza en 2001 y decidió quedarse en la capital aragonesa tras la disolución de la compañía y hoy es profesor de inglés.

«Lo que no faltan en España son escuelas. Hay muchas, muy diversas y muy buenas –dice Baselga–. Se está perdiendo una oportunidad fantástica de inversión en la danza como industria, como imagen de España. El arte no es tirar el dinero, en absoluto». Bosch apostilla que «hemos tenido embajadores que han recorrido el mundo entero con la bandera aragonesa. Y eso no se ha valorado».

Acerca del momento actual, Olga Gómez comenta que «son importantes las extensiones y el virtuosismo, pero la técnica académica del ballet clásico es lo que te da el soporte para audicionar, para poder bailar más repertorio y coreografías más actuales, pero además de todo esto hay que trasmitir y sentir. No se puede solo ejecutar pasos o técnica virtuosa, hay que llegar al coreógrafo y al público. Y eso es lo que alguno de los directores de compañías europeas están ahora demandando, bailarines ‘polivalentes’».

La carrera de un bailarín es dura, intensa y breve en el tiempo. Cuando se deja de bailar profesionalmente en los escenarios «es equivalente a la retirada de un deportista. No deja de ser comparable a un duelo. Es una pérdida», sintetiza Baselga, aunque matiza que lo que viene después es una continuación del camino y «no significa empezar de cero. La danza te proporciona unas competencias transversales y una disciplina que luego puedes aplicar a cualquier ámbito de la vida».

Ensayo del Ballet de Zaragoza (2001), con Gómez y García Portero
Ensayo del Ballet de Zaragoza (2001), con Gómez y García Portero
José Miguel Marco

Dieciséis años bailando en la cuerda floja

Se utilizó como arma política y su continuidad pendía siempre del hilo de los presupuestos municipales. En los 16 años de existencia del Ballet de Zaragoza hubo varios intentos de desarticular esta institución cultural hasta que finalmente se liquidó en junio de 2005. Problemas en su gestión y el coste económico que suponía para las arcas municipales fueron argumentos suficientes para el Ayuntamiento pre Expo 2008 (PSOE-CHA), que finalmente decidió disolver esta compañía.

El germen de su creación había sido el Ballet Clásico de Zaragoza, impulsado por María de Ávila en 1982. En 1989 inicia su etapa como Ballet de Zaragoza, con Mauro Galindo en la dirección y con estrenos como ‘Barroco’ (1991), ‘Coppelia’ (1992); ‘Paquita’, ‘Parade’ y ‘Cascanueces’ (1993); ‘Fandango’, ‘Cuarteto’, ‘French dinner’ y ‘La Peri’ (1994); ‘Diferencias’, “El despertar de Flora’, ‘No me beses más’, ‘Lirio entre cardos’ y ‘La cenicienta’ (1995).

En 1995, con el cambio de gobierno (PP), Mauro Galindo sería cesado y en 1997 Arantxa Argüelles asumiría la dirección de la compañía, hasta que dimitió en 1999. El sudafricano Harold King ocupó el cargo en 2001 y al año siguiente fue relevado por Patsy Kuppe-Matt. En 2003 la compañía presentó ‘Nómadas’, ‘Para ella’, ‘Broken skin’ y ‘Don Juan’. Tras un periodo de letargo, el Consistorio anuncio la eliminación de la compañía en febrero de 2005.

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